El reto de la unidad africana


Emperador de Etiopía, Haile Selassie, primer presidente de la OUA.
Tafari Makonnen tuvo que ser alguien muy especial. Último emperador de Etiopía bajo el nombre de Haile Selassie I, convertido en una especie de dios por el movimiento rastafari (así se le conocía, Ras Tafari, antes de ser coronado) y, al mismo tiempo, gran luchador contra el colonialismo y la esclavitud en África. Lo que poca gente sabe es que, además de todo eso, fue el gran anfitrión de la cumbre de jefes de estado de Adís Abeba que, el 25 de mayo de 1963, creaba la Organización para la Unidad Africana (OUA), organismo precursor de la actual Unión Africana (UA), de la que se convirtió en su primer presidente. Quizás el retrato literario más conocido de Haile Selassie sea el que trazó el periodista polaco Riszard Kapucinski en su famoso libro El emperador, pero su impulso y sus ideas, la creencia de que los recién nacidos países africanos debían unirse y cooperar, contribuyeron de manera decisiva a construir la África que hoy conocemos.
Léopold Sédar Senghor y Félix Houphouët-Boigny.
Sin embargo, además de las descolonizaciones pendientes, en 1963 había otro gran problema que sacudía a África: las tensiones fronterizas y territoriales estos estados recién nacidos. Entre Guinea y Costa de Marfil, entre Marruecos y Mauritania, entre Ghana y Togo, entre Senegal y Malí, entre Congo Brazzaville y Gabón, entre Marruecos y Argelia… Para poner fin a esta agitación, la carta fundacional de la OUA estableció el respeto a las fronteras heredadas de la época colonial. Asimismo, un tercer principio básico de la OUA desde sus inicios, principio que fue objeto de una de sus primeras resoluciones, fue la lucha contra toda forma de racismo y en especial contra el apartheid que imperaba en Sudáfrica y en la actual Namibia, entonces provincia sudafricana.
Muammar Gadafi (dcha.) junto a Hafez Al Assad, Idi Amin y Anouar al Sadat en 1972. / Foto: AFP
El camino, claro está, no ha estado exento de dificultades. A la OUA se le acusa de debilidad a la hora de defender los Derechos Humanos de los africanos o de laxitud en el momento de plantarse frente a regímenes claramente antidemocráticos, incluso colaboración y respaldo a reconocidos dictadores. Pero su punto fuerte fue, sin duda, su contribución a la descolonización casi completa de África a través de su apoyo a los movimientos de emancipación. A finales de los años setenta, un incómodo affaire enfrentó a la OUA y al Gobierno español de Adolfo Suárez cuando el Comité de Liberación de la organización panafricana confirmó la africanidad de las Islas Canarias y dio aval a las ansias independentistas del Movimiento por la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), llegando a incluir a Canarias como territorio susceptible de obtener la independencia.
La pugna que en 1963 protagonizaron los padres fundadores entre federalistas y soberanistas se ha mantenido intacta con el paso de los años. En 1991, el Tratado de Abuya marca un hito al acordar la creación de un mercado económico común para el año 2025, algo que en la actualidad parece tan lejano como entonces. La integración política tampoco ha vivido avances significativos. Quien recoge la bandera de Nkrumah y Touré es el líder libio Muammar Gadafi, que logra que en el año 1999 se firme la llamada Declaración de Syrte para la creación de la Unión Africana, institución que viene a reemplazar a la OUA tres años más tarde, en 2002. Desde el primer momento, al menos sobre el papel, la UA intentó cubrir los déficits de su antecesora, con una especial dedicación a la promoción de la democracia, los Derechos Humanos y el desarrollo continental.
Presidente de Ghana y gran adalid del panafricanismo, Kwame Nkrumah.
El funcionamiento de la UA se sustenta sobre un Parlamento Panafricano, la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno, el Consejo Ejecutivo y la Comisión, además de numerosas comisiones e instituciones derivadas. En los últimos años, tras la caída de Gadafi, la UA se ha convertido en el escenario de una pugna sorda entre dos de las naciones con más peso en África, Nigeria y Sudáfrica, a cuenta del nombramiento del presidente de la citada Comisión. Esta batalla fue ganada finalmente por Sudáfrica, que logró colocar a Nkosazana Dlamini-Zuma en el cargo en sustitución del gabonés Jean Ping.
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