Indulto por “compasión”
El heredero de la poderosa filántropa neoyorquina, Brooke Astor, intenta zafarse de tres años de prisión por apropiación indebida
No saquearás la fortuna de tu multimillonaria y filántropa madre. Si lo haces —y tienes la mala suerte de que tu propio hijo te demande y de que el ex secretario de Estado Henry Kissinger y la abeja reina de la alta sociedad neoyorquina, Annette de la Renta, declaren en tu contra—, penarás con cárcel tu delito aunque tengas 89 años, un severo Parkinson y complicaciones cardiacas. Puede que el delito —de apropiación indebida— sea de guante blanco, pero en la lista de agraviados y damnificados por el trapicheo del jugoso testamento de Brooke Astor se encontraban las más distinguidas instituciones culturales de la ciudad y en juego estaban decenas de millones de dólares. Casi, casi que con la iglesia neoyorquina hemos topado. El castigo será ejemplar.
Hasta ahora este parecía ser el nuevo mandamiento de la alta sociedad neoyorquina, escrito en los cientos de titulares que en la última década han rodeado el atribulado caso de la, ya difunta, Astor y su único vástago, Anthony D. Marshall. Cabe sin embargo, la posibilidad de que un tribunal permita a Marshall abandonar la prisión, en la que ingresó tras múltiples apelaciones y recursos, el pasado 21 de junio, después de que un jurado le declarara culpable en diciembre de 2009. Marshall debía cumplir tres años entre rejas, pero este primer mes lo ha pasado en enfermería dado que no se vale por sí mismo, no puede caminar, tiene incontinencia y graves problemas para tragar, según se desprende de los documentos legales presentados. La vista del caso está prevista para el próximo 19 agosto. Su puesta en libertad apelaría a una ley de “compasión” que entró en efecto en 1992 y de la que quedan excluidos los prisioneros que hayan cometido delitos de sangre.
Quien no testificó en el estrado, es que realmente no era nadie en Nueva York
Un abogado de dudosa reputación, un mayordomo que trabajó en Buckingham Palace, la ex mujer de un vicario, producciones de obras en Broadway y las cuentas de pesos tan pesados como la New York Public Library o el Museo Metropolitan forman parte de esta abigarrada trama, —entre Cluedo y Los Ricos también lloran—, en cuyo centro se encuentra Brooke Astor y los miles de millones que heredó de su tercer esposo, Vincent Astor, tras cinco años de matrimonio.
La menuda pelirroja, que en su juventud escribió artículos para Vogue, logró escapar de un primer y abusivo matrimonio con el acaudalado político John Dryden Kuser (padre de Anthony), y enviudó de su segundo, con el financiero Charles H. Marshall (de quien su hijo acabó por tomar el apellido). Apenas un año después contrajo nupcias con Astor y tras la muerte de éste pasó los siguientes 60 años de su longeva vida como uno de los más fuertes baluartes de la filantropía —mezcla de poder, refinamiento y caridad— de la ciudad. Siempre fue partidaria de infundir glamour a sus “obras”, tal y como apuntaba su obituario en The New York Times en el que recogían sus palabras: “Si subo a Harlem o bajo a la calle seis y no estoy arreglado o no me he puesto mis joyas la gente sentirá que les estoy haciendo de menos. La gente espera ver a Ms. Astor”.
Marshall, con 89 años, es el reo más viejo en ingresar en la cárcel de la ciudad
Vestida con sastres y exquisita joyería, tocada siempre con un sombrero, Astor repartió en vida cerca de 200 millones de dólares y prometió dinar mucho más tras su muerte. Falleció en 2007 a los 105 años, cuando la intriga en torno a su legado ya había salpicado los tribunales y la prensa. Un año antes, su nieto Phillip había dado la voz de alarma, acusando a su padre de negligencia en el cuidado de la gran dama, aquejada de un Alzheimer. Se llegó a un acuerdo económico que evitó entonces llegar a juicio y se trasladó a Ms. Astor a su mansión en Maine, gracias a su buena amiga Annette de la Renta.
El peso de la ley volvió sin embargo a caer sobre Marshall tras el fallecimiento de su madre. Este veterano de la Segunda Guerra Mundial, héroe de Iwo Jima, que más adelante trabajó para la CIA y ocupó diversos puestos como embajador con la administración de Nixon, había volcado todas sus energías en los últimos años en producir obras en Broadway, apoyado por su tercera esposa, Charlene, a quien Ms. Astor nunca tuvo mucha simpatía. Ayudado por el abogado Francis X. Morrisey había aprovechado el frágil estado de su madre para forzar en 2002 un cambio en el testamento. Las donaciones a museos y bibliotecas de Mr. Astor quedaban significativamente mermadas, y Marshall heredaba la mayor parte de su fortuna. Esta vez sí hubo un juicio que acabó por convertirse en un desfile de estrellas de la alta sociedad: si no habías testificado en el estrado, realmente no eras nadie. El jurado falló en contra de Marshall que quedó despojado de muchos millones, y acabó por convertirse aunque sea brevemente en el preso más anciano en entrar en una cárcel en Nueva York.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.