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Lladró resurge del barro

Tras años de pérdidas y fricciones familiares, busca recuperar su estatus mundial La principal firma de porcelana del mundo simboliza distinción para unos y ‘kitsch’ para otros El secreto de su supervivencia, la promesa que tres hermanos valencianos hicieron a su madre

Miquel Alberola
Juan Lladró, fotografiado en la Ciudad de la Porcelana, en  Tavernes Blanques (Valencia).
Juan Lladró, fotografiado en la Ciudad de la Porcelana, en Tavernes Blanques (Valencia).jesús ciscar

Lladró acaba de abrir una tienda en el corazón de Manhattan, donde llegó a poseer un edificio entero. Hoy, admiten, cabalgan a otro ritmo. Las ventas empezaron a bajar en 2007 y sacudieron la vitrina de esta singular firma valenciana de porcelanas decorativas, presente en 123 países y de casi 60 años de historia, tres de ellos aplicando a sus empleados una reducción de jornada.

El imperio de los Lladró partió de una promesa de tres hermanos a una madre y se construyó con el mismo material con el que Dios creó al hombre: el barro. Juan (86 años), José (84) y Vicente (80), labradores pobres, aprendieron en las tablas de verduras de la huerta de Almàssera (Valencia) la metafísica de los sedimentos mezclados con el agua de la acequias del río Turia. Luego completaron jornales en la Azulejera Valenciana y, como obreros, absorbieron las técnicas del material refractario y la porcelana artística de alta calidad en la fábrica de Víctor de Nalda, que afloró sus dotes para la decoración.

Entonces firmaron el pacto de indivisibilidad que garantizaba a Rosa Dolz Pastor que sus tres hijos nunca se separarían. Podían ser distintos, pero singularidades hipostáticas de una misma esencia. “Mi madre quería que los tres trabajáramos en la misma cosa para que nos apoyáramos unos a otros”, explica el mayor, Juan Lladró, actual propietario de la firma. Algo complicado cuando hay que administrar, supieron después. El portal de Belén de ese tránsito hacia la multinacional fue un pequeño horno moruno que construyeron con material de desecho en el corral de la casa de sus padres. Ese calor coció sus primeras figuras de porcelana y caldeó las penurias que atravesaron, trabajando y estudiando en la Escuela de Artes y Oficios de Valencia, hasta poder fundar su propio negocio en 1953.

Juan y José fueron pintores, y Vicente esculpió. Tenían claro adónde querían ir, pero no debían desobedecer el mandamiento de su madre. El año que ella murió, 1957, abrieron su primera tienda de platos y jarrones decorados en el Pasaje Rex de Valencia. Doce meses después empezaron a ganar dinero y a casarse. El logotipo de la flor del campanillo y el lazo de la alquimia antigua, con el que simbolizaron la unión de la naturaleza y la ciencia, inició su propagación, al tiempo que la familia crecía y se multiplicaba. “Cuando ya viene más gente, ya se tira para aquí y para allá”, reconoce Juan. “Ya éramos muchos, con distintos puntos de vista y mentalidades”

“En el año 2000

Las figuras estilizadas de Lladró penetraron en los aparadores y salones estadounidenses, coleccionismo de lujo para muchos, emblema kitsch para otros. En 1988 abrieron una tienda-museo de nueve pisos entre la Quinta Avenida y Central Park, en Nueva York, y en 1997, otra de 1.200 metros cuadrados en Rodeo Drive, en Los Ángeles. La cerámica valenciana se doctoraba sin complejos como símbolo de estatus universal, con 100.000 clientes fijos, logrando calidades superiores a la competencia al cocer sus productos a 1.300 grados (las demás lo hacen a 750). Desbancaron a rivales con 300 años de antigüedad. Y como subrayan en la empresa, sin necesidad de fabricar vajillas, como su principal contendiente, la alemana Rosenthal.

Pero sobre el esplendor siempre planeó la amenaza de la fractura fraternal. Como síntoma, en el centro de la Ciudad de la Porcelana, que ocupa unos 100.000 metros cuadrados en Tavernes Blanques, hay una escultura con tres columnas y las tres efigies que iniciaron esta estirpe. Y una elocuente inscripción: “Vuestra unión es nuestro futuro. Los trabajadores”.

Durante años, los tres hermanos se turnaron en mandatos quinquenales en la presidencia. “Una empresa como la nuestra, que ha nacido de la nada y se ha multiplicado con los ahorros del trabajo, no hubiese podido funcionar de no ser así. La unión económica, y no que cada uno tuviera su bolsita, ha hecho mucho para que siguiéramos trabajando en común, haciendo lo que mejor sabía hacer cada uno”, repite Juan. Con todo, la descendencia, en el consejo de administración desde 1984, amplificó el espectro de criterios. Y ensanchó las grietas. Cuando la hija de José utilizó la marca Duque de Lladró para los vinos de su bodega, la familia le presentó una demanda que le arrebató el derecho a usarla. Rosa María, que moriría años después de cáncer, abandonó la empresa de su padre y tíos sin llegar a un acuerdo en la valoración que recibió por su parte (623 millones). En consecuencia, Lladró nombró en 2004 un consejero delegado ajeno a la familia. No funcionó.

En 2007, Juan se quedó la empresa porque “corría riesgo”. “Si no había un cambio en la compañía, no salía a flote”, rememora. Llegó a un acuerdo con los otros hermanos. Ellos tienen un 15% cada uno, y Juan, el 70%. Para compensar, en otros negocios familiares, de las 86 sociedades que han llegado a tener (entre empresas inmobiliarias, agrícolas y participaciones financieras e industriales), José y Vicente se quedaron la mayoría. “Me interesaba sacarlo adelante. A uno de mis hermanos ni le interesaba; al otro, sí. Pero yo aposté más”, relata Juan. Lladró había llegado a tener 2.650 empleados, más de 500 en el extranjero. Ahora tiene poco más de 1.000. “Tuvimos que haber reducido antes”, admite. “En febrero de 2000 estábamos ganando mucho dinero; a mediados de 2007 estábamos perdiendo mucho dinero. Tanto como ganábamos antes. Este año es el primero que repuntamos, y al que viene será un 20% más”, anticipa.

La empresa, ahora presidida y vicepresidida por sus hijas Rosa y Ángeles, factura 70 millones de euros, frente a los casi 180 que había alcanzado. Ahora, con la crisis, navega en una nueva realidad. “Antes vendíamos muchas piezas pequeñas y algunas grandes, pero ahora, bajando un 20% las ventas, obtenemos más dinero”, revela. Los compradores millonarios han aumentado y Japón ha desbancado a Estados Unidos como principal mercado, con China e India empujando por detrás.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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