Dulce y picante sorpresa en Bhaktapur
Lo del dulce lo puedo perdonar, pero el picante me parece la sal del viajero, la alegría de la vida culinaria. Nada me pone más que una buena conversación, una buena comida y un buen tarro de chile habanero. Los países, y la gente, que gustan del picante… son de fiar.
Voy camino de Bhután pero aprovechando la escala he pensado quedarme unos días a deambular por aquí. Como ya conozco Kathmandú decido pasar la primera noche en Bhaktapur, la otra gran capital histórica del valle, mucho más auténtica y mejor conservada que la caótica y modernizada capital del país.
Así que agarro mi maleta y mi bolsa de cámaras y continúo a pie entre una multitud vociferante y alegre. Traía 15 horas de vuelo y una noche en blanco, y la firme decisión de irme a descansar al hotel. Pero he tardado 0,5 segundos en cambiar de opinión, dejándome atrapar por la alegría y la fiesta así que –maleta en ristre- me he dejado llevar por la algarabía. ¡Carpe Diem! ¿Quién necesita una cama ahora? Me queda toda la eternidad para descansar.
Largas filas mujeres forman un cordón sin fin que anuda las principales calles y plazas de Bhaktapur. Entre ellas van y viene en un pasacalles sin fin docenas de bandas de música comunitarias de ambos sexos animando la fiesta con un ritmo monocorde pero pegadizo que arrancan de sus madals (tambores), jhyali (platillos) y bansuris (flautas de bambú).
Estrechos callejones fugan desde la plaza para perderse hacia ningún lugar flanqueados por fachadas viejas y agujereadas como un paredón de fusilamiento. Las pequeñas ventanas de madera de sal suelen estar rotas y entreabiertas, enmarcando estancias oscuras que huelen a humedad y orín. De vez en cuando se asoma a alguna de ellas un rostro anciano pero sereno, tan viejo y anciano como los ladrillos de terracota que le rodean.
Desde esta perspectiva, el pavimento de las calles es un trenzado de retales tan dispar que no hay dos metros cuadrados ni de igual color ni de igual textura. Nepal es la anarquía controlada, donde la excepción es norma. Pero ni esas irregularidades del terreno, ni los charcos de aguas sucias ni los papeles y basuras que el viento arrastra por el suelo de baldosas rotas y tierra apisonada detienen a los danzantes, a los músicos, a los curiosos y a los peregrinos que esta mañana alegre inundamos Bhaktapur.
Nepal es la tierra de la entropía. Un país tan intenso que resulta imposible absorberlo todo.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.