_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Siguiendo el Níger (IV): en tierra de Azawad

Autor invitado: Ginés Casanova Baixauli (*)

África, Malí, Sahel, Níger, Sáhara, Azawadlo geográfico se confunde con las líneas dibujadas por los hombres. Se confunde en el número 94 de Friedrichstrasse en 1885 en nombre de la civilización. Se confunde en la sede del gobierno de Mali en 1963 en nombre del desarrollo. Lo confunden hombres llegados a “la tierra de transhumancia” en 2012 que traerán la justicia divina. Hombres que deciden por los hombres del Azawad en cualquier tiempo y lugar.

Creo que nadie me corregirá si digo que conocí la zona en mejores tiempos. Salí con algunas impresiones, aunque las notas de esas fechas son breves: “Hoy, tras un par de días bajando el Níger, piso el límite septentrional. A las puertas del Sáhara, ya en pleno desierto, Tombuctú me admite (y yo la tolero)”. No son las palabras de un entusiasta. En la ciudad, preparada para alojar a los miles de turistas que la visitan cada año, se respiraba un ambiente diferente al de otros lugares en los que me había sentido mejor acogido.

Foto Comprenderelayer.

Me encontraba, no obstante, en una de las escasas paradas planeadas de antemano; los primeros planes de viajar por África ya incluían visitar el fondo Kati. Protegido por la Junta de Andalucía y gestionado por los descendientes de la familia Kati, alberga documentos y objetos que relatan, tan lejos de casa, el exilio a Tombuctú de esta familia andalusí (y de su improbable árbol genealógico, que empieza en Asturias con Pelayo y llega a Tombuctú, pasando por Sevilla y Sara la Goda) en el siglo XV. En el lado norte, opuesto al puerto de Kabara, el desierto se abre con brutalidad ante a ciudad. Por él llegaron los Kati. Todavía hoy sirve para comercializar la sal de las minas que se explotan arena adentro. Esas rutas transaharianas son las que hicieron de la ciudad uno de los centros comerciales más prósperos de la Edad Media bajo el auspicio del Imperio Songhay y las que acabaron por despertar en Europa la noticia de una mítica ciudad con calles enladrilladas en oro, poderosos príncipes y florecientes universidades.

Los grandes exploradores que en los albores del siglo XIX consiguieron llegar confesaban su decepción. En el lugar rubricado por aquellas leyendas sólo había un puñado de calles enrevesadas y polvorientas, donde apenas se podía respirar a la hora en la que el sol empieza a coger fuerza.

Foto Maliymas.

Mucho tiempo después, los visitantes internacionales que llegaban a Tombuctú seguían a la caza del mito, y con frecuencia acababan aguándose la fiesta con expectativas desbordadas. Un belga que conocí brevemente -trabajador de las petroleras del delta en vacaciones- solo supo quejarse del calor, de la suciedad de su hotel y del aspecto de la ciudad. También una española que encontré en el caserío de los Kati hizo un retrato algo romántico de la ciudad en el que Tombuctú aparecía como un rincón asilvestrado y sin recursos. Pero lo cierto es que Tombuctú vivía un buen momento en el año 2007. Si bien no con oro, las calles estaban de cuando en cuando adoquinadas, y se veía hoteles, restaurantes, algún cibercafé y copias chinas de las mejores marcas de ropa. La gente manejaba dinero por encima de la media nacional y se notaba, lo que no impedía que las dificultades siguieran alcanzando a muchos. Aunque la rebelión tuareg se había movilizado de nuevo tras más de una década, las noticias del conflicto venían de muy lejos y de más al este, en Gao, hasta donde pocos pretendíamos llegar. Los turistas paseaban por la ciudad, y lo único que recordaba a un conflicto armado era el monumento a la paz levantado cuando se quemaron, en 1996, tres mil fusiles a las puertas del desierto.

