Rollo de papel ‘toilette’
Nicolás Maduro ya parece más el final del chavismo que su continuación. En Venezuela no hay papel con que limpiarse el culo. Los únicos productos que el país exporta son oro negro y misses blancas.
Nicolás Maduro ya parece más el final del chavismo que su continuación. Su presidencia ha empezado salpicada de manchas de fraude electoral y una política de control de cambios que acaba en sucia pesadilla: en Venezuela no hay papel con que limpiarse el culo.
En la cuarta nación exportadora de petróleo, con o sin chavismo, se prefiere importar antes que producir. Los únicos productos que el país exporta son oro negro y misses blancas. La cesta básica está subvencionada por el Estado con una moneda que ha entrado, en dos años, en su tercera devaluación. No alcanzan, pues, los dólares del petróleo para importar pollo, arroz, legumbres. Y además papel higiénico.
Para un país que tiene a gala ser el productor masivo de misses Universo y que cuenta con una agresiva industria de la belleza, la carestía del papel higiénico ha supuesto un golpe fortísimo. No es que otros países con menor sed de hermosura, o menos ganadores de certámenes de belleza, vayan menos al baño: ¡Es que para el venezolano el papel higiénico es un símbolo tan íntimo que, de hecho, no lo llama higiénico, sino “papel toilette”! Y no lo usan con moderación, sino que lo hacen en exceso, como casi todo en una tierra que no suma (sino que multiplica) lo tropical con lo petrolero.
Con esa papeleta, Maduro y su Gobierno han salido en televisión armados de cálculos para confirmar que importarán 50 millones de rollos de papel toilette. Dos rollos por venezolano. Si Maduro fuera ese líder carismático, habría proclamado en un discurso higiénico y valiente: “¡El socialismo venezolano no se centra en el ano!”. Una auténtica revolución verbal que llegará cuando el presidente, un hombretón bigotudo y robusto, se enrolle en televisión para enseñar a los venezolanos cómo administrar una hojita de papel tualet.
Aquí en España no estamos lejos de acariciar así la hojita de papel higiénico, pero nos ayuda a saber que podemos utilizar los papeles de Bárcenas o los folios de alguna sentencia paliativa, como la de Blesa, para ir aseaditos. Pero es cierto que las buenas maneras están experimentado un renacer en TVE, donde colaron el polémico reportaje sobre si nuestras jóvenes visten con decoro, resucitando así el debate de si mostrar piernas con una minifalda es provocador o taparlas ahuyenta al pecador. Para muchos ha sido una provocación de toilette que la televisión pública plantee esto como problema; lo que realmente ha resultado indecoroso es el reportaje en sí. No huele bien que TVE necesite cederle el micrófono a pedagogas del decoro agobiadas por escotes amplios y blusas extravagantes.
Los que parecieron perder la compostura fueron algunos jugadores del Barça durante la rúa celebratoria del título de Liga. Al parecer, el autobús de dos pisos que les transportaba entre la multitud enfervorecida pertenece a una marca de cerveza. Hay litros y consumo gratis en la planta baja mientras los jugadores exhiben su entusiasmo en la planta alta. El consumo etílico es un desinhibidor, sobre todo para el macho alfa, y por eso fue más que pedagógico observar a Carles Puyol besar entre mordisquitos y empujones a Piqué. Con tanta testosterona cervecera, Puyol sumó euforia, arrebato amoroso y golpes. Mientras que a los del Barça se les iba la olla, los del Madrid la recuperaban, con un almuerzo y una botella de vino, para perfilar el futuro sin Mou, como en Julio César, de Shakespeare.
Al mismo tiempo, la mejor profesional de la Casa del Rey, la reina Sofía, acudió a la inauguración del Congreso de Arqueología Clásica, donde la recibieron unos manifestantes al grito de: “Sofía, Sofía, la olla esta vacía”. Su gesto al salir del coche fue girarse hacia los tercos manifestantes, que no dejaban de insistir en su mensaje, y saludar sonriente como si estuviera repitiendo la inauguración de Barcelona 92, protegida por esa arqueológica actitud que amortiguaba tanto el ruido como la pérdida del usufructo del yate Fortuna III. Su esposo ha decidido devolverlo al Estado ahora que no se utiliza. Solamente llenar el depósito de la nave costaba más de 20.000 euros, que ahora nos ahorraremos. El Fortuna II fue un obsequio del rey de Arabia; el Fortuna III fue un regalo de 21 millones del Gobierno balear y un grupo de empresarios para favorecer el reclamo turístico que significaban el Rey y su familia para las islas en aquel momento. Ahora es el símbolo de un rollo que no volverá. Esperemos para este Fortuna la misma suerte de muchos científicos españoles: una segunda vida fuera de nuestras costas.
Gatsby regresa abordando el Festival de Cannes donde sin darnos cuenta Hollywood se ha apoderado del lugar. Para los entendidos, no hay nada más californiano que la Croisette; y allí se han plantado, como los nuevos Minnie y Mickey Mouse, Nicole Kidman y Leo DiCaprio. Al público le encanta Estados Unidos. Y por eso se adapta y readapta una novela como El gran Gatsby, la épica intimista y grandiosa de un país que es siempre alimento para grandes y aparatosas narraciones. La novela de Fitzgerald es moderna y trata de la modernidad, del asombroso cambio de costumbres sucedido en los años veinte, cuando la codicia pasaba a ser una virtud, la ostentación un divertimento y la vida loca una metáfora del talento. Delito y decoro mezclados. Como hoy, pero con otro rollo.
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