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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un cadáver indeseado

Müller, el jefe de la Gestapo cuyo paradero han rastreado los cazadores de nazis durante decenios, está enterrado en un cementerio judío

SOLEDAD CALÉS

La ironía, por muchos conocida como ajuste de cuentas incruento, es uno de los impulsos desconocidos de la historia. Un individuo como Heinrich Müller, piloto en la I Guerra Mundial, puede convertirse en jefe de la Gestapo (la brutal policía política de Hitler), asesinar sin escrúpulos, espiar sin recato, ser uno de los máximos responsables del genocidio judío y acabar enterrado en un cementerio judío, la etnia que pretendió aniquilar. Concretamente está en una fosa común del cementerio sito en el barrio berlinés de Mitte. Se le dio por desaparecido al final de la II Guerra Mundial y muchos creían que vivía oculto en algún lugar de Europa, hasta que una investigación del Centro de la Documentación de la Resistencia confirmó la inhumación en Mitte. Pero en este caso, la ironía también demuestra un pésimo gusto. Un genocida no debería descansar al lado, en íntimo contacto, con los cadáveres de las personas a las que persiguió y exterminó. Sus restos tendrían que enterrarse en un lugar solitario, sin la compañía de seres humanos, o en un almacén de residuos nucleares.

Müller es uno de los jerarcas del Tercer Reich cuyo paradero han rastreado los cazadores de nazis durante decenios. La tenacidad en la persecución no debe confundirse en ningún caso con la saña ni con la impiedad. Müller, como los jerarcas hitlerianos causantes del holocausto judío, es reo de lesa humanidad; como han sostenido filósofos destacados (por ejemplo, Jürgen Habermas) y juristas de prestigio, los crímenes contra la humanidad no prescriben. La razón es que tales delitos no atacan solo a los hombres, sino también a todo lo que hace posible la humanidad. Un genocida niega la naturaleza del hombre, lo convierte en bestia y lo trata como tal.

Por tanto, lo más adecuado es identificar el cadáver de Müller, separarlo del resto de los muertos y confinarlo allí donde no se le recuerde jamás. No hay protocolo internacional para sepultar dictadores (fascistas o no), criminales de guerra y genocidas de toda laya. No estaría de más que existiera. Demostraría que la comunidad internacional se toma en serio la retórica sobre los derechos humanos.

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