Las caras de la diáspora (4)
Jean-Bosco Botsho (Mbandaka, República Democrática del Congo, 1955) nació en el antiguo Congo belga, en la zona fronteriza con el Congo francés de la época. Lo hizo, obviamente, en los tiempos de las colonias y en una ciudad que también cambió de nombre con los vaivenes de la historia, como el propio país. Se trata de Mbandaka, antes Coquilhatville, en la provincia de Équateur.
Jean-Bosco arribó a esa esquina del universo con una vocación profunda de vivir una existencia de adrenalina y pasiones. También lo hizo para repetir historias familiares que se van enredando con el tiempo. Otra de sus vocaciones es luchar por la memoria y contra el hambre y transitar por el borde de la desgracia. Finalmente, su destino era salvarse gracias a la solidaridad humana y lo que se podría definir como Providencia.
Jean-Bosco cuenta que los mongo, la etnia a la que pertenece, tenían una organización social matrilineal que viró a patrilineal con el tiempo. Sin embargo, todavía se conservan rasgos del matriarcado en su cultura y mujeres con poder y carácter. Como su madre.
"Mi madre pensaba que no podía tener hijos" -explica por teléfono desde Barcelona, donde vive desde 1995- "Y entonces me tuvo a mí, fuera del matrimonio. La ley tradicional dice que un hijo fuera del matrimonio se puede quedar con su madre hasta la edad de la razón, los 6 ó 7 años. Entonces, su padre puede reclamarlo. Paga una especie de compensación por lo que la familia de la madre se ha gastado en él y se lo lleva. Mi madre se negó. Dijo a mi padre, cuando nací, que ésa era la última vez que iba a verme".
La ausencia de un referente masculino directo y la inmersión en el mundo de las mujeres marca sus primeros años. Su madre teóricamente estéril se casó con otro hombre y tuvo 8 hijos más. Su padre siempre estuvo cerca de él, como una sombra, y le dió otros seis hermanos. Se encontraron apenas cuatro veces, quizás pasaron poco más de cuatro horas juntos. Jean-Bosco creció envuelto en el amor de su familia, pero convertido también en una señal visible de conflicto.
"Con 8 ó 9 años quise hacerme sacerdote" -continúa- "Seguramente tenía una predisposición espiritual, pero también había otras cosas. El marido de mi madre quiso ser sacerdote y nos explicaba cosas del seminario. Cada uno tenía su huerto y sus zapatos, la gente entonaba por la noche canciones en latín. Me parecía todo muy bonito. Cuando cumplí los 11 ó 12 años insistí en ser bautizado y en ir al seminario menor, pero mi madre no quiso. Se enfadó de una manera terrible. Ella quería que fuera médico".
Jean-Bosco acabó en un colegio de jesuitas belgas con el pretexto de prepararse para la medicina, siguiendo los deseos de su madre. Sin embargo, en realidad, se encaminaba calladamente hacia el sacerdocio. Cuando acabó los estudios secundarios, con 18 años, expresó de nuevo su deseo de convertirse en cura. "Mi madre no solo lo aceptó: me hizo un regalo precioso" -dice- "Se convirtió al catolicismo y se casó con su marido por el rito católico. Se habían casado por lo civil cuando yo era pequeño. Yo hice de testigo en su boda religiosa".
Jean-Bosco entró en el noviciado en 1974, directamente desde la casa de su padrastro, a la que había llegado siendo apenas un niño de meses. Su marcha coincidió con el cáncer fulminante de quien ejerció de su padre de facto y con su muerte. En el noviciado, preocupados por su frágil salud y su extrema delgadez, le obligaban a comer gachas noche y día para mantenerle vivo. Allí también le ofrecieron silencio y tranquilidad.
"Fue muy bonito porque necesitaba distancia respecto al mundo y favoreció mi acercamiento a Dios" -explica- "Entré en una congregación misionera belga con el objetivo de ir a Guatemala. Después de un año de noviciado, tocaban tres años de filosofía y otros cuatro de teología, pero sólo completé los primeros dos años de filosofía. Fue durísimo. Yo quería una vida de peligros y sufrimientos, como Francisco Javier en Japón. De pequeño había pasado hambre y sentí a Dios cerca de la vida y el sufrimiento. La iglesia se ha hecho vieja y los religiosos viven una vida burguesa. Fue un cambio brutal. Pedí permiso para salir y que se me autorizara a estudiar en las mismas condiciones que mis antiguos compañeros de colegio, pero no me dejaron. Así que abandoné el sacerdocio".
Regresó a casa de su madre, empezó a trabajar, encontró novia y la idea del sacerdocio desapareció de su mente. En 1980, con ayuda de la congregación que había abandonado y de una amiga italiana interesada en su causa, llegó a Italia. Sufría problemas de otitis crónica con pérdida de audición y necesitaba una timpanoplastia. Tardó 29 años en volver a su país y cuando regresó, sus padres biológicos ya habían muerto.
"Después de las operaciones de oído, vino un tratamiento por problemas de pérdida de memoria, algo que arrastraba desde 1979 y que se me empezó a solucionar hace apenas un par de años. A pesar de los problemas para memorizar, he estudiado y he hecho cosas en Bélgica, Francia y España" - cuenta este licenciado, contra viento y marea, en Ciencias Políticas en Lovaina y en Derecho en Estrasburgo.
Jean-Bosco llegó de rebote a Barcelona, huyendo de la repatriación desde Francia cuando expiró su permiso de residencia. Una plaza en la Universidad Autónoma y la bondad de una funcionaria de la embajada española en Bélgica, conocedora de la República Democrática del Congo, le salvaron una vez más, casi in extremis, del desastre. Aquí trabajó en el Centro Interreligioso del Ayuntamiento de Barcelona y en el Centro Unesco de Cataluña, además de como docente en programas de posgrado de las universidades Autónoma de Barcelona y Pompeu Fabra. Aquí también se casó. Tiene una hija medio española, Diana. Y publica: lo último, un libro sobre el patrimonio espiritual africano.
Sigue siendo un hombre de pasiones y adrenalina, a pesar de los años y las canas. Ahora encuentra las emociones en las aulas, las páginas de los libros, la familia. Y encadena historias, experiencias y proverbios en charlas amables, largas como si el tiempo no volara en Europa y se encontrara de nuevo en un camino de tierra roja de Mbandaka, a la sombra de un árbol y de los antepasados que le fueron marcando el camino.
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