Siguiendo el Níger (6): Nigeria, en la cueva de Alí Babá
Autor invitado: Ginés Casanova Baixauli (*)
Otras entradas de esta serie: 1, 2, 3, 4, 5
Puedes sentarte con un amigo que sepa de África (que sepa un montón) y decirle que es un continente peligroso, que allí nadie tiene nada que perder y que la vida no vale nada para nadie, que te matarán por robarte el bocadillo. Se va a reír –te lo advierto-, se reirá. Luego te calmará, te explicará que eso es ridículo, te dará su recetario de África (este es el mío y vamos por la sexta entrega, ubícate).
Pero si preguntas por Nigeria, tu amigo, el amante de África, podría –es una posibilidad- cambiar de cara, empezar por susurrar algo sobre unas estafas, sobre algún secuestro, sobre atentados (cómo sucedió ayer mismo), guerras por petróleo bombas por Alá hienas que sus dueños pasean como si fueran terriers por Lagos city Lagos island Lagos Lagos no la portuguesa, la del Algarve no, ya quisieras, la de Nigeria.
Calle de Kano, en el norte de Nigeria. Fotografía de AP, de una galería en el Washington Post sobre el aumento de los islamistas de Boko Haram en la zona y sus atentados contra todo los occidental, incluída la educación.
Supón que después de eso quieres seguir yendo a Nigeria a ver por ti mismo qué se cuece en el gigante africano. Kano, por ejemplo. Decides empezar por Kano, que te coge más cerca de la ciudad de Zinder (Níger), a donde te han traido los últimos 5.000 kilómetros de un viaje por África occidental que baja un río que no has visto en cinco días y ya ni sabes dónde queda. Así lo tienes planeado, vas a cruzar una frontera llena de militares nigerianos, golpistas natos, cobradores de impuestos a medida del cliente, seguratas de la Shell con armamento pesado.¿Quién no tiene una historia en la frontera? (pues tú, por ejemplo, porque contigo fueron muy majos). Empieza a temblar, mai fren, que te vas a Nigeria.
Te han metido en la cabeza que hay que tener cuidado, así que conviertes todo tu dinero real en un puñado de cheques de viaje. Los Traveller’s Cheques son inútiles en África occidental, pero son seguros (pero son inútiles). Aunque hasta ahora has salvado todos los escollos, aquí vas a tener que probar que sabes lo que te haces. Sales por la puerta principal de tu hostal, paras una okada, empieza la jornada.
7:30 a.m. Hadejia Road
Lo primero es lo primero: cambiar los cheques de viaje en nairas, la moneda nigeriana. Llegas a Hadejia Road, ahí te han prometido encontrar todo lo que necesitas: International Bank for West África, Guaranty Trust Bank, Diamond Bank, EcoBank , Zenith… Solo tienes que entrar en cualquiera de ellos, cambiar dos o tres cheques y pasar el resto del día deambulando por la ciudad, preferiblemente por el mercado. En todos los mercados hay gente con ganas de conversar y ventiladores. Pero ya llevas tres bancos. Cada uno de ellos te manda a la oficina internacional del banco de al lado. Tú has averiguado a la primera que en Nigeria nadie trata con cheques de viaje, pero cada vez que lo das por hecho te ponen a un tío delante asegurándote que el del banco de al lado sí lo hace, que ese sí y, como siempre, te sale más a cuenta creer que casi lo has resuelto (claro, ya estás hecho un experto en lances africanos) que asumir que te estas quedando sin dinero, que tienes apenas unas nairas para resolver este marrón y que después solo serán los 70 euros que guardas en el hostal, esos que siempre son para después, que son dinero dinero y en África, con dinero, todo es posible. Pero solo con dinero.
- Yo creo que eso se cambia sin problemas en Wapa”.
- ¿Y cómo llego? ¿Está muy lejos?
- No – te responde el agente internacional de First Bank- solo tienes que parar una moto y decirle que vas a Wapa.
Él sabrá dónde llevarte.
Pregunta del millón: “Así que en cualquier oficina de ese banco me cambian los cheques, ¿no?”
Pero el móvil del agente suena, él saluda con respeto a la persona que llama y ahí termina la conversación. Te despides (el agente te ignora, al teléfono) y pones rumbo al Wapa Bank.
