Fernando de Noronha, el paraíso al que aún no ha llegado internet
Lo primero que debería hacer por tanto es situarlo por si alguien no ha oído hablar antes de este remoto lugar: Fernando de Noronha es un pequeño archipiélago formado por 21 islas en el Atlántico sur, a unos360 kilómetros de la costa continental brasileira. Solo la isla grande, conocida con el mismo nombre que el archipiélago, está habitada. Unas 3.200 personas viven aquí con absoluta dependencia del continente: no se produce nada en Noronha más allá de pesca y un poco de agricultura de autoconsumo.
Lo segundo que debería decir es algo que llevo deseando contaos desde que el avión que me trajo de Recife dio una vuelta panorámica antes de aterrizar. ¡Noronha es una de las islas más bonitas que he visto en mi vida! Y he visitado unas cuantas gracias a mi trabajo. Díos mío, ¡qué paisajes! ¡qué playas! Y no estoy abducido por una especie de síndrome de Estocolmo.
Noronha es una archipiélago volcánico, restos de un viejo volcán que emergió hace millones de años desde 4.000 metros de profundidad para sacar su cresta erosionada por encima del oleajedel Atlántico sur. Hay un gran pináculo de basalto, el Morro de Pico, que se eleva por encima de la isla grande como un tótem de piedra visible desde cualquier punto. Ejerce una atracción magnética porque siempre está presente en el horizonte, pero cambia de forma y color según el lugar desde donde lo mire. Junto al Morro do Pico, otros pináculos menores personalizan el skyline del archipiélago y le dan un toque de misterio, un cierto halo de parque Jurásico pero con delfines en vez de dinosaurios.
Por debajo de ellos se abren playazos de interminable soledad rodeados de bosques de flamboyanes, mulungus y amendoeiras y de negras paredes volcánicas que contrastan con el dorado de la arena y el verde turquesa y el azul cobalto de las aguas. Y todo, sin un solo atisbo de urbanización, ni intervención humana que lo malogre.
Aunque Noronha vive del turismo, la mayor parte de su territorio está declarado Parque Natural Marinho y afortunadamente el gobierno brasileño mantiene un férreo control de entradas de turistas y nuevos residentes para que la población no se dispare ni la demanda supere a los escasos recursos isleños.
Por ejemplo: no puede haber dentro más de 600 turistas a la vez (se permiten picos de mil en casos muy concretos), los nacionales no pueden venir a vivir a Nornoha a no ser que se casen con alguien local o lleguen con un contrato de trabajo. Pero para contratar a un nuevo trabajador, antes hay que certificar que al que se le extinguió el contrato sale de la isla. Lo mismo ocurre con los bienes: si te quieres comprar un nuevo coche o una nueva lavadora, tienes que enviar el viejo al continente en barco. No se permite la construcción de macrohoteles o complejos turísticos y todo el alojamiento es en pequeñas posadas más o menos familiares e integradas en el entorno.
La basura no orgánica se lleva a Recife en barco y el agua se obtiene de una desaladora ya que no hay en superficie.
Como me contó alguien que la conoce bien: Noronha es una excentricidad en la historia de Brasil. Y aún hoy continúa siendo una bellísima excentricidad en medio del océano, un pequeño paraíso natural que fue usado como presidio durante 200 años.
Claro que, como casi siempre pasa, el paraíso tiene un precio. El “pero” de Noronha es que no es un destino barato. Pero ni para el turista ni para el residente. Todo lo que hay aquí, desde el agua embotellada a un tornillo hay que traerlo de Recife. Y eso se paga. También el hecho de que exista “númerus clausus” dispara los precios porque hay más demanda que oferta.
Pero de estas cosas, de Noronha como destino de buceo, del parque marinho y de los personajes que estoy encontrando por aquí hablaré en los siguientes post (lo digo sobre todo para esos intransigentes que se rasgan las vestiduras en los comentarios como si hubieras ofendido a la patria porque no cuentas todo lo que ellos consideran relevante sin darse cuenta de que esto es un blog, no una enciclopedia).
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