Había una vez un árbol
Había una vez un árbol frente a mi casa —tan esbelto como frondoso— que formaba ya parte del paisaje. Por ser, era tan generoso que, nada más cruzar el paso de peatones situado ante mi portal, parecía salir a tu encuentro ofreciéndote su sombra. Punto idóneo de citas con amigos y familiares fue habitual testigo mudo de nuestras conversaciones.
Comprobando su franco deterioro no faltaron avisos vecinales al servicio de jardinería del Ayuntamiento que no prosperaron. Se adujo que la maldita crisis obligaba a priorizar y que la reducida plantilla actual no daba para más.
Y así, un triste día de autos cualquiera —como si se tratara de un cuento de final infeliz— su tala nocturna, ¡ay!, dio paso a la ampliación de un aparcamiento contiguo, naturalmente de pago.— Carmen Ramos Navarro.