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Deporte para aguantar en política

Del ping pong de Rubalcaba, a las caminatas de Rajoy, pasando por el baloncesto de Obama, el fútbol de Hollande y el senderismo de Merkel

Barack Obama hace fondos en la Casa Blanca.
Barack Obama hace fondos en la Casa Blanca.KEVIN LAMARQUE (REUTERS)

Los políticos adoran el deporte. Saben que fomentarlo entre la población es una forma de ahorrar en Sanidad, y no hay nada más rentable en términos de votos que arrimarse a los triunfadores en las grandes competiciones de fútbol, tenis o baloncesto. El tema se vuelve más espinoso cuando se trata de escoger el deporte que practican ellos mismos. Porque, algo hay que hacer como ejercicio, en estos tiempos en los que se exige ejemplaridad absoluta a los políticos.

No animó precisamente a sus votantes el expresidente de la Generalitat de Cataluña, José Montilla, cuando confesó ingenuamente, en vísperas de las últimas elecciones al Parlament, que no practicaba ningún deporte. No es que haya que lucir abdominales perfectos como el expresidente José María Aznar, pero hay que mantener el tipo en todos los aspectos.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, medita los ajustes y sopesa los pros y contras de solicitar el rescate, mientras camina a buen paso por los jardines de La Moncloa. Andar una hora y media al día (siempre que esté en Madrid), es el ejercicio que practica Rajoy, en su juventud, ‘pivot’ del equipo de baloncesto de su colegio, los jesuitas de León, y gran aficionado al ciclismo.

También desde el entorno de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, aseguran que se mantiene en forma caminando. Más original, el secretario general del PSOE, y líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, juega al ping pong. A Rubalcaba, que en sus años de estudiante fue velocista, y al que los excesos deportivos del pasado, según confesión propia, le han pasado factura después, le gusta también nadar y caminar.

¿Y qué hacia Artur Mas para enfrentarse al estrés en sus años de candidato a la Generalitat? Ir andando de su casa a la oficina, según declaró en la campaña electoral de 2010, además de acudir al gimnasio un par de veces por semana. A Mas, rico de familia, se le ha visto también esquiando, y disfrutando del mar a bordo de un barco privado. Con los tiempos que corren, los políticos tiran a la baja cuando se trata de hablar de sus aficiones deportivas, no vayan a dar una imagen que pueda considerarse elitista. La canciller alemana, Angela Merkel, austera donde las haya, practica el senderismo.

El presidente de los Estados Unidos Barack Obama, el golf y el baloncesto. Golfistas expertas son la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y la exsecretaria de Estado americana, Condoleezza Rice. A ningún político con ambiciones de llegar lejos se le ocurriría confesar una afición al polo, por ejemplo. O practicar la doma clásica de caballos. Al candidato republicano Mitt Romney, le ha costado más de un disgusto la afición ecuestre de su esposa, Ann, copropietaria de una yegua de raza, Rafalca, que participó en los Juegos Olímpicos de Londres, precisamente en esa especialidad de doma clásica.

Comentaristas políticos de izquierda y de derecha le han reprochado a Romney su relación, siquiera indirecta, con una actividad que cuesta, dicen, entre 50.000 y 70.000 euros al año, y que no tiene siquiera un nombre en inglés. Se utiliza el término francés dressage para designarla, lo que, a priori, no parece el mejor pasaporte a la popularidad en ese país. El expresidente francés, Nicolás Sarkozy, que bien podría haber probado suerte en el dressage, se contentó con cosas tan comunes como el ciclismo y el running.

Su sucesor en el cargo, François Hollande, que fue delantero en el club de fútbol de Rouen, su ciudad, hace algunas décadas, mantiene esa afición. Hay que suponer, que como espectador. Nunca se le ha visto correr en pantalón corto, camiseta y deportivas como a Sarkozy o a Bill Clinton. Y es que a Hollande, pese a las diferencias ideológicas, le ocurre como a Rajoy, que esté donde esté, practique lo que practique, mantiene siempre la severidad del hombre de despacho.

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