Una nueva y compleja fase en Oriente Próximo
Las revueltas árabes no han acabado con las rivalidades interregionales
Los actuales procesos de cambio en Oriente Próximo no solo conllevan la reforma y la reestructuración de instituciones nacionales, sino que están afectando también a la configuración y las relaciones a nivel regional. La política de la región está entrando en una nueva fase, y poco a poco se va viendo hasta dónde puede llegar.
Durante muchos años se ha creído que Oriente Próximo era un ente homogéneo, en el cual regímenes autocráticos limitaban la participación de la población, se frenaban las actividades de la sociedad civil, los vínculos interestatales eran relativamente limitados, primaban las diferencias sectarias —sobre todo entre suníes y chiíes— y había una clara división entre regímenes pro y antioccidentales que definía, en gran parte, la geopolítica regional. Mientras que otras partes del mundo sí avanzaron, si bien a distintos niveles, hacia la democratización y la cooperación interestatal, Oriente Próximo parecía haberse estancado en las relaciones de poder, que le otorgaban una cierta apariencia de estabilidad. Pero la realidad que hervía bajo la superficie resultó ser mucho más compleja.
Más de dos años después de la primavera árabe, la comunidad internacional, en particular Europa y Estados Unidos, continúa viendo a la región a través de esos parámetros heredados de la guerra fría. Diferentes estrategias cubren distintas partes de lo que está ocurriendo, pero ninguna es capaz de presentar una imagen completa del nuevo contexto de Oriente Próximo. Si esa situación perdura podría llegar a perjudicar el afianzamiento de una acción coordinada de Occidente.
Juegos de poder. Las revueltas no han acabado con la realpolitik, sino que han dado lugar a un (re)equilibrio de poder. La rivalidad intrarregional no ha desaparecido y, en algunos casos, incluso se ha acentuado. Países como Turquía, Arabia Saudí, Catar, Irak e Irán, entre otros, están moviendo ficha para mejorar o defender sus intereses nacionales, a menudo aumentando las tensiones regionales. No obstante, mientras que la rivalidad es una tendencia importante, es simplemente una de muchas y es muy pronto para asumir que ese será el parámetro dominante.
No tiene sentido especular con Estados a favor o en contra de Occidente, cuya influencia decae
Democracias y autocracias. Para algunos Estados occidentales, habrá una clara división entre regímenes reformistas y no reformistas. Muchos creen que los países donde se ha llevado a cabo el cambio democrático se aliarán en torno a la reforma, mientras que los que se resisten a la democratización unirán fuerzas para evitar la expansión de la revolución. Así, se daría una vez más una lucha geopolítica, con Occidente en un extremo, y China y Rusia en el otro. Pero la realidad actual es bien distinta. Por un lado, es poco probable que los países reformistas empiecen de repente a exportar los valores democráticos. Incluso las nuevas democracias se sienten atraídas por China y Rusia en su lucha contra el dominio de Occidente sobre el orden mundial. Por el contrario, los Estados que se resisten a la reforma, especialmente en el Golfo, son ahora aún más dependientes del apoyo occidental. Además, solo dos países están avanzando de manera significativa hacia la democratización, y tanto Túnez como Egipto no han buscado destruir, sino construir puentes con los Estados no reformistas. De momento, no se puede ver a la región en términos de la dicotomía entre democracias y autocracias.
Los pro y los antioccidentales. Se especula qué Estados son ahora más prooccidentales y cuáles son más antioccidentales. Pero esa perspectiva tradicional es cada vez menos adecuada, dada la mayor variedad de identidades e intereses locales. La influencia occidental está en declive. Hoy día, los Estados árabes parecen estar más interesados en adoptar posturas en cuanto a la nueva reconfiguración de la propia región que en relación con las potencias exteriores.
Una mayor cooperación. Los países árabes están explorando formas de profundizar la cooperación intrarregional. El Golfo invierte cada vez más en el norte de África. La Liga Árabe vuelve a cobrar importancia. El foro de cooperación 5 más 5 —entre Túnez, Marruecos, Argelia, Mauritania y Libia, por un lado, y Francia, Portugal, España, Italia y Malta, por el otro— ha recibido un nuevo impulso. El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) está considerando avanzar hacia la integración formal. Se habla de un “contagio” importante de las dinámicas de reforma a lo largo del área. Claramente, existe la posibilidad de una comunidad más interconectada. Pero de momento los vínculos visibles siguen siendo limitados y los esquemas de integración están muy estancados y son más bien aspiraciones que hechos. La región aún no representa una comunidad unida y socialmente arraigada.
Suníes y chiíes. Se dice que la primavera árabe ha aumentado la rivalidad entre suníes y chiíes. Para muchos, esta es la principal característica de la región. El conflicto sirio se considera un claro ejemplo de ello, así como la lucha interna en Líbano. Se habla del apoyo saudí y catarí a los salafistas en Líbano contra Hezbolá y a la oposición en Siria como intentos de debilitar la “resistencia chií”. El CCG ha invitado a Marruecos y a Jordania a unirse al Consejo, supuestamente para impulsar una alianza geoestratégica suní. De igual modo, Turquía parece estar consolidándose como líder de dicho bloque suní. Por otro lado, se cree que el apoyo iraní a Bachar el Asad en Siria se debe a una especie de solidaridad chií. Pero la política de las relaciones entre suníes y chiíes es mucho más compleja de lo que parece. Hay una gran rivalidad entre los propios suníes y dentro de la comunidad chií. Aún no se sabe si la cooperación entre los países del Golfo será lo suficientemente buena como para representar un desafío suní a Hezbolá en Líbano. Turquía y el Golfo cooperan, pero aún hay sospechas mutuas. En lugar de ser una realidad sociológica muy arraigada, la división entre suníes y chiíes es en ocasiones fabricada o exagerada por algunos regímenes para legitimarse y es usada como herramienta para lograr distintos intereses nacionales. Además, la relación suní-chií no es puramente antagonista; a menudo algunas facciones establecen alianzas oportunistas alrededor de objetivos específicos para hacer frente a otros actores. El sectarismo es una fuerza motora importante, pero no es la única característica del nuevo Oriente Próximo.
China y Rusia atraen también a las nuevas democracias de la zona
Aún es difícil identificar una tendencia clara y predominante. La nueva reconfiguración del mundo árabe dependerá de una combinación de factores: para el régimen saudí, dominará la rivalidad entre suníes y chiíes, mientras que para otros países eso es menos relevante; en Egipto, el Estado sigue siendo omnipresente, mientras que en lugares como Yemen y Siria el propio concepto de unidad nacional parece haberse roto.
La comunidad internacional ha repetido una y otra vez su intención de basar sus políticas en las expectativas y perspectivas locales. Pero de momento aún no se sabe a ciencia cierta qué quieren las nuevas democracias árabes. Mientras algunas voces alaban el poder blando de Europa, otras opinan que es precisamente eso lo que la impide tener un mayor impacto. Algunos desean más participación.
Los actores internacionales deben evitar caer en la tentación de actuar según parámetros arcaicos que ya no corresponden —y quizás nunca han correspondido— con la realidad de la región. La comunidad internacional debe fomentar la cooperación regional, puede y debe trabajar para profundizar la reforma política, pero sin priorizar la división entre democracias y autocracias. De igual modo, basar toda su estrategia en cálculos de poder para intentar identificar de antemano qué países acabarán ostentando más influencia sería bastante arriesgado. Centrarse en una supuesta simple división entre suníes y chiíes podría aumentar las rivalidades aún más de lo necesario. Es necesario prepararse mejor. Para trabajar en un contexto en constante proceso de cambio, más allá de las iniciativas, si bien útiles, de ayuda a países específicos, la clave consiste en adoptar una geoestrategia integral para toda la región: una que fomente la cooperación en lugar de apostar por unos sobre otros.
Richard Youngs es director de FRIDE.
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