“España, tenemos que hablar”
Así se empiezan muchas de las conversaciones de pareja en las que una de las partes plantea o bien el final o bien un cuasi ultimátum. Las razones pueden ser variadas: desenamoramiento, desacuerdos varios, cambios en el entorno o las condiciones… Exactamente como me siento yo. España, esa pareja que no siempre ha caído bien entre mis amigos, entre mi familia. Cada vez que yo te defendía con un “en realidad, no la conocéis bien, tiene muchas cosas buenas”, tú volvías a hacer algún desdén hacia ellos. Pocas veces hiciste algún gesto afable por entender la otra lengua que hablamos en casa, nuestro carácter, nuestra “sequedad” de trato. Cuando parecía que por fin os acercabais, os entendíais y apreciabais más, cuando parecía que podíais llevaros bien mi entorno y tú, España, yo era feliz. Porque no tenía la necesidad de estar decidiendo constantemente a quién prefería: si a mi pareja o a mi familia; a mamá o a papá. Porque no tenía que plantearme qué escoger, simplemente tenía las dos cosas, con lo bueno y lo malo de ambas, que tanto nos enriquece a los catