¿Esperanza Aguirre, mujer al fin?

Ella, la incombustible Esperanza Aguirre, la política más importante de la democracia española, ¿ha sucumbido a la llamada familiar que parece que solo los oídos femeninos están capacitados anatómicamente para percibir? Ella, que se incorporó al trabajo nada más ser operada de un tumor mamario sin permitirse siquiera un descanso de un par de días para tratar de asimilar lo que implica en lo más íntimo de un ser humano la palabra cáncer, ¿echa de verdad de menos a su familia? ¿Es creíble que desee cuidar de sus nietos cuando apenas puede contener las lágrimas al anunciar que deja la política porque reconoce cuánto la necesita? Difícil respuesta, que probablemente solo Esperanza Aguirreconoce y que quizá todavía le atormente a ratos la duda sobre si ha hecho lo que más satisfacción personal puede reportarle.
Como política mujer, la expresidenta de la Comunidad de Madridha sido contradictoria. Ha negado las cuotas que muchas mujeres consideran un mal menor necesario para combatir la inercia del poder masculino; pero se ha rodeado de mujeres en la primera línea de combate en el Gobierno yen los puestos técnicos en la trastienda.
No ha menospreciado jamás a una mujer en público -sí lo ha hecho, con sus indiscreciones a micrófono abierto, con sus compañeros varones-; no ha cuestionado, como hizo su correligionaria Ana Mato, que la violencia machista siempre es de género, no doméstica. No ha respaldado esa sádica medida de su también correligionario –aunque menos- Ruiz Gallardón para que nazcan niños irremediablemente enfermos que sufrirán toda su vida tanto como sufrirán sus padres. (¿De verdad este señor espera que alguien le haga caso en tan cruel disposición? ¿De verdad cree que los ciudadanos siguen siendo súbditos obligados a plegarse ante las ocurrencias de sus más iluminados gobernantes?). Esperanza Aguirre nunca le tragó.
Pero esa señora a la que no se le conocen actitudes abiertamente antifeministas no dudó ni un segundo en mantener en su puesto a un alto cargo condenado por acosar sexualmente a una secretaria, a la que amargó literalmente la vida. No escaqueó horas, ni minutos siquiera, a su hiperactiva agenda de trabajo para cuidar a un familiar enfermo; ni lamentó, como le ocurre al 99,99% de las mujeres que trabajan, no poder llegar a tiempo a su doble tarea, o al menos no llegar a hacer bien ninguna de las dos. No. Ella daba apariencia de perfección. Dentro de casa y fuera de ella. ¿Problemas con la conciliación? ¿Y eso qué es? “Yo puedo con todo”, parecía decir con su actitud.
Sin embargo, ha alegado motivos familiares para marcharse (los motivos políticos, sus cada vez más insalvables discrepancias con Rajoy, eranun secreto a voces). Quizás el cáncer, silenciado en su interior con la huida hacia delante de su frenesí laboral, le ha enseñado con rudeza cuán vulnerables somos, qué frágil es la especie humana. La muerte en menos de un año de dos amigas suyas por cánceres no cogidos a tiempo como el suyo habrá ahondado en esa verdad eterna. Y es entonces cuandose engrandece el papel de la familia, de los amigos, se multiplica el poder sanador de los afectos, se echa de menos laexperiencia fascinante de ver crecer a un niño.
¿Mujer, al fin, la incombustible Esperanza Aguirre?
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