Nacionalismos
Hay que reconocer, como bien señalaba Nicolás Sartorius en su tribuna del 10 de octubre, que Artur Mas es un genio. Le ha faltado señalar entre sus muchos “logros” el prodigio por el cual ni los medios ni en último término, la mayor parte de la ciudadanía, recuerda ya el famoso 3% que Maragall le echó en cara hace unos años en pleno debate parlamentario, y al que siguió una escandalosa omertà que se instauró por parte de los sectores estratégicos de la sociedad catalana. Debió de ser una quimera.
Los catalanes están en su perfecto derecho de reclamar la independencia por vías democráticas, pero han de considerar que ni ellos ni los políticos que les gobiernan difieren tanto de aquellos de los que pretenden distanciarse.
Los hechos no hacen sino poner a prueba conceptos que en un principio parecían dispares, pero que no dejan de ser lo mismo en el fondo. Nacionalismo e independentismo, cualquiera que sea el gentilicio al que se adhieran, no son más que términos manidos en boca de políticos que lo que buscan en el fondo es perpetuarse en sus privilegiadas atalayas.
Desde un punto de vista sentimental, conviene citar a Marjane Satrapi, cineasta iraní exiliada en Francia: “El nacionalismo es el peor error en el que podemos caer. Sentirse orgulloso de tus orígenes me parece ridículo. No podemos sentirnos orgullosos de algo de lo que no somos responsables”.— Daniel García.
