Libertad entre mangle
Juan de Sola y Lorena Seijo, periodistas de la ONG Agaresohan estadotrabajando mucho para salvar algunos proyectos que se veían amenazados por las actuales políticas de reducción de todo lo que tenga una directa relación con el desarrollo social y humano. Nos cuenta una de las muchas historias que han encontrado en el Bajo Lempa (El Salvador). Es una historia centrada en la realidad de las mujeres curileras que trabajan en la extracción de varios productos marinos, en medio del mangle, para no perder un mínimo de autonomía personal.
En la pequeña isla de Tasajera (El Salvador) todo gira, como no podía ser de otra manera, alrededor del mar. Las oportunidades laborales escasean y la pesca parece estar reservada para los hombres. Dora Elena Peña, aunque prefiere que la llamen Doña Luci, llegó a Tasajera con 15 años, obligada a desplazarse por el conflicto armado interno que vivió el país en los años 80. Treinta años después, casada y con seis hijos, sigue teniendo que esforzarse todos los días por salir adelante.
Doña Luci sabe, igual que sus compañeras de trabajo, que la unión hace la fuerza, por eso constituyeron la Cooperativa Estrellitas del Mar de la que forman parte unas 15 mujeres que tiene como principal objetivo ganarse su propio sustento. No solo para poder darle de comer a sus hijos, llevarlos a la escuela o tener una mejor vivienda, sino también para poder ser independientes y tomar sus propias decisiones.
Estas mujeres encontraron en el cultivo y recolección del curil o concha negra una forma de ganarse la vida. Pero nadie ha dicho que ganarse la vida sea fácil. Doña Luci y sus compañeras trabajan seis horas diarias, todos los días de la semana, entre el fango del mangle en el que se oculta la cocha, soportando temperaturas de 40 grados y el ataque de cientos de mosquitos, que solo les dan una tregua si sienten el humo del puro cerca.
Su horario laboral depende de las mareas, ya que el mangle crece en la desembocadura del río Lempa, que es la zona principal de recolección. Su trabajo sería menos duro si tuvieran su propio vivero, proceso que están intentando llevar a cabo en la actualidad con la ayuda de Cordes y ACPP, y la financiación de la cooperación internacional.
Su objetivo diario es ganarse 5 dólares, para lo que tienen que recoger como mínimo 100 conchas cada una, que después entregan a una intermediaria que las vende a los restaurantes. El plato de concha cuesta unos 7 dólares. No siempre consiguen las 100 conchas, por lo que intentan ahorrar en su gasto fijo, la gasolina. En vez de poner en marcha el motor de la lancha donada por la cooperación, usan los remos para llegar hasta el mangle, y sólo lo encienden al regreso, cuando las fuerzas ya no les dan para remar. Cuando llegan a casa aún tienen que hacerse cargo de las labores domésticas.
Unos vaqueros, una camiseta y varios trapos que atan a sus pies es su indumentaria laboral. Las heridas en manos y pies provocadas por los palos de mangle, las acompañan permanentemente. Se sorprenden al saber que las mariscadoras gallegas tienen monos de plástico y botas especiales para su trabajo.
Doña Luci y sus compañeras trabajan duro, pues no están dispuestas a renunciar a tener su propio salario. No están dispuestas a renuncian a su libertad.
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