"Me gustaría morir en un subidón de felicidad"
Con 57 años recién cumplidos, Ángela Molina disfruta de un renovado éxito con 'Blancanieves' Asume el rol de abuela "como un tesoro" y reflexiona sobre llevar con naturalidad el apellido
Esta es la crónica de una entrevista interruptus. Interruptus porque el fotógrafo se las ve y se las desea para que Ángela Molina pose con tranquilidad en mitad de la madrileña Plaza de Oriente. No por culpa de la actriz, sino por la gente que para a saludarla. Le piden autógrafos, le hablan de su padre, “de esa película en la que hacías muchísimos personajes, esa de Buñuel”. Molina guiña un ojo. Porque la pareja se refiere a Ese oscuro objeto del deseo, en la que la actriz madrileña, que cumplió 57 años el miércoles, no solo no hacía varios papeles, sino que daba vida a su Conchita junto a otra actriz, Carole Bouquet: dos intérpretes para un mismo personaje. “Es la magia de don Luis, que marca el inconsciente del público para que cada uno recuerde lo que quiere”, dirá momentos después entre risas. Hay más interruptus: Molina acabará sentada junto al periodista en una mesa de espaldas a la calle, alejada de la vista. “Cada día se acercan a mí de una manera, pero no me importa porque me mantiene en comunicación con la gente. En realidad, mi vida ha sido siempre así. Ya desde pequeñita. Cuando me iba con mi padre a por el pan, volvíamos una hora después… y sin el pan. Mi padre era mucho padre. Así que entre sus fans y los que Dios me ha dado... No concibo la vida de otra manera. Y lo agradezco en el alma”.
Esos dos mitos, Antonio Molina y Luis Buñuel han marcado su vida. Ella imita la voz profunda y la sordera de “don Luis” y cuenta un par de anécdotas antes de reflexionar: “Son mis dos ángeles guardianes, dos leyendas que jamás se comportaron conmigo como tal. Yo los viví como personas que me querían y los he disfrutado como artistas”. Buñuel la definió como “el rostro de una virgen pagana”. “Decía unas cosas… Era siempre sorprendente. Desde por la mañana. Parecía que él abría el telón del día”. ¿Y su padre? “Vio Ese oscuro objeto del deseo y me dijo que estaba muy bien, pero que casi prefería no ver otro de mis filmes, a pesar de mis protestas cariñosas”.
Su hija, Olivia, la hizo abuela a finales de agosto y la actriz combina ahora su abuelidad con ser madre de críos pequeños (a sus tres vástagos mayores suma dos de su pareja actual, Pou Blakstad; un hijo adolescente y una niña de nueve años). “Casi todas las mujeres decimos lo mismo: la maternidad la descubres poco a poco con el primer hijo, y lo mismo sucede con ser abuela. Estoy en ese proceso de crecimiento. Nace la niña y no eres abuela de sopetón. No. Vas descubriendo a tu nieta, necesitándola cada vez más como si fuera un tesoro, te crea tu propia zozobra… Se disfruta sin límites”.
Eso de ser Molina, ¿no asusta? Cada movimiento es escrutado inquisitivamente, y sus alegrías y deslices aireados a los cuatro vientos por la prensa del corazón. “Los Molina nos necesitamos mucho unos a otros. A lo mejor yo soy muy inocente, y no me percato de ese escrutinio en nuestra vida. Recuerdo que en el colegio, religioso, nos echaban la culpa de todo: mis hermanos llevaban el pelo largo, nosotras las faldas cortas, éramos hijos de artista… Tampoco me dolió. Es cierto que ahora muchas veces pago con tarjeta de crédito, no me piden el DNI y pienso: ‘Ya es tarde para escaparse sin pagar’ [risas]. No te puedes confundir con otros, para lo bueno y para lo malo”.
Trabajo no le falta. Blancanieves, la película donde comparte protagonismo con Maribel Verdú, Inma Cuesta y Macarena García se ha llevado la Concha de Plata a la Mejor Actriz (para esta última) y el Premio Especial del Jurado en el reciente festival de San Sebastián y representará a España de cara a los próximos Oscars. Ha estado en las dos temporadas de la serie Gran reserva (“La tele me conecta con la gente joven”), ha estrenado también Miel de naranjas, protagoniza la nueva campaña de otoño-invierno de Loewe, sigue rodando fuera de España... Es más, habla usando de vez en cuando palabras en inglés. Blancanieves, de Pablo Berger, le está dando alegrías. El jueves estará en su estreno en Los Ángeles. “Me encantó la anterior película de Pablo, Torremolinos 73, el candor con el que contaba una historia que podría haber sido tenebrosa. Y eso se quedó en mi recuerdo, como alguien a quien seguir. Cuando llegó la propuesta, acepté sin dudarlo”.
A Molina le dio igual que Blancanieves fuera muda o en blanco y negro. “El trabajo es el mismo. Para mí todos son iguales: no encuentro diferencias entre televisión, teatro, cine mudo o sonoro. A la hora de la verdad, todo depende de la sensibilidad del director”. En el filme, Molina es madre de Inma Cuesta y abuela de Blancanieves (encarnada por dos actrices): el parecido entre las cuatro es asombroso. “Para mí al final es un mismo personaje femenino, una figura absolutamente sana que evoluciona en el tiempo y en la historia como nosotros recordamos nuestras familias: como una línea continua”.
A pesar de intentar no destriparla, la actriz se emociona recordando el final, “un homenaje al amor; una sorpresa poderosa y humilde” y la sensación que vivió al verla por primera vez: “Me desarmó, me sentí como una niña”. Por cierto, su hija pequeña ya la ha visto. “No le gusta que me muera en pantalla, como tampoco que me bese con alguien. Cuando ve algo así, sale corriendo a abrazar a su padre [risas]. En fin, me gustaría morir como en este filme, en un subidón de felicidad, bailando y cantando en un celebración familiar, sin casi darme cuenta”. ¿Delante de los suyos? “Bueno, solo por ellos me echa para atrás”.
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