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La lucha del primer boxeador fuera del armario

Orlando Cruz se ha convertido en el primer púgil abiertamente gay de la historia Desde su comunidad hasta Ricky Martin han expresado su apoyo al puertorriqueño Su próximo reto es ganar el título mundial, por el que competirá en febrero

El boxeador puertorriqueño, en su combate contra el mexicano Jorge Pazos, a finales de octubre en Kissimmee, Florida.
El boxeador puertorriqueño, en su combate contra el mexicano Jorge Pazos, a finales de octubre en Kissimmee, Florida.J. MERIC (AFP)

“Decidí ser libre”, dice Orlando Cruz mientras contempla su ciudad natal, San Juan, desde el balcón de su apartamento. El puertorriqueño, de 31 años, se convirtió hace unas semanas en el primer boxeador abiertamente gay. “Me llamarán maricón”, continúa irónico mientras hace cosquillas a Bam-Bam, su perro salchicha, “y no me importa. Ya no pueden hacerme daño. Me siento relajado, feliz. Pero para proclamárselo al mundo entero tuve que ser muy fuerte”.

Días después de este encuentro, Cruz vencería en Kissimmee (Florida) al mexicano Jorge Pazos. Con esto ganaría una plaza directa para optar al título mundial de los pesos pluma de la Organización Mundial de Boxeo, que disputará en febrero del año que viene. Pero antes ha tenido que ganar una pelea mucho más difícil contra el miedo y los prejuicios. “Me ha ido bien como boxeador. No he perdido más que dos de mis 22 combates. Pero mientras ganaba todas esas peleas, tenía esta espina en mi interior. Y quería sacármela para estar en paz conmigo mismo”.

Detalla la homofobia asesina en la exuberante y cálida isla que tanto ama. “Perdí a un amigo asesinado por personas que odiaban a los gais. Sentí una ira tremenda, porque la homofobia acabó con su vida de forma violenta. Pero también porque en esa época yo vivía ocultando este secreto”.

No termina de creerse cómo ha cambiado su vida en el torbellino de los últimos días. Al poco de su anuncio, su compatriota Ricky Martin le enviaba un tuit de apoyo. En el revuelo mediático, incluso ha recibido la oferta de protagonizar un reality sobre su vida o participar en un concurso de baile televisivo. “Han sido muchas emociones, también entusiasmo. Creo que puedo ser un ejemplo. He recibido cartas de personas que tenían miedo de salir del armario y ahora les he dado el valor necesario”.

Se conmueve más cuando le pregunto quién le ayudó a él a encontrar ese valor. “Hay una persona muy importante para mí. Le conozco desde hace cuatro años y medio y me ha enseñado a valorarme. No voy a decir su nombre, pero es mi ángel. Hablamos de toda la situación y me dijo que podía tener consecuencias muy positivas para mí. En el boxeo ha sido estupendo, y en Puerto Rico la reacción ha sido buena en un 90%. Así que le debo mucho”. ¿Habla de su pareja? “No. Nos hemos separado, pero seguimos queriéndonos mucho. Ahora estoy solo y él siempre me dice que me centre en el boxeo”.

“Llevo 12 años siendo boxeador profesional [debutó con una victoria por KO en el primer asalto en diciembre de 2000] y quería que todo el mundo supiera la verdad sobre mí. Significa mucha menos presión. Mientras peleaba, no dejaba de pensar en cuándo sería el mejor momento para mostrar mi auténtico yo. Comencé en 2001, cuando se lo dije a mis padres”. Se ríe, como por liberar sus emociones, al recordar cuando le dijo a su madre que era gay. “Debería haberme visto. ¡Me puse a llorar! ¡Y ella también! Me dijo: ‘No importa. Eres mi hijo. Te quiero’. Y eso me hizo llorar aún más”.

Hace una pausa antes de hablar de la reacción de su padre. “Él es más difícil por la cosa del macho. Ahora me apoya, pero… siempre hay un pero…”. No necesita explicar más. “Están separados. Él vive en Miami, pero me alegra saber que va a estar en mi próximo combate para apoyarme. Y mi madre y yo volaremos juntos a Orlando. Ella siempre ha sido más comprensiva, es una amiga muy especial. Y mi hermana y mi hermano, igual. Han sido magníficos”.

“Me llamarán maricón, pero no me importa. Ya no pueden hacerme daño”

Su teléfono ha sonado varias veces. Lo coge a la cuarta: “Oh, es mi entrenador…”. Cruz repasa el arduo camino que le ha llevado hasta aquí. “Hace dos años me fui a vivir a Nueva Jersey; mi mánager quería que adquiriese disciplina. En Puerto Rico hay demasiadas distracciones. Allí comencé el proceso psicológico necesario para poder salir del armario. Al cabo de un tiempo, los psiquiatras dicen: ‘¿Estás listo?’. Yo contesto: ‘No, todavía no’. Meses después hacen la misma pregunta. Niego con la cabeza. Estuve nervioso mucho tiempo, es un gran paso ser el primero en la historia. Hace solo seis meses todavía me preocupaba cómo lo iba a recibir la gente. Tuve que esperar a estar física y emocionalmente preparado”.

“Ha sido una gran sorpresa en el mundo del boxeo. Pero la reacción ha sido positiva. Miguel Cotto [el gran peso medio ligero, también puertorriqueño, de su misma edad y que fue compañero suyo en el equipo nacional aficionado] dijo cosas muy bellas en mi defensa. Sospechaba que yo era gay, pero nunca fui capaz de hablarlo con él. Sin embargo, siempre supe que me apoyaría. Nunca tuve la menor duda”. ¿Piensa Cruz que su anuncio ayudará a otros boxeadores homosexuales? “No lo sé. Es probable que ocurra en otros deportes. Pero en el boxeo seguirá siendo difícil porque es muy de machos”.

¿Cuándo se dio cuenta de que era homosexual? “Hasta los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 intentaba negármelo y tenía relaciones sexuales con chicas. Después emprendí otro camino, pero seguía sin aceptar la verdad”. Suena el timbre. “Vas a conocer a mi suegro”, dice. Jim Pagán es un veterano del ring que entrena a Cruz desde que tenía siete años. Les une otro vínculo aún más emotivo. “Salí cinco años con la hija de Jim”, dice Cruz. “Se llama Daisy-Karen y siempre me ha apoyado, igual que Jim”.

Con Cruz como traductor, le pregunto al entrenador qué siente al ver que el antiguo novio de su hija ha salido del armario. “Nos tenemos enorme respeto entre nosotros”, dice Pagán en un español ronco. “Siempre he sabido que Orlando es muy buena persona”. Cruz se ríe. “No siempre”, dice, volviendo al inglés. “Una vez me dijo que me fuera a la mierda y me largara de su gimnasio. De niño no tenía ninguna disciplina. Pero siempre volvía con él. Es mi segundo padre”.

Cruz nos lleva al gimnasio. Dentro salta a la cuerda y da puñetazos contra las almohadillas. Le pregunto que, si gana, cómo piensa festejar el triunfo en Kissimmee. “Iré a Disneyland, en Orlando, con mi madre. Le encanta”. Alza la vista, con los ojos relucientes y el rostro empapado de sudor. “Tanto fuera como dentro del ring, quiero ser yo. Y ahora me alegro de poder hacerlo. Quiero ser fiel a mí mismo”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Guardian News & Media 2012.

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