La jubilación del ogro feroz
En el fútbol todavía se permite distinguir entre una buena gestión y otra chapucera.
Sobre todo, no cometamos el error de confundir a sir Alexander Chapman Ferguson, sir Alex para los amigos y Fergie para los rivales, con José Mourinho. Lo que en Fergie es síndrome del cascarrabias, el ogro con ingenio ácido (“Inzaghi nació en fuera de juego”, dijo del jugador italiano), en Mou es rencor revenido; lo que en el entrenador del Manchester es dureza de ley (“Nunca he tenido miedo a nadie, pero Ferguson era un bastardo terrorífico desde el principio”, dijo Bob McCulley, delantero del East Stirlingshire, el primer club que entrenó sir Alex), en Mourinho es fachada que se cuartea cuando se le enfrentan los jugadores alfa del vestuario; lo que en el escocés es bronca al descubierto, en el portugués es recoveco y alusiones en zigzag. Dicen que son amigos; será verdad, pero parece mentira. Entre el rojo congestionado de uno y el verde bilioso del otro, no hay color. Al club con suerte le toca un Ferguson; al gafado le cae un Mourinho. La familia Glazer, dueña del Manchester United, está a tiempo de elegir la fortuna.
Alex Ferguson abandona el United a los 71 años, acorralado por una próxima operación de cadera y cierta fatiga que se manifiesta en un comportamiento más moderado durante los últimos meses. La lección de su trayectoria está en los títulos, por supuesto (13 Ligas y dos Copas de Europa), pero sobre todo en la sagaz pertinacia del club en mantenerlo como mánager durante 27 años. Para eso hay que tener una pasta especial, por parte de los accionistas del club (cotiza en Bolsa), fiados en que la estabilidad es la mejor política de un club de fútbol, y por parte del mánager, que se autolimita a pastar en la misma hierba durante décadas. De Fergie podrá decirse casi cualquier cosa, excepto que se haya portado como un mercenario.
En el fútbol español sucede lo contrario. Veintisiete, o casi, debe ser el número de entrenadores que han dirigido cierto club de tronío en los últimos 10 años. Contratados todos ellos con pífanos de euforia y despedidos todos ellos entre crispación y pingües finiquitos. Borges, dolido, denunció queel fútbol es uno de los grandes crímenes de Inglaterra”. Quizá, pero incluso en este juego todavía se permite distinguir entre una buena gestión y otra chapucera.
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