Desahucios, ¿un cuento con final feliz?

Esta entrada ha sido escrita por nuestro colaborador Carlos Prieto(@putxeprieto).

Este asunto de los desahucios ha provocado una reflexión profunda en nuestro partido.

El anterior gobierno, del que yo formaba parte, no cambió una coma de la Ley Hipotecaria. Fue un error. Hubo varios motivos, y empezaré por el más fácil de explicar para ahondar después en la autocrítica.

Ciertos cambios legislativos son más espinosos para un gobierno de izquierdas: de haber planteado un cambio legislativo, la oposición nos habría acusado de populistas.

Es posible que nos atenazara esa previsible crítica, pero debemos reconocer que nos faltó arrojo y, sobre todo, sensibilidad: no supimos ver el drama social, no supimos representar los intereses y las necesidades de la ciudadanía. Queríamos solucionar el problema, queríamos de veras, pero desde el despacho no se ven los ojos de los que sufren.

Hoy, desde la oposición, pedimos lo que no hicimos desde el gobierno. Y bien está. Es cierto que tenemos diferencias ideológicas con el PP: nuestro discurso se centra más en las necesidades sociales y el suyo en la generación de riqueza.

Reconocemos, sin embargo, que con estrategias distintas ambos buscamos el bien común de la ciudadanía. Creemos que esta es la base para hacer una oposición constructiva. Nos batiremos el cobre en el “cómo”, pero buscaremos acuerdos porque estamos de acuerdo en el “qué”. Se acabó la época de dar lecciones. La ciudadanía merece que trabajemos juntos. Más que nunca.

Después, Rubalcaba aceptó preguntas durante dos horas. Contestó a todas.

No fue un día fácil para la prensa: casi sin periodistas disponibles para cubrir los eventos, los medios supieron quince minutos después que Rajoy, por su cuenta, también les emplazaba. El presidente declaró:

Quiero empezar por afirmar con rotundidad que, con mayor o menor acierto, todas las medidas que ha puesto en marcha mi gobierno tienen una única intención: superar la fase de crisis económico-financiera en la que nos encontramos y poner las bases para recuperar el bienestar social.

Dicho esto, aprovecho esta oportunidad para compartir con ustedes un doloroso aprendizaje: en ocasiones, mientras uno intenta arreglar lo estructural —y la tarea es titánica y agotadora, se lo aseguro—, se le escapa lo que sucede en la calle. Yo hablo habitualmente de “sacrificios”, y creo que no hay más remedio que asumirlos, pero hay límites. No se puede sacrificar a las personas.

Este gobierno seguirá haciendo lo que cree que tiene que hacer, pero no lo hará a costa de pagar peajes inasumibles desde un punto de vista ético.

Tenemos convicciones ideológicas y la legitimidad de los votos, y seguiremos adelante. Pero, aunque creemos en el libre mercado y lo seguiremos defendiendo, no se nos volverá a olvidar que somos el gobierno, y gobernaremos también el libre mercado.

Lo haremos de la mano de quien quiera participar: tenemos una forma de hacer, pero necesitamos toda la ayuda del mundo para detectar las necesidades reales de la gente.

Según fuentes cercanas a la Conferencia Episcopal, esa misma tarde Rouco Varela empezó a estudiar los documentos oficiales de la Doctrina Social de la Iglesia. Una semana después, en una homilía televisada, comenzó diciendo: “La Iglesia siempre ha tenido una palabra que decir sobre las necesidades del Pueblo de Dios…”.

En su oleada semanal de encuestas, Metroscopia detectó un avance significativo en el apoyo popular a los dos líderes políticos más importantes de este país. Incluso apreció un ligero repunte en la confianza de la ciudadanía hacia la clase política. El bueno de José Juan Toharia arriesgó una interpretación: “cuando la gente exige acuerdos a los políticos se refiere a esto: a que capten las prioridades de la gente, no a que renuncien a sus ideas”.

Lamentablemente, nada de lo que narran los párrafos anteriores ha sucedido… todavía. Hasta que sea verdad, aferrémonos a lo que SÍ está ocurriendo: los bancos se comprometen a dejar de ejecutar desahucios, los dos principales partidos se sientan a negociar un cambio legislativo, el CGPJ se desdice de su error mayúsculo y asegura a toro pasado que la ley es injusta… y, como consecuencia, miles de personas ven una pequeña luz al final del túnel.

Casi todo lo que ha leído es un cuento, pero los finales felices necesitan un inicio, y ese ya lo tenemos. ¡Ánimo, ciudadanía, quedan muchas batallas que dar! Ahora sabemos lo que antes solo sospechábamos: que se pueden ganar.