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Columna
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Navidad

Es el momento para olvidar esas preocupaciones obsesivas, esas heridas del alma que arrastras a la espalda y no darle tanta importancia a tus problemas: nadie más lo hace

Rosa Montero

¿Qué se puede hacer en Navidad?

Se puede uno asomar a la ventana y mirar el mundo. Con calma. Sin tiempo. Saboreando el aquí y el ahora. Contemplando el arbolito de la esquina, que siempre miras sin ver. Ahora puedes observar las ramas que el frío ha desnudado, y la gallardía con que aguanta el bufido tóxico de los autobuses, los corrosivos orines de los perros, la escasez de agua, la calcinación de los veranos y la escarcha de las madrugadas invernales. No es de extrañar que al pobre arbolito se le vea tan canijo y deslucido. Pero, aún así, está vivo. Como tú, a pesar del agobio de estos tiempos.

Se puede uno ahorrar los sarcasmos en la comida familiar. No hace falta que le demuestres nada a tu madre, tu padre, tus hijos, tus cuñados, tus suegros. La comida de Navidad no es el teatro en el que debes representarte. Cada vez que tengas la tentación de responder con una ironía emponzoñada a ese familiar que te cae tan mal, cómete un polvorón. Recuerda los años anteriores: armar la bronca no sólo no te liberó de la agresividad, no sólo no te hizo sentir bien, sino que te amargó la tarde y te arrepentiste de haber estallado. Mejor enmudecer a golpe de mantecados.

Se puede olvidar por unas horas esas preocupaciones obsesivas, esas heridas del alma que arrastras a la espalda. No le des tanta importancia a tus problemas: nadie más lo hace.

Se puede intentar no repetir veinte veces al día que odias estas fiestas. E, incluso, puedes dejar salir por un instante al niño que llevas secuestrado dentro de ti. Quizá te revuelvas contra la Navidad porque los villancicos te pellizcan en algún recóndito lugar de la memoria. Pero hoy no es ayer. Concéntrate en lo pequeño. En la comida rica. En celebrar el milagro de que haya gente que te quiera. No seas pelma. Relájate y disfruta.

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