Quizás para mí y para los chicos, que traíamos recorridos más largos y habíamos estado en sitios más pequeños y menos visitados, resultara más fácil encontrar el esplendor de esta nueva Tombucú que levantaba la cabeza sobre su pasado. Luke e Ilona terminaban con su viaje una estancia de dos años en Ghana, tras participar en un proyecto de formación de personal sanitario en el servicio público ghanés. Cruzamos nuestros caminos unos días antes, en Sevaré, una noche (para mí, al menos, mítica) en la que coincidimos ocho o diez internacionales con diferentes motivos y destinos para el viaje. En aquella cena, todos compartíamos una voluntad por mirar con cierta normalidad lo que nos rodeaba; sin mitos, sin folclore. Relatamos otros viajes, compartimos planes, información sobre el camino y hasta medicinas. Al día siguiente, Luke, Ilona y yo decidimos viajar juntos hasta Tombuctú. Ellos, en aquel punto habían dejado atrás Benín para llegar, por Niamey y Gao, al puerto donde podrían navegar el río hasta llegar a Tombuctú. Aquella última parada de su viaje les separaba por unos días de Bamako y de su vuelo a Casablanca, donde dispondrían de unos días de descompresión -me explicaba Luke- antes de regresar a Gales y a Escocia, respectivamente.

Aquel fue un encuentro afortunado. Bromas a cada minuto, largas conversaciones, formas parecidas de vivir el viaje… la mejor compañía para las siguientes jornadas río abajo hasta Tombuctú. Ya entonces estaba convencido de que nos volveríamos a ver, y así ha sido. Los días que pasamos juntos me ayudaron a recordar que no hay viaje que pueda hacerse por completo en solitario. Cuando uno abre la puerta de su casa, no hace más que dirigirse hacia otras personas que caminan, también sin saberlo, hacia el punto donde todos debemos encontrarnos. Y ese, quizás, sea el viaje que uno emprende.

Después de 5 o 6 días juntos, la segunda noche de Tombuctú, nos despedimos para emprender caminos muy distintos: ellos se adentrarían en el desierto durante tres días con un guía que habíamos conocido en el barco de Mopti a Tombuctú. Nos reíamos porque tenían ganas de hacer la excursión… pero, para simplemente adentrarse en la arena, se veían obligados a aceptar un paquete completo de personas, comidas, collares, vasos de té, abuelas y hasta granos de arena con autenticidad étnica certificada. Para ellos, la única autenticidad que merecía la pena era la de los amigos que habían dejado atrás en Ghana: sus familias, sus casas, sus problemas y alegrías. La autenticidad de la vida normal, que sucede a veces a la luz (o a la sombra) de las tradiciones, y a veces en ritmos que a todos nos resultan familiares, seamos de donde seamos. Pero querían ir, y asumían para ello la tortura de lo auténtico.

Por mi parte, mi viaje había comenzado seis semanas antes en Sierra Leona y hacía solo unos quince días que había entrado en Malí por la frontera con Guinea Conakry. Era el momento de decidir si intentaba navegar el río hasta el final, atravesando Níger y Nigeria, o si seguía los consejos de todos los que me habían indicado destinos en Burkina, Benín y Togo. Lo único claro era que debía llegar a Lagos antes del 22 de diciembre, para volar a Londres a tiempo de cenar en casa el día 24. Aún faltaban más de 5 semanas. El tiempo que compartí con los chicos fue determinante para tomar una decisión: muchas personas se ganaban en ese momento la vida en Tombuctú como intermediarios, sacando algún dinero por conducir a los visitantes extranjeros a un hotel, un restaurante o a cualquier otro servicio que alguien ofreciera. Tenía sentimientos contradictorios hacia ellos; comprendía la necesidad de cada persona de resolver el día como mejor se pueda, pero quería volver a ser tratado con la distancia que se da a los desconocidos. En cierta manera, quería ser invisible: disfrutar de la conversación casual esperando la tortilla con mayonesa, volver al rito de explicar mi viaje, preguntar por el lugar, escuchar la historia que cada uno tenga para contar. En Tombuctú, esto era imposible. Cada encuentro, para alguien de paso como yo, se convertía en una argumentación comercial. Legítimo, pero insufrible. Sabía que en muchos de los lugares que me habían indicado encontraría situaciones parecidas. En cuanto a mi segunda opción, no sabía nada de Níger y, más allá de eso, Nigeria me llenaba de inquietud. Lo hablé durante días con Luke e Ilona; sopesamos los riesgos y las oportunidades y me deje animar por ellos para hacer lo que más me llamaba: seguir río abajo hasta el Delta. Navegar el Níger, pasara por donde pasara.

