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Tribuna
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La inteligencia económica

Los recursos básicos o las inversiones son esenciales para la seguridad de un país

No demostró el Gobierno mucha inteligencia cuando en mayo presentó una estrategia de seguridad nacional en la que no aparecía explícitamente la Inteligencia Económica, si bien es cierto que su presencia, aunque desdibujada, era visible por todas partes. Parece que en el desarrollo legislativo posterior tal error va ser corregido, con lo que la creación de un sistema de Inteligencia Económica está asegurada.

Desaparecidos los bloques ideológicos, los conflictos en los que los Estados se ven envueltos, ya sean interestatales, intraestatales (separatismos, terrorismo...), como extraestatales (entre Estados y agentes no estatales como, por ejemplo, empresas) han vuelto a su lugar tradicional: al ámbito de lo económico. No es que antes no hubiese conflictos de otro tipo: religiosos, políticos, étnicos, etcétera, pero no era difícil encontrar siempre debajo de ellos o bien la existencia de una disputa por el control de recursos económicos o bien el uso de instrumentos económicos como medio de alcanzar esos otros objetivos.

Pero nunca se vuelve al mismo lugar. En el terreno de los conflictos tampoco, pues el campo de batalla en que se desenvuelve lo que algunos llaman guerra económica ya no es el mismo que antes. Y es que la interacción entre los procesos de globalización y la continua revolución tecnológica ha llevado a que los terrenos en donde se disputan los conflictos económicos experimenten mutaciones continuas que hacen imposible disponer de cartografías precisas y fijas que sirvan para orientar las decisiones. Dicho con otras palabras, la globalización y el cambio técnico incesante alteran continuamente las dimensiones demográficas, geopolíticas y geoeconómicas en las que los agentes privados y públicos han de tomar las decisiones. En consecuencia, en ausencia de una adecuada inteligencia económica que actualice de modo continuo tanto la información como los procedimientos más adecuados de actuación, las decisiones estratégicas estarán de salida condenadas al error.

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Los gobernantes no supieron desactivar la burbuja inmobiliaria

Una lista de situaciones económicamente conflictivas en la que los Estados han de intervenir sería larga. Podrían citarse las tensiones por el acceso a recursos básicos (agua, energía, materias primas...), la competencia por las inversiones y cuotas de mercado de sus empresas, la dependencia de los mercados financieros deslocalizados, las cuestiones de lealtad y congruencia con los intereses nacionales de las empresas transnacionales, la evasión fiscal y los paraísos fiscales, la financiación del terrorismo y el tráfico de drogas, la protección de los activos inmateriales de las empresas, la defensa frente a las operaciones de los fondos de inversión soberanos, etcétera. Tantos frentes en los que se desarrolla la moderna guerra económica como tareas que han de satisfacer un sistema de inteligencia económica.

Una útil e inmediata distinción es entre inteligencia microeconómica e inteligencia macroeconómica. La primera busca, por un lado, la satisfacción de las necesidades de información adecuada para que las empresas nacionales y el Estado tomen las adecuadas decisiones estratégicas en el terreno económico; por otro, estudia qué medios facilitan la penetración de las empresas nacionales en los mercados exteriores. En su vertiente defensiva, la inteligencia microeconómica buscaría cubrir una amplia variedad de frentes entre los que se destacan: a) la defensa del valor e integridad de activos inmateriales de las empresas nacionales frente a ataques como el ciberespionaje, el robo de patentes, la piratería intelectual y en el diseño; b) la seguridad de sectores estratégicos y críticos —como, por ejemplo, las redes de distribución de energía, agua e información— frente al terrorismo clásico y ciberterrorismo; c) el control de los movimientos financieros asociados a las actividades delictivas y terroristas, y d) el análisis de la lealtad y congruencia con los intereses nacionales de las empresas y directivos no nacionales.

Un punto clave para la inteligencia microeconómica es el de la identificación de quiénes son aquellos cuyos intereses un sistema de inteligencia económica ha de servir. Esta cuestión se ha planteado recientemente en casos como el de la expropiación de Repsol-YPF por el Gobierno argentino. ¿Debía el Estado español arriesgarse en la defensa de una empresa cuya españolidad estaba sujeta a dudas? Porque ¿hasta qué punto puede hablarse de empresas españolas cuando se trata de firmas cuyo capital es propiedad también de accionistas y fondos de inversión extranjeros?

La inteligencia macroeconómica, por su lado, pretendería satisfacer las necesidades de información respecto a aquellas situaciones y variables de tipo macroeconómico que pueden afectar negativamente al nivel de bienestar y las posibilidades de crecimiento de la economía española, a su seguridad económica.

Es de baja inteligencia macroeconómica el desconocimiento detallado de la evasión fiscal

Ha sido en los últimos tiempos más que patente que el coeficiente de inteligencia macroeconómica de los gobernantes españoles y sus expertos está muy lejos del nivel mínimo exigible para un país como el nuestro. Así, ha causado indignación la manifiesta incapacidad de los sedicentes expertos para discernir y desactivar la burbuja inmobiliaria cuya explosión padecemos. De igual manera, tampoco refleja una elevada inteligencia económica el desconocimiento del nivel de las prácticas corruptas en parte del sector financiero que también se encuentran tras la profundidad de la actual crisis. Sorprende, también, que la administración tributaria se sorprenda ante el desbordamiento de sus previsiones acerca de los activos líquidos en manos de nacionales en el extranjero.

Es indicador claro de un bajo nivel de inteligencia macroeconómica que el conocimiento detallado de la evasión fiscal en el exterior esté al albur de que a algún trabajador en algún paraíso fiscal le sobrevenga un ataque de moralidad y filtre la información pertinente. Finalmente, debería causar sonrojo que ante los repetidos ataques a la estabilidad financiera que llegaron a su clímax en la llamada crisis de la prima de riesgo, la respuesta desde el Gobierno haya sido recurrir a “los mercados”. Al así argumentar, recuerdan el comportamiento del amigo bobón al que el resto del grupo decide embromar invitándole a participar en el juego de la ouija. Al igual que el ingenuo acaba creyendo que el movimiento del vaso por la tabla responde a unas fuerzas ocultas, diabólicas e ininteligibles, se diría que nuestros gobernantes parecen creer también que lo mismo pasa en “los mercados” olvidando el papel que determinados agentes centrales cumplen en el desencadenamiento de comportamientos en cascada en unos mercados estructurados en redes.

Bienvenida sea pues la creación de un sistema de inteligencia económica como instrumento básico para actuar en el marco de la creciente internacionalización de la economía española. Solo queda desear que su diseño se haga eficazmente, lo que en este campo exige sortear la tendencia, que ya detectara Marshall McLuhan hace años, a enfrentar el futuro al estilo del conductor que guiara su vehículo con los ojos clavados en el espejo retrovisor. Ante la nueva realidad de la globalización y la incesante revolución técnica no vale la habitual “solución” burocrática de recolocar organizativamente los viejos sistemas de inteligencia. Una radicalmente nueva Inteligencia Económica es posible y necesaria.

Fernando Esteve Mora es profesor titular de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.

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