Qué coño hago yo aquí
El otro día estuve con fotoperiodistas, “una especie en extinción” según Walter Astrada. Este fotógrafo y fábrica de tuits y manifiestos a los que me suscribo en su totalidad, explicaba cómo la fotografía es mucho más que una ilustración, es un documento, es una prueba. Manipular o usar ilícitamente una foto es falsear un documento, lo que debería constituir un delito penado, como pasa con otras profesiones. No debemos aceptar el fraude, “si ponemos atención con lo que metemos en nuestra boca, porque no ponemos atención con lo que metemos en nuestra cabeza”. Brutal, pura verdad.
Me impresionó mucho cuando Walter me contó como se había negado durante años a que usaran sus fotos descontextualizadas. “A veces volvía al periódico después de haber asistido a una manifestación y decía en la redacción que no traía nada. ¿Cómo puede ser, no has estado en la manifestación? Sí, he pasado ahí la tarde, había apenas 400 personas. Si lo vais a contar así entonces si tengo fotos pero si vais a decir que participaron 4000 entonces no contéis con mis fotos ni conmigo”. Las fotos deben ir acompañadas de un pie de foto que las contextualice. Y al final todo se resume a una cuestión ética.
El fotoperiodismo en su antigua versión ha muerto. Nos encontramos en un nuevo escenario en el que los fotoperiodistas son freelances y eso quiere decir que los riesgos personales y del equipo que les da comer los asumen ellos solos. Varios me comentaron que ahora en España, la policía les ha llegado a quitar la cámara aunque esto no sea legal. Quizás esto y esa sensación de maltrato por parte de los responsables de los medios, sean las dos cosas que más duelen a los profesionales con los que me encontré.
Y pese a ser una especie en extinción el fotoperiodista es un actor indispensable para la entrada de temas en la agenda pública. Grandes fotos han arrastrado contenidos y algunas de esas fotos han transcendido al propio problema que ilustraban. Yo por ejemplo siempre que pienso en Haití recuerdo la maravillosa foto de Cristóbal Manuel que ilustra este post.
Los fotoperiodistas son además indispensables porque llegan a sitios donde otros no llegan. En mayo, durante el foro de periodismo de ElFaro.net en El Salvador, tuve la suerte de conocer a Rodrigo Abd uno de los 5 fotoperiodistas de la agencia AP premiados con el Pulitzer este año.Rodrigo Abd contaba cómo había llegado hasta el centro del conflicto en Siria, cómo se había encontrado aislado en una ciudad que estaba a punto de de sucumbir ante el ejército sirio, arriesgando su vida, escapando en el último momento por un túnel angosto, y salvándose por los pelos. Explicaba que justo antes de entrar al túnel se encontraba solo en un campo limpio, en mitad de la noche esperando la señal del guía y en ese instante se preguntó: ¿Qué coño hago yo aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto, morir aquí solo en Siria? El veterano Ramón Lobo me contaba que él se hizo esa pregunta una vez en Sarajevo en una situación parecida, mientras entre escombros, bombas y silbidos de balas elegían él y el fotógrafo que le acompañaba un espacio en el que refugiarse. Recordamos en esa conversación a tantos periodistas y fotoperiodistas que murieron como José Couso, Juancho Rodriguez, Miguel Gil, Julio Fuentes o Julio A.Parrado.
A toro pasado tanto Rodrigo como Ramón ven un sentido al riesgo que corrieron, el de informar verazmente. Las fotos de los 5 fotoperiodistas premiados con el Pulitzer fueron uno de los pocos testimonios de lo que estaba sucediendo en Siria. Gracias a ellas y a unos pocos testimonios más de ese tipo el conflicto sirio ha tomado unas dimensiones internacionales.
A la pregunta de ¿Qué coño hago yo aquí? La respuesta sería “abrir los ojos de miles personas, contar la verdad a través de tus fotos, visibilizar los problemas de los más desvalidos y contribuir a que la historia no se olvide”.
Defender la ética en su profesión, arriesgarse a ser detenidos o adentrarse en zonas de peligro; del coraje de todos estos profesionales depende el mantenimiento de valores tan básicos como la solidaridad. Sin sus testimonios visuales hay realidades que no existirían. Su supervivencia es una responsabilidad colectiva. Reconocer su valía y su trabajo, apoyarlo, encumbrarlo, sostenerlo directamente o a través de apoyos a estructuras que los acogen, son formas de asegurar que esta profesión, la del fotoperiodista, no desaparecerá.
Si les ha interesado este artículo no dejen de visitar el espacio sobre #periodismocomprometido de Intermon Oxfam.
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