10:30. Postales desde Kano
La moto cruza a toda velocidad Hadejia Road. En tres minutos quedan atrás todas las oficinas que has visitado en las últimas 2 horas y media. El moto-driver no habla inglés:“Wapa! Bank called Wapa!” (“Wapa! Un banco que se llama Wapa!”), le dices. Mirada de asombro de Mr. Moto-driver. Simplificas tu sintaxis: “Bank-name-Wapa”. Mr. Moto-driverasiente. Sabes que no ha entendido nada, pero tampoco tienes prisa, hay toda una ciudad por ver y te queda dinero para dos viajes más en okada. Una fortuna.
Ya lleváis un par de vueltas y sabes que el motorista se ha perdido: no sabe dónde está el Wapa Bank. Kano, con sus cuatro millones de habitantes y sus más de mil años de historia, hace las presentaciones. Cuando empiezas a circular de una calle a otra, comprendes enseguida por qué en los países vecinos se habla siempre con respeto de Nigeria. Siempre hay adjetivos superlativos en esas conversaciones. Los pequeños puestos callejeros de todo el oeste africano dejan aquí paso a edificios de tres o cuatro plantas, en los que se ven tiendas y oficinas, oficinistas ocupados en sus escritorios, bísnesman apresurados por las calles. Bueno, cálmate, también viste cosas parecidas en el centro de Bamako y Niamey, incluso en Freetown, pero, ¿dónde se han metido los puestos de la calle? Los restaurantes ambulantes, las señoras con su olla, los carpinteros… no ves nada de eso en el centro de Kano. Solo carteles luminosos y neones en los que todo tiene en el nombre palabras como “internacional”, “global”, “mundial”, “exportación”. No estás en la Castellana, OK, pero aquí tienes que dejar en blanco el diccionario africano y empezar a definir otra vez las cosas. Este país es distinto.
Parada repentina. El chófer consulta en hausa. Gente que se entiende. El otro tipo te mira: “Wapa Bank, cambiar dinero”. La cosa se explica rápido. Mr. Moto-driver recibe indicaciones y acorta camino.
Después de 200 metros, entráis en un atasco. Repasas de memoria todos los atascos que has visto en tu vida, todas las crónicas de viajeros que has oído o leído sobre el tráfico en Nairobi, en Bombai, en Ciudad de Guatemala o Lima… Tienes delante todos los clásicos, no faltan ni el caos, ni el calor, ni ruido intenso de las máquinas. Pero algo se te escapa, algo está fuera de su sitio, y por fin lo ves: aquí hay personas atrapadas entre el humo de los escapes. Donde quedaba un espacio para pasar, se colocó una moto que tampoco consiguió seguir adelante y, detrás de la moto, llegó un autobús que le impide retroceder. Y por ahí andan, dos o tres transeúntes desperdigados en un pequeño laberinto de 15 o 20 metros cuadrados, esperando a que alguien mueva ficha, a que se abra un pequeño espacio para colarse y cruzar el resto de la calle. Pero sin mostrar impaciencia ni indignación. Es posible sospechar hábito en su actitud, costumbre. Vas a necesitar un adjetivo superlativo para esto. Uno nigeriano.
11:15. Wapa Bank
Al salir a una gran avenida, Moto-driver se da la vuelta: “Wapa”. Fin del trayecto. Se te ocurre que no es ahí. Mira, Moto-driver, entendemos que estés cansado y que te quieras marchar. Pagas y agradeces el paseo. Te dispones a buscar el banco.
De inmediato llegan varias personas. “Bienvenido, sígame”. “¿Wapa Bank?”, “Claro, es aquí”. Pero no te conducen a ningún banco, sino a una tienducha pequeña y oscura donde se venden tuberías. “Siéntese”.
[“Nigeria en la cueva Alí Babá” terminará en la próxima entrada de la serie Siguiendo el Níger]
(*) Ginés Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viajó en 2007 por varios países de África occidental, después de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los años anteriores. La travesía, algo más de siete mil kilómetros, pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Malí, Níger y Nigeria, y encontró su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y geógrafos que en el siglo XIX arriesgaron (y perdieron) sus vidas en curso del río Níger.
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