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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barrotes de seda

Si en España hubiera cárceles de lujo como en Reino Unido, tal vez algunos de los políticos procesados por corrupción dimitirían con más celeridad

SOLEDAD CALÉS

Ahora que hay tanto político procesado en España por delitos de corrupción, conviene que se fijen en la experiencia por la que pasan sus colegas en otros países. La del británico Chris Huhne puede resultarles útil en el futuro. A este caballero le cayeron ocho meses de cárcel, pero no vayan a pensar que fue porque evadiera millones de euros en cuentas opacas o porque pagara generosamente informes inexistentes a empresas improvisadas para ejecutar esos cobros. Lo de Huhne fue mucho más prosaico: obstrucción a la justicia. Iban a multarlo por conducir con exceso de velocidad (111 kilómetros por hora en una zona limitada a 80, en 2010) y convenció a su esposa para que fuera ella la que se declarara culpable. Tiempo después, la mujer cantó cuando el matrimonio hacía aguas. Al conocerse que Huhne había querido engañar a la policía, tuvo que dimitir. Abandonó su cargo como ministro de Industria y Energía (y, de paso, su carrera para suceder a Nick Clegg al frente de los liberal-demócratas), y aceptó sus culpas. La condena de ocho meses de prisión fue, por cierto, la misma que le cayó a su mujer por el engaño.

Lo que podría interesarles a nuestros políticos no tiene que ver, sin embargo, con el rigor de la justicia británica ni con la rapidez con la que Huhne abandonó tanto su cargo en el Gobierno como su escaño de diputado. Han de fijarse, más bien, en las características de la prisión abierta de Leyhill, donde cumple su pena. Tiene tres pistas de tenis para los reclusos, un campo de fútbol, otro de hockey sobre hierba, gimnasio con clases de pilates y, en fin, una cantina donde borrar las penas consumiendo los productos biológicos cultivados en las huertas de la propia cárcel. Y por supuesto llaves de la celda, para entrar y salir cuando sea menester.

Quizá las tremendas demoras de la justicia española para pronunciarse, y la falta de reflejos de nuestros políticos para dimitir, tengan que ver en el fondo con el diseño de las cárceles. Si en España hubiera instalaciones que se ajustaran al perfil de los procesados más selectos, seguro que las cosas empezarían por fin a fluir con más rapidez. Pongamos una cárcel con acceso a pistas de esquí en invierno y oferta de rutas de alpinismo en verano. Es solo una idea: por no repetir con el tenis, el fútbol, el hockey o el gimnasio.

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