Ahora miro con cariño a toda esa oleada de intermediarios –los profesionales, los oportunistas y los aprendices de ambos-, que poblaban Tombuctú. Entonces, un puñado de internacionales en safari de lo auténtico se sentían sus víctimas. Hoy, desocupados y desplazados de la vida de la ciudad por los defensores de otra ley, me parecen lo genuino de Tombuctú. Esos hombres cargados con decenas de ofertas para gastar el dinero alrededor de mezquitas, jaimas y dunas de arena (casi siempre ante buena comida y agua fresca) me parecen ahora, a unos pocos días de la fundación del estado islámico de Azawad, una gentil rareza del pasado.

(*) Ginés Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viajó en 2007 por varios países de África occidental, después de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los años anteriores. La travesía, algo más de 7000 km., pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Malí, Níger y Nigeria, y encontró su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y geógrafos que en el s. XIX arriesgaron (y perdieron) sus vidas en curso del río Níger.

Otras entradas de esta serie: Lumley Beach, No tan lejos, Bamako, la ciudad eléctrica.

Comentarios

Has visto el edificio mas grande de africa?? es increible¡¡ esta en un artículo que esta publicado¡¡http://goo.gl/GbaMz
Es increible. Mucho panfleto turístico y poca información. Ahora mismo se está destruyendo en Tomboctú uno de los patrimonios más importantes de la humanidad: tumbas, pero sobre todo manuscritos que en contienen la historia de África pero también de la Europa Medieval, del Oriente Próximo, de las religiones, del comercio... es increible que no haya una sola noticia en este periódico y sí pamplinadas sobre el fútbol y la corruptela endémica. Para más inri, este artículo se ilustra con un manuscrito, más moderno y de mucho menos valor que lo que se está destruyendo ahora mismo, ahora mismo. ¿Periodistas? Permítanme que me ría. Da asco.
Señor Ginés: la creación de Azawad no es una diversión ni un partido de la eurocopa. Lxs Touaregs de todo el planeta anhelamos tener un país, nuestro, y lo hemos conseguido. Si fuimos capaces de eludir a Francia y sus devastadores ejércitos coloniales ¿cree que nos dará miedo volver la espalda a un puñado de salafistas mugrientos?
Se me olvidab: "no estamos para safaris de guiris noi para internacionales, sabemos construir un Estado solitos....
Cogió un artículo viejo, o copiado de sus alumnos como suele ser frecuente en las universidades españolas, colocó "Azawad" y se desentendió. A esto se le llama "oportunismo tendencioso aprovechando una situación coyuntural".... ¡Gensanta! como dicen las señoras de Forges.
Has visto el edificio mas grande de africa?? es increible¡¡ esta en un artículo que esta publicado¡¡http://goo.gl/GbaMz
Es increible. Mucho panfleto turístico y poca información. Ahora mismo se está destruyendo en Tomboctú uno de los patrimonios más importantes de la humanidad: tumbas, pero sobre todo manuscritos que en contienen la historia de África pero también de la Europa Medieval, del Oriente Próximo, de las religiones, del comercio... es increible que no haya una sola noticia en este periódico y sí pamplinadas sobre el fútbol y la corruptela endémica. Para más inri, este artículo se ilustra con un manuscrito, más moderno y de mucho menos valor que lo que se está destruyendo ahora mismo, ahora mismo. ¿Periodistas? Permítanme que me ría. Da asco.
Señor Ginés: la creación de Azawad no es una diversión ni un partido de la eurocopa. Lxs Touaregs de todo el planeta anhelamos tener un país, nuestro, y lo hemos conseguido. Si fuimos capaces de eludir a Francia y sus devastadores ejércitos coloniales ¿cree que nos dará miedo volver la espalda a un puñado de salafistas mugrientos?
Se me olvidab: "no estamos para safaris de guiris noi para internacionales, sabemos construir un Estado solitos....
Cogió un artículo viejo, o copiado de sus alumnos como suele ser frecuente en las universidades españolas, colocó "Azawad" y se desentendió. A esto se le llama "oportunismo tendencioso aprovechando una situación coyuntural".... ¡Gensanta! como dicen las señoras de Forges.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_