La soledad de Artur Mas
Las vaguedades del federalismo que ofrecen los socialistas rivalizan de pronto con la precariedad de las ideas sobre el Estado propio que propugna Mas
El primer asalto lo ganó Artur Mas. Por goleada. La improvisación y el entusiasmo pillaron desprevenido al Gobierno de Rajoy, que recibió una cesta de goles en forma de artículos y comentarios de la prensa internacional. La independencia de Cataluña estaba ya en el mapa.
El segundo asalto previo a la campaña electoral es de signo contrario. La cesta de goles la está recibiendo el Gobierno de CiU. La idea de que Cataluña sea directamente un Estado miembro de la UE no cuaja ni encuentra apoyos, ni en Bruselas ni entre los Veintisiete. Más bien al contrario. Todo son reticencias e inconvenientes. O, en el mejor de los casos, la cortesía del silencio.
La internacionalización ha funcionado con la prensa, pero no ha ido más allá. La acogida de Artur Mas en su viaje a Bruselas fue glacial. Nadie se quiere fotografiar con él. Proliferan los informes económicos que dicen bien alto lo que los empresarios no osan decir ni en voz baja. Desde las agencias de calificación y los grandes bancos hasta los consultores privados, por todos lados van cayendo proyecciones preocupantes.
El aparato del Estado ya está en marcha, es cierto, pero había que contar con ello. En cualquier cambio político de envergadura hay que tejer acuerdos y alianzas, construir redes de amigos, contar con estrategias de persuasión y planes de contingencia. Da la impresión de que desde la plaza de Sant Jaume se está improvisando. Que lo único que preocupa y ocupa son las elecciones.
Es lógico, porque solo un muy buen resultado electoral puede dar pie a un tercer asalto en la internacionalización, esta vez alrededor de la consulta sobre la relación entre Cataluña y España. Pero, a la vez, la sensación de inconcreción que rodea al proyecto de Mas no es precisamente un estímulo a votarle. Se entiende que sus muy altas expectativas electorales se estén deslizando. Las vaguedades del federalismo que ofrecen los socialistas rivalizan de pronto con la precariedad de las ideas sobre el Estado propio que propugna Mas.
Artur Mas no es el único que encuentra este tipo de problemas. También Alex Salmond ha tropezado con Bruselas. El mayor error que ha cometido este brillante político escocés es asegurar que tenía informes jurídicos que avalaban su permanencia directa en la UE. Salmond, a diferencia de Mas, no tiene el coro de una opinión pública tan bien conjuntada ni tantos clubes de fans en el campo nacionalista. Pero cuenta con la ventaja de que ha pactado con Londres como primer paso para avanzar hacia su objetivo. Mas ha optado por lo contrario: romper con Madrid a la espera del auxilio de Bruselas. De momento exhibe una clamorosa ausencia de aliados en uno y otro lado. Y nunca es aconsejable la fría soledad en momentos tan difíciles, aunque sea muy intenso y acogedor el calor del hogar y de la familia, que, eso sí, nunca le faltará.
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