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Columna
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Bárcenas

Si se tiene un buen equipo de abogados, se sale libre del pufo a la mínima

Jorge M. Reverte

Inevitable. ¿Cómo no hablar de Luis Bárcenas? Les pasa incluso a los que comparten con él un lugar en el patio de la cárcel de Soto. De momento, hay dos testigos que afirman que es un tío de puta madre, que tiene dinero y viste bien. A uno, le ha regalado un pantalón, no se sabe si nuevo o usado (¿venden pantalones nuevos en el economato de la cárcel?)

El asunto central es que Bárcenas no sabe por qué está allí, y considera, según el escrito presentado por su abogado, que nunca se ha producido un caso así en la historia. O sea, que Bárcenas piensa que ha entrado en la historia. Es de una injusticia desmesurada. Y, al parecer, no le han explicado bien por qué está en el talego, cuando los demás no entendíamos qué hacía fuera de él.

Uno se para a pensar y se tranquiliza: si se hacen las cosas mal, un delincuente (presunto) puede no entrar jamás, porque los abogados de éxito anulan procedimientos con una facilidad pasmosa. Nuestras ansias justicieras están atenuadas por algunos jueces que cuidan con esmero las instrucciones de los procesos. Si se tiene un buen equipo de abogados, se sale libre del pufo a la mínima.

Bueno, los ciudadanos vengativos ya tenemos a Bárcenas en el trullo. Ahora, toca la compasión. Bárcenas se está rehabilitando a base de presentarse con educación a los presuntos chorizos y homicidas con los que comparte patio: “Me llamo Luis Bárcenas”, dice con una franca mano tendida. Y les regala unos pantalones a la que se descuidan.

Bárcenas ejerce su derecho a la defensa sin hacer chantajes, según el PP. Pero también acelera los requisitos de la rehabilitación. Parece que a sus compas no les hace peinetas. Les regala cosas del economato. ¿No ven ustedes un indicio de rehabilitación? No como el violador del Ensanche.

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