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Rod Stewart, cuando uno más uno son 34

Llevaba años sin hacer una canción, acomodado en la revisión de éxitos ajenos Pero algo cambió: el rockero se puso a escribir sus memorias y la musa volvió Publica un disco de temas propios que le devuelve, tres décadas después, a la cima de las listas

Diego A. Manrique
Rod Stewart, el pasado mayo en California.
Rod Stewart, el pasado mayo en California.WIRE

Hace solo unos meses, Rod Stewart (Londres, 1945) lucía como una momia del show business: hasta editaba esa obviedad que es el disco navideño, que tituló Merry Christmas, baby. Parecía funcionar en piloto automático: un mercenario que obedecía las consignas del negocio, sin ninguna voluntad de aportar algo personal. ¿Un caso perdido?

De repente, un vuelco espectacular. Primero publica unas memorias chispeantes (Autobiografía; Plaza y Janés) que nos devuelven al personaje que aprendimos a querer: el pícaro, el fanfarrón, el amante de las rubias, el cockney que se empeña en reivindicar sus raíces escocesas, el fanático del fútbol que ya no puede jugar por exigencia de las aseguradoras.

Y lo que ya nadie esperaba: ha sacado Time (Capitol), un álbum entero de canciones propias, que le ha devuelto al número uno de ventas en Reino Unido 34 años después de ocupar ese mismo puesto en 1979 con el primer volumen de sus Grandes éxitos. Conviene recordar que, desde 2002, Rod se dedicaba a interpretar solo éxitos ajenos. Una fórmula de mercadotecnia pura que además funcionaba. A los cinco volúmenes de standards había sumado una selección de baladas de rock y otra de clásicas del soul.

Vendió millonadas, pero algunos fans veteranos dudaban de que Stewart conservara algo de impulso creativo en sus huesos. A finales de 2006, un servidor acudió a entrevistarle en Barcelona, donde participaba como estrella invitada en Operación Triunfo, no precisamente un programa prestigioso.

Al periodista se le ocurrió hurgar en la herida: “Comenzando con Maggie May, compuso temas memorables: Tonight’s the night, The killing of Georgie, You wear it well. Pero hace años que no edita una canción suya. ¿Le resulta frustrante?”.

Su respuesta fue airada: “Componer no es algo que me divierta. No soy Bob Dylan o Tom Waits. ¿Para qué? Mis contemporáneos se empeñan en colocar sus canciones nuevas y el público no quiere saber nada. ¿Cuánto ha vendido lo último de los Stones, McCartney o Elton? Nada. Mientras que el mío entró al número uno [en Estados Unidos]. Con eso está todo dicho”.

Una de las ventajas de alcanzar el nivel de superestrella: puedes atacar a tus colegas, mostrarte tal como eres. Aun antes de publicar su libro, sabíamos que Rod Stewart es un tacaño: durante años abusó de la cocaína, pero, ahora lo reconoce, jamás compró un gramo; se dejaba agasajar. Tiene suficiente sentido del humor para reconocer que entre los setenta y en los ochenta hizo gala de las ropas más horteras de todo el Planeta Rock.

“No soy Dylan o Waits, ¿para qué? Se empeñan en colocar canciones nuevas”, decía hace siete años

Durante la época en que se desarrolló aquella entrevista, nadie hubiera apostado por Rod Stewart como fuerza creativa. No se hablaba de él por la música, previsible y mecanizada. Las noticias eran que se casaba por tercera vez (la elegida fue la modelo Penny Lancaster, ataviada con un aparatoso vestido de Pronovias). O que le nombraban comandante de la Orden del Imperio Británico, tras años de quejarse de que Mick Jagger se le hubiera adelantado en el reconocimiento oficial.

Como sentenciaba su amigo Sean Connery, “nunca digas nunca jamás”. Hacia 2011, mientras se sometía al ejercicio de introspección que supone una autobiografía, le volvió el impulso de componer. Le ayudaba un negro excelente, el periodista Giles Smith, experto en música y fútbol, y ver en acción a un profesional le trajo recuerdos.

Lo que no se atrevió a contar en Barcelona fue que la industria le había alejado de las musas. Presentaba temas originales, pero eran rechazados, para que interpretara piezas más comerciales. En la práctica, ejercía como voz de alquiler, que otros utilizaban según lo que imaginaban que demandaba el mercado. Hombre práctico, dejó de esforzarse en las agonías de la creación.

Stewart, en un concierto en 1979.
Stewart, en un concierto en 1979.GETTY

Al final de su libro, confiesa Rod que “de repente se apilaban en mi cabeza ideas para letras. Lo siguiente en ocurrir fue que tenía un tema llamado It’s over, sobre los divorcios y las separaciones. Me levantaba a medianoche buscando un bolígrafo para plasmar las ideas, algo que nunca me había pasado. Terminé siete u ocho canciones y todavía quedaban más. Suficientes para un disco completo. Algo totalmente insólito en mí”.

Entiéndase: en sus inicios como solista, Rod pudo pasar perfectamente como un cantautor rockero. Siempre ha necesitado ayuda, la colaboración con otros músicos. Ahora algunos temas llevan detrás media docena de nombres, una señal inequívoca de que allí han intervenido esos profesionales especializados en confeccionar hits. Pero Time, con su impacto en Reino Unido, permite a Stewart sacar pecho. Y ponerse como ejemplo ante esos hijos que le han salido vagos y juerguistas. Como diría un castizo, ha nacido con una flor en el culo.

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