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El alma de la manzana

Sir Jonathan Ive, caballero del imperio británico, fue la sombra de Steve Jobs, su confidente. Se decía que compartían mente Hoy es el hombre más importante de Apple, responsable de sus diseños. Es él quien hace irresistibles sus aparatos

Jonathan Ive, responsable de los diseños de Apple, en una imagen de 2012.
Jonathan Ive, responsable de los diseños de Apple, en una imagen de 2012.KEVORK DJANSEZIAN (GETTY)

Cuando se habla de Apple, es casi imposible desvincularla de una persona, Steve Jobs. Su figura sigue emergiendo dos años después de su muerte sobre la de la propia marca. Pero esa sombra empieza poco a poco a retirarse y deja ver otros genios sin los que el éxito de la electrónica de Cupertino sería imposible. En ese puzle corporativo, Jonathan Ive es la pieza que une todas. Fue el que convirtió los sueños de Jobs en productos de culto.

Por hacerlo simple, el expatriado británico fue el encargado del diseño del primer iMac y del iPod antes de que el iPhone y el iPad pusieran al consumidor a hacer cola frente a sus tiendas. Y mirando al frente, como hacen en Wall Street, el futuro de Apple depende de su capacidad para seguir sacando al mercado productos que creen la necesidad, esa sensación de que se trata de algo que hay que tener en las manos, de generar el deseo. Es hoy día la figura más importante de Apple.

Leander Kahney le define por eso como “iGod”. El antiguo editor de la versión digital de la revista Wire publica un libro dedicado al vicepresidente de Apple bajo el título de El genio tras los mejores productos de Apple. Por encima de Jony Ive está solo Tim Cook, a quien Steve Jobs pasó el mando de consejero delegado cuando sus problemas de salud le impidieron seguir con el día a día.

Ive es el encargado de todo lo que tiene que ver con el diseño de Apple, tanto de sus dispositivos como de los programas que les dan vida. Lo hace desde 1996. Llegó a Cupertino cuando la compañía entraba en barrena. Sus comienzos no fueron fáciles. Hasta que al año volvió Jobs, justo cuando el joven Ive estaba pensando en regresar a Inglaterra. La sinergia entre ambos fue tal que en Silicon Valley se decía que compartían la misma mente.

Era un triángulo perfecto. En la era Jobs, Cook se encargaba como director de operaciones de garantizar que el producto se fabricase en los tiempos establecidos y al mejor precio posible sin sacrificar la calidad. Ive aportaba el alma al silicio. Su talento en el diseño industrial es tal que no son pocos los analistas que le consideran mejor incluso que Jobs.

En su historia personal no hay drama ni dietas complicadas. Todo es simple en la superficie, lo que cuadra con la filosofía de Apple. Nació en Chingford. Su padre, que le crio, fue profesor de diseño y tecnología, del que tomó algunas de sus técnicas. En la Walton High School conoció a su mujer, Heather Pegg, con la que tiene dos hijos. El hogar familiar está en el área de Twin Peaks (San Francisco). Con sus amigos de la infancia creó una banda de música en la que hizo de batería. Eso fue antes de ir a Londres y empezar a estudiar diseño industrial.

En la Apple post-Jobs, Ive es una especie de semidiós con el poder de unificar los diferentes productos, al liderar los distintos equipos que desarrollan los programas. Su laboratorio trabaja en sintonía con los ingenieros, fabricantes de componentes y marketing para que el producto final se ajuste a la visión original. “Hay muchos problemas que resolver antes de que una gran idea emerja”, decía en una entrevista.

Ive considera que “lo nuevo y diferente es relativamente fácil de hacer”. Lo realmente “complicado”, en sus palabras, es “mejorar” las cosas genuinas. También explica en público que sus creaciones no surgen porque sí, sino porque existe una tecnología a la que se puede dar uso. La magia, añade, llega cuando uno se pregunta cómo puede funcionar lo que tiene en las manos.

Mucho antes de que el iPhone irrumpiera en el mercado de la telefonía móvil y transformara el negocio de la computación de masas, el Museo de Diseño de Londres y The Royal Society of Arts ya le reconocían por su trabajo como diseñador industrial. Eso fue en 2003. La revista tecnológica del MIT ya le venía siguiendo desde hacía unos años, cuando aún no tenía 35.

"La magia surge al preguntarse cómo puede funcionar lo que uno tiene en las manos"

Suele visitar Londres tres o cuatro veces al año. Precisamente el año pasado, a sus 46 años, recibió en el palacio de Buckingham la orden de caballero de la mano de la princesa Ana. Su obsesión no es la fama ni el dinero, sino desarrollar productos que signifiquen algo para la gente y creen emociones. Ahora el gran reto es hacer esa búsqueda de la perfección del producto sin Jobs, su guía y su supervisor.

El fiasco de la aplicación de mapas para móviles fue el que le abrió el camino al ascenso. Pero en su expediente impoluto también hay cosas imperfectas. El último sistema operativo para dispositivos sin cable fue muy criticado precisamente por eso, por la simplicidad de su presentación y los colores pasteles que, en lugar de ayudar, complicaban el uso. Además, el iOS7 puso en evidencia que en esa unidad de trabajo hay también inconsistencias.

Kahney cuenta en su libro cómo en su primer encuentro con Ive hablaron de lo que echaban de menos Londres, de la brecha cultural y de disfrutar de cosas simples como una pinta. Dedica gran cantidad de tiempo a su trabajo y es muy crítico consigo mismo. Los coches son su pasión original. De hecho, la idea del graduado por la Politécnica de Newcastle era diseñar automóviles.

Una de las marcas de identidad del de Essex son las camisetas de manga corta y el pelo rapado. En su obsesión por el detalle y por fabricar el dispositivo electrónico perfecto y más delgado, llegó a aprender técnicas muy laboriosas como las que se usan en la fabricación de espadas de samurái. Pocos han logrado ver cómo se hacen las verdaderas.

Ive, con sus diseñadores de élite, fomenta la cultura del secretismo que crea tanta expectación en torno a los productos de Apple. Se puede decir que las últimas dos décadas de la sociedad de Cupertino son suyas si se quita la figura de Jobs, porque con su ayuda popularizó lo que era una marca de un mundo exclusivo de diseñadores, artistas y músicos.

Más que agradar al jefe, lo que buscó es llegar a los millones de legionarios de Apple, y eso es lo que le distingue de otras marcas. Como dice Ive, no se trata de competir por la cuota de mercado, sino de anticiparse al consumidor y “ofrecerle el mejor producto”. Pero igual que Apple dependió tanto del instinto de Jobs, también lo hace de Ive. Es la contradicción de ser irreemplazable, pese a que diga que “la gente se interesa por su producto y no por su autor”.

Sus creaciones son ahora estudiadas en las escuelas de diseño y se exponen en colecciones permanentes del MOMA en Nueva York y del Centro Pompidou en París, lo que le certifica como uno de los grandes diseñadores de la era moderna, por las formas, los materiales y colores.

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