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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Casarse en el campo de refugiados de Za’atri

Esta entrada ha sido escrita porMaría Jesús Vega, Portavoz de ACNUR en España.

También en estos días en los lugares más remotos del mundo, en un campo de refugiados, muchas parejas se casan. Son bodas en medio de un desierto, a 40 grados a la sombra, sin traje de boda, sin flores y sin lista de bodas, pero, eso sí, con mucha ilusión.

Su mayor preocupación en ese día no va a ser la lluvia o el frío, sino que sus padres, sus hermanos y sus amigos de toda la vida no van a poder acompañarles en una celebración tan especial. Unos porque han muerto, otros porque están atrapados por la guerra en su país, algunos porque, encontrándose exiliados en terceros países, no han conseguido un visado para acudir a tan memorable acontecimiento.

Acabo de llegar del campo de refugiados sirios de Za’atri, en Jordania, donde cada semana se celebran tres o cuatro bodas. En Jordania hay ya medio millón de refugiados sirios que han llegado huyendo del conflicto en su país y el campo sobrepasa los 120.000 habitantes. Cuando estás allí te sorprende el bullicio, los pequeños comercios y la actividad de miles de refugiados que, con sus traumas a cuestas, resurgen de la nada y dan vida a una ciudad que nació hace apenas 10 meses y que ya es la quinta más grande de Jordania.

Las novias se ponen guapas. Compran sus productos de maquillaje en los puestos del mercadillo del campo, donde puedes encontrar casi de todo. El vestido será muy modesto porque, sin recursos económicos, la única opción que tienen muchos refugiados para conseguir productos es hacer trueque con los materiales de ayuda humanitaria que reciben, como plásticos aislantes, bidones o esteras.

Las parejas se casan en alguna de las siete mezquitas que tiene el campamento ante un Sheik (guía espiritual) y cantan y bailan al son de canciones tradicionales sirias. El banquete nupcial, muy modesto también en cuanto a cantidad, calidad y número de invitados, se elabora a partir de los alimentos que incluyen las raciones que se distribuyen a los refugiados una vez cada dos semanas, principalmente, arroz, latas de atún enriquecido con vitaminas y frutos secos.

El “book” con las fotos de la boda para la posteridad se lo hará con un móvil su vecino refugiado también. Pero se les presenta el dilema de encontrar un decorado atractivo donde posar para las fotos. El entorno es un secarral de polvo y piedras, sin un solo árbol en muchos kilómetros a la redonda y rodeado de tiendas de campaña.

Del viaje de luna de miel, directamente, prescindirán porque en Za’atri, como en muchos campos de todo el mundo, los refugiados no tienen libertad de movimiento y, generalmente, no se les permite salir. Claro que siempre les queda la opción de darse una vuelta por la avenida principal que circunvala el perímetro vallado de esta pequeña ciudad de 5 kilómetros cuadrados a la que, con mucho sentido del humor –que en estas circunstancias no hay que perderlo-, han llamado “Avenida de los Campos Elíseos”.

Y llega la esperada noche de bodas. Para ese día, con suerte y si hay recursos, ACNUR habrá entregado a la pareja una tienda de campaña individual como grupo familiar independiente. Compartirán letrinas y duchas con otras 30 personas, pero los novios pasarán una romántica noche en la intimidad, con sus vecinos de tienda a cuatro metros.

Y es que la vida en el exilio continúa. A mí me enseñaron en el colegio el ciclo de vida de los seres vivos: “nacen, crecen, se reproducen y mueren”. Pues tristemente hay refugiados en distintas partes del mundo que desarrollan el ciclo de su vida en un campo de refugiados. Algunos no han llegado siquiera a conocer el país de sus padres y sus perspectivas reales de retorno son muy remotas.

Cuando estas parejas de novios miren al cielo, seguro que no será por temor a que una nube les agüe la fiesta, sino por miedo a que los aviones que bombardean ciudades y pueblos, a tan solo 12 kilómetros de Za’atri, destruyan de nuevo la paz de su “hogar”. Desde allí algunas noches se escuchan los escalofriantes estruendos de las bombas, que arrullan los sueños de paz y esperanza de muchos refugiados recién casados.

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