Sueños por cumplir
A pesar de los grandes avances, EEUU debe todavía cerrar la brecha social entre negros y blancos
El discurso de 16 minutos que Martin Luther King pronunció en Washington el 28 de agosto de 1963 es uno de los momentos icónicos del siglo XX. “Tengo un sueño” —una frase que no aparecía en el texto original— demostró la fuerza que pueden desatar cientos de miles de ciudadanos cuando reclaman de forma pacífica el final de una injusticia, en este caso, la segregación racial a la que eran sometidos los negros en los Estados del sur. Un año después, Estados Unidos aprobó el acta de derechos civiles, que acabó con la segregación, pero tardó otro año más en lograr el pleno reconocimiento del derecho al voto.
La historia se escribe con grandes discursos pronunciados por personajes épicos, pero los cambios los realizan ciudadanos anónimos. La marcha sobre Washington fue la culminación de un largo combate que acabó por enterrar definitivamente un racismo de Estado incompatible con la democracia. La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, reelegido en noviembre, es sin duda la muestra más evidente del gigantesco cambio que ha vivido EE UU. Los negros ocupan hoy importantes cargos en la política y en la empresa privada. Aumentan los matrimonios mixtos y disminuye la segregación urbana. En los años cincuenta, apenas el 5% de los jóvenes negros iba a la universidad. Ahora es casi el 40%.
Pero King y quienes se congregaron en Washington en 1963 no solo querían acabar con leyes intolerables, sino también con las injusticias sociales y económicas que padecían los negros. El avance también en ese terreno ha sido enorme, pero todavía está lejos de ser suficiente: la pobreza infantil en los negros triplica la de los blancos y el desempleo es casi el doble. La brecha en el rendimiento educativo entre blancos y negros es enorme.
La discriminación legal desapareció, pero la real permanece. Las palabras de Martin Luther King siguen resonando en Washington porque una parte de los problemas que denunciaban sigue ahí.
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