Por un tribunal de ética política
La percepción que tienen los españoles de los políticos es mala, muy mala. Esa mala percepción, avalada y aireada por las encuestas, se alimenta de los muchos y graves casos de corrupción que diariamente saltan a los medios de información. Cada político que se ve inmerso en un caso de corruptela trabaja a favor del descrédito generalizado que está salpicando a toda la clase política. Los pocos, esos que son las manzanas podridas que terminan pudriendo el contenido total del cesto, acaban definiendo a los muchos. Lo malo es que los pocos son ya demasiados, de ahí que los españoles, expresándolo o no en voz alta, están hartos de que muchos de los políticos que eligen para que les representen hayan decidido y finalmente optado por pasarse a las filas de los que adoran al oro del becerro.
¿No existe en este país un tribunal de ética política capaz de intervenir apenas haya el menor indicio de corrupción, desalojando de la vida política a todos esos que se valen de sus cargos para medrar a costa de un pueblo que les vota para que traten de mejorar la vida de los ciudadanos y no para enriquecerse y medrar socialmente en beneficio propio? Si ese tribunal no existe tendría que ser creado. Pero un tribunal, no un comité, porque mientras no se demuestre lo contrario en este país los comités tienen la misma finalidad que los cementerios: se forman para enterrar en ellos los asuntos que se investigan.
En este país hace falta un tribunal de ética política, formado por hombres y mujeres que actúen al margen de todo sectarismo, con capacidad para defenestrar del poder a todo aquel que en el desempeño de su cargo estupre, prevarique o cometa cualquier acción delictiva. Un tribunal que actúe rápido, al momento, transmitiéndole así a la ciudadanía la sensación de que el delito, lo cometa quien lo cometa, no puede ni debe quedar impune en una sociedad que alce sus cimientos sobre la argamasa de la democracia.— Aníbal Álvarez.
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