¿Sigues mandando postales?
¿Os acordáis de las tarjetas postales? Eran aquellos rectángulos de cartulina en los que se pegaban sellos y se escribía “Queridos primos: lo estamos pasando muy bien…” Qué tiempos.
Las postales eran como el ‘guasap’, el Facebook o el Instagram, pero de papel y algo más lentas (en España, a menudo llegaban después de las vacaciones). Servían para comunicarte con los amigos, la novia o el novio ("churri, te echo mucho de menos") o la familia (“estoy bien mamá, ¿y vosotros?”). También para contar por dónde andabas y lo que estabas viendo: es decir, para presumir de trotamundos.
Picaronas, con chica en biquini y todo.
Pero los bestsellerpostaleros por excelencia fueron los que incluían foto de playa a la puesta del sol con el nombre del sitio (porque a la puesta de sol todas las playas son pardas, y si no viene el nombre del sitio la gente no sabe si estás en Waikiki o en Benidorm) y la del skyline del paseo marítimo, con una marca en la ventana del edificio de apartamentos donde habías pasado las vacaciones. La imagen de un modelo de desarrollo que se extendió pronto por todo el litoral español. Por desgracia, irreversible.
Las tarjetas postales siguen existiendo, yo las he visto, como los sellos y los buzones de correos, pero tengo la impresión de que ya pocos las mandan o las reciben.
Y tú, ¿sigues mandando postales? ¿Recibes de vez en cuando alguna?
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