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Primeras damas venezolanas en la sombra

Mucho más que amantes de caudillos

Acompañaron política y sentimentalmente a Simón Bolívar y a Hugo Chávez. Un libro reciente sobre la revolucionaria Manuelita Sáenz El texto invita a establecer analogías entre su relación con el libertador y la que mantuvo Herma Marksman con su más devoto discípulo El final de sus romances fue muy distinto

Juan Jesús Aznárez
Manuelita Sáenz, amante de Simón Bolivar.
Manuelita Sáenz, amante de Simón Bolivar.ASSOCIATED PRESS

Temperamentales y valientes, acompañaron política y sentimentalmente a dos excepcionales caudillos latinoamericanos, aunque ninguna pasará a la historia como su viuda oficial. Los quisieron mucho, pero contrariamente a la irrestricta adoración de la revolucionaria Manuelita por su amante Simón Bolívar (1783-1830), a quien idolatró hasta la muerte, la mujer emparejada durante un decenio con Hugo Chávez (1954-2013), el discípulo más devoto del Libertador, rompió con el militar de Barinas sintiéndose estafada ideológicamente. Cómplice del bolivariano durante los años de conspiración castrense, Herma Marksman acabó desapareciendo de la vida del hombre que fue venerado por media Venezuela y detestado por la otra mitad. Herma se escoró hacia la segunda porción denunciando que la popularidad había cambiado a Hugo: el hombre conciliador y justiciero que la enamoró trocó en un ególatra incompatible con sus principios.

La examante de Chávez, Herma Marksman, con el escritor A. C. Frieden.
La examante de Chávez, Herma Marksman, con el escritor A. C. Frieden.

La lectura del libro Manuelita, la amante revolucionaria de Simón Bolívar (Turner Noema), escrito por Manuel R. Mora, permite establecer analogías entre la historiadora nacida en Ciudad Bolívar (1949) que compartió alzamientos y sueños con Chávez hasta el chasco de los noventa, y la adúltera quiteña (1797-1853), hechizada por el emancipador americano durante su visita a Lima, en la que Manuela Sáenz vivía con su marido inglés. “Sus ojos me conquistaron, aunque me rendí sin luchar”. La investigación del autor disecciona la peripecia de una mujer apasionada, independiente y vengativa, que acompañó al Libertador en sus últimos ocho años de vida. Quienes traicionaron al prócer la llamaron ramera, barragana, vergüenza de la república.

“La influencia de Manuela en Bolívar parece a veces bipolar: unas veces le humaniza, le hace poner los pies en la tierra, le rebaja los sueños, pero otras parece querer arrastrarle a la cumbre de la gloria, sin parar en daños colaterales”, declara Manuel R. Mora. “Lo que sí creo que se puede decir es que ella se portó con él mejor que él con ella, sobre todo al final de la vida del Libertador”. Durante el estudio del personaje quedó fascinado por su espíritu de mujer transgresora cuando la transgresión femenina era algo desconocido en las colonias americanas del imperio español. “¿Qué había de revolucionario en ella? Pues, sin duda, su afán de ver la independencia de aquellos virreinatos. No hay que olvidar que antes de conocer a Simón Bolívar, Manuela Sáenz ya era revolucionaria en el sentido de independentista”.

Herma Marksman tampoco era mujer de calceta y amenes cuando conoció al teniente coronel Hugo Chávez Frías en 1984, año de efervescencia insurrecta en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, contra la hegemonía bipartidista en Venezuela. La historiadora y el oficial confabulador, casado entonces con Nancy Colmenares, fueron cómplices y después amantes. Ella consolidó la formación ideológica de su pareja y articuló el contubernio entre los regimientos levantiscos y la intelectualidad afecta al fallido cuartelazo del 4 de febrero de 1992. Durante la clandestinidad adoptó los sobrenombres de Anabella, Ligia y Comandante Pedro. Visitó a Hugo en prisión, le recibió a la salida, siguió conspirando contra el poder establecido y terminó la relación a principios de los noventa, con su pareja ya en el trono del palacio de Miraflores, y en las alcobas de las compatriotas seducidas por el glamour del caudillo. Desengañada políticamente, le acusó en 2006 de pretender un sistema totalitario y excluyente. “¿Cómo se le dice a alguien que utiliza a las personas y después las desecha?”.

No todo fueron agitación, sables y decepción en la convivencia de los amantes. Lírico durante la adrenalina del idilio, Hugo se vació en versos: “Herma mía / veo tus ojos de centella / de Angostura que me invitan a luchar / bendita eres / Herma blanco / Herma negro / Herma mía / como el Cristo de Esquipulas”.

La influencia de Manuelita en Bolívar es bipolar: a veces le humaniza; otras, le arrastra a la cumbre

La Manuelita arrebatada por el criollo en armas también recibió cartas de Simón Bolívar, cuya prosa poética alternaba las declaraciones de amor con las llamadas a la cautela, pues la emancipación americana fue abundante en celadas y traiciones. El libro de Mora recoge una misiva que su destinataria habría de recordar hasta el final de sus días: “Mi amor, tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por su aflicción, y la mía por nuestra separación, amor mío. Mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues, si no, nos pierdes a ambos, perdiéndote tú. Soy tu más fiel amante”.

El autor distingue entre la revolucionaria desfigurada, fantástica, inexistente, y la activista impetuosa, siempre fiel a la causa y al Libertador. Alejandro Próspero Révérend, médico de cabecera durante la recomendación del alma del caudillo, anotó en un diario detalles íntimos. “Paradójicamente, Manuela, que había suscitado a Bolívar encendidas cartas de amor, quien en dos ocasiones le había salvado la vida, no es mencionada en el testamento del Libertador y no pronunció su nombre en los últimos diecisiete días de su vida”, dice Manuel R. Mora.

El legado epistolar de Manuelita reveló la intensidad de sus amores con Bolívar. Murió queriéndole, fulminada por la difteria en su exilio del norte peruano, y fue sepultada en una fosa común para evitar los estragos del contagio. La profesora de Historia Herma Marksman vive en Caracas, alejada de la política. “El 5 de marzo sentí que se murió el presidente de la república. Nada más”.

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