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Díez se gana en silencio la Casa de Alba

Alfonso Díez llegó a la vida de la duquesa con todos los hijos de ella en contra Hasta que doña Cayetana puso orden, repartió su herencia en vida y él rechazó el título Al año de su boda, el exfuncionario se revela como una fuerza estabilizadora en la familia

La duquesa de Alba y Alfonso Díez, paseando por Sevilla dos semanas después de contraer matrimonio, en octubre del año pasado.
La duquesa de Alba y Alfonso Díez, paseando por Sevilla dos semanas después de contraer matrimonio, en octubre del año pasado.GTRESONLINE

Él, de gestionar arreglillos en su mesa del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) y evadirse obsesivamente con el cine, ha pasado a fotografiarse con Tom Cruise y que le ofrezcan hacer crítica de películas en la prensa. Ella, de la silla de ruedas y la voz de pajarillo herido y susurrante quejándose de que sus hijos no la entienden ni la hacen caso, ha pasado a echarse un baile flamenco memorable en la alfombra que la llevó al altar y bañarse en las Baleares con biquini. Los dos disfrutan sin lugar a dudas de una mejor vida. Juntos.

Alfonso Díez, de ser ese presunto cazadotes ante el que unos hijos aterrados por el currículo amoroso de su madre –tan temperamental, impulsiva y torrencial como una estrella de Hollywood y con tres matrimonios a la espalda– ha pasado a ser ese intruso a quien se acaba cogiendo cariño: “Hemos conectado”, declaraba en Vanity Fair finalmente Cayetano Martínez de Irujo, el hijo guapetón y jinete, como firmando públicamente la pipa de la paz al menos con un sector de los vástagos.

Después de la que se montó con la boda. Un año de amor ha sido este, en el que, desde que se casaran en Sevilla el 5 de octubre del año pasado, a Alfonso Díez le ha ido tocando salvar escollos y abriéndose puertas. Pero el hombre a quien su esposa saca 25 años se ha colocado como un profesional en su sitio y ha jugado pulcramente un impecable papel institucional como nuevo duque consorte.

En ese entramado de minifamilia real que es la Casa de Alba, junto a la matriarca, que es la persona con más títulos nobiliarios del mundo, el recién llegado no ha chirriado ni dado que hablar en ninguna de sus apariciones públicas. Se escabulle como nadie, pasea como nadie, mantiene el discreto segundo plano como nadie. Una bendición.

Que había que acudir al entierro de Manuel León, el chófer de toda la vida en representación de la firma Alba, acudía. Que había que hacer la gira conjunta por los palacios de la familia favoritos de su esposa, se trasladaba uno por uno: de San Sebastián a Marbella y luego a Ibiza para recalar después en Dueñas, Sevilla, donde residen oficialmente disfrutando, entre otras cosas, de su año de excedencia en la Administración. Ni una mala o buena palabra ha salido de su boca. Comparado con los tonos en los que habitualmente se engarzan su amante esposa y madre, los hermanos, las nueras y los yernos entre sí, quien realmente parece aristócrata es él.

La duquesa de Alba legó a su hija Eugenia (a la izquierda) la casa de Ibiza, donde acudió también junto a su nieta, Cayetana, de 13 años (derecha), en agosto.
La duquesa de Alba legó a su hija Eugenia (a la izquierda) la casa de Ibiza, donde acudió también junto a su nieta, Cayetana, de 13 años (derecha), en agosto.GTRESONLINE

Menuda adquisición para la casa. Aquel chavalillo, hermano de Pedrusco, el más amigo de todos los amigos que tuvo en vida Jesús Aguirre, anterior esposo de Cayetana, y que ahora se ha empeñado también en montar un anticuario para emular a su hermano, ha resultado ser ideal e incluso ejemplo de las nuevas formas que deberían imperar en su entorno para los más íntimos y cercanos.

Una vez quedaron por escrito la partición de los bienes, las sociedades, las tierras, las casas –que ascienden a un valor nebuloso que se encuentra entre los 600 y los 3.000 millones de euros–, una vez quedó claro que él se conformaba con no valerse de ningún título nobiliario y, eso sí, su sueldo vitalicio (que supondrá un piquillo más que los 1.500 euros que ganaría en la Administración Pública como funcionario nivel 18), el nuevo duque consorte era sin duda, por escrito y con las cosas firmadas, bienvenido a la casa. Y además, sobre todo, cumplía un papel fundamental. Cuidar a mamá.

Ahora están encantados. Como sus amigas, completamente entregadas a su sentido del glamour discreto, su aire de lord muy acorde con su anglofilia y sus detalles incesantes. Hablan todos públicamente maravillas de él. Salvo Jacobo Siruela, el hijo editor, hoy propietario junto a su proscrita esposa en la casa, Inka Martí, de la prestigiosa y exclusiva editorial Atalanta. Este no suelta prenda ni a favor ni en contra y es, siempre fiel a otro aire más bohemio e intelectual, quien más alejado parece del circo de la España cañí que tiende a atraer como un imán a casi todo el resto de la familia.

Sus otros hermanos, en cambio, han pasado de torcer el ceño a alabarlo públicamente sin problemas. Incluso a considerarlo uno de los suyos encomendándole cada vez más representaciones públicas. Él lo mismo borda las recepciones dentro del mundo de la moda, los toros, el flamenco, la cultura, las ONG y la banca en los bufés al aire libre veraniegos del Palacio de Dueñas que su medida emoción ante el Cristo de los Gitanos en Semana Santa. Lo mismo sujeta a su esposa el abanico en La Maestranza y asiste a un estreno de los Morancos que disfruta de un encuentro en San Sebastián con Plácido Domingo y comparte tranquilamente mesa y mantel con Carlos de Inglaterra. Ambos –los compromisos cantan– representan como pocos una viruta inconsciente de lo que podemos considerar posmodernidad.

Comparado con los tonos en los que habitualmente se engarzan su amante esposa y madre, los hermanos, las nueras y los yernos entre sí, quien realmente parece aristócrata es Díez

La aclimatación ha sido fácil. Como bien llegaba a la conclusión Cayetano en Vanity Fair: “Vamos, en general, cuando se trata de mejorar, el ser humano se adapta fácil, ¿eh?”. No ha sufrido, como podría muy bien haber ocurrido, una especie de síndrome Letizia. Pongan por caso que muy bien se podía haber dado. Porque el salto resultaba de considerables dimensiones. Ejemplo: de pegar sellos o cuidar la fotocopiadora en la mesa del organismo público a viajar en pos del arte –una pasión compartida por la pareja– por Italia, Jordania, París y Estambul, hay un recorrido en el que algunos pueden arriesgarse a perder la cabeza.

Y analizado en general, este recién llegado, se ha imbuido más del seso que necesita una casa poco adaptada a la cruda realidad que cualquiera de sus miembros. Les da mil vueltas. Porque en ese denodado esfuerzo por acercarse a la plebe, los herederos han ido dando palos de ciego. No servían sencillamente solo las intenciones. O les fallan sus asesores de comunicación, si es que los tienen.

No basta abrir los salones del Palacio de Liria para eventos, como tienen previsto los propietarios. Ni las exposiciones como la que finalmente mostrará distintos tesoros de su patrimonio en la sede del Ayuntamiento de Madrid en Cibeles –esta sin ánimo de lucro, tan solo cubriendo los gastos– si luego, ese venenoso y habilísimo reportero con aspecto de santo de barrio que es Jordi Évole te sorprende en su programa Salvados con el pie cambiado y pilla a Cayetano diciendo que entre Andalucía y Salamanca hay otra mentalidad a la hora de trabajar, como dice el patrón.

Entre otras cosas, ahí quedaba al descubierto que la casa de Alba contaba con tres millones de euros en ayudas de la Unión Europea: “Hombre, es que disponemos de 25.000 hectáreas en toda España”, se justificaba Martínez de Irujo, obsesionado por rentabilizar el patrimonio. Y añadía: “Nosotros no nos hemos arruinado porque no somos ricos”. La frase podría entrar en los anales del delirio a lo Cristiano estoy triste Ronaldo. Tiene miga. O manda huevos, que diría Trillo Figueroa.

Pero ha habido más sombras en este intenso año de amor y lujos. Incluso pese a que vayan diciendo que necesitan cash, una tendencia muy común entre los aristócratas desde que la impusiera Tita Cervera y vendiera un constable por unos 25 millones de euros, números redondos.

El primer susto lo dio Eugenia Martínez de Irujo. No pudo acudir a la boda de su progenitora por los estragos que le causó una varicela traidora que obligó a la pareja a trasladarse a Liria para visitarla en Madrid nada más casarse. Pero eso no ha sido lo peor. Lo peor, también por parte de Eugenia, viene con el disgusto que tiene su madre por la lucha legal que mantienen ella y Fran Rivera por la custodia de su hija, Cayetana, de 13 años. La abuela Cayetana se ha manifestado públicamente y ha apoyado ante el juzgado la versión de su niña. De seguirle plaza por plaza incluso después de que se divorciara de su hija, ha pasado a retirarle la palabra.

Un otoño movido

Mientras Alfonso Díez acondiciona la casa que ha adquirido en Sanlúcar de Barrameda (para cuyo pago, ha asegurado, ha solicitado un crédito que avala con su piso de Madrid), los hijos de la duquesa afrontan un agitado inicio de temporada. Eugenia conserva la custodia de su hija hasta el arranque del juicio a principios de noviembre, Carlos presenta la exposición ‘El Legado Casa de Alba’, que se podrá ver en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Madrid a partir del 1 de diciembre, y Cayetano se deja ver cada vez más con su exmujer, Genoveva Casanova.

Quizás para aislarse de ciertas tensiones, Alfonso ha decidido invertir. Hay que pensar en el futuro, con la que está cayendo. Se ha comprado una casa de trazo gaditano en Sanlúcar de Barrameda con dos plantas y unos 200 metros cuadrados que actualmente tiene en obras. Más que casa es palacete con una solera de 150 años de antigüedad y un patio donde se conserve la fresca. Queda a un paseo de la playa y, eso sí, toca reformar por dentro y por fuera.

Buen balance este año para la pareja, pese a las sombras. Ni Alfonso ha resultado el gigoló con riesgo de escandalera que todos esos matrimonios en ciertas esferas y tamaña diferencia de edad pueden provocar, ni los hijos han seguido a la gresca después de que hasta Carlos, el heredero del ducado de Alba, aceptara ser padrino de bodas junto a la madrina y amiga íntima de Cayetana, Carmen Tello.

Ella ha recuperado su salud admirablemente y bien aconsejada por su marido –que la convenció cuando eran novios para someterse a una operación cerebral que le ha permitido recuperar la movilidad–, trota hoy por el mundo y sus posesiones con la difícil sencillez que todos reconocen en quien pese a todo es –no se me mareen– cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa, además de ser catorce veces grande de España. Ahí es nada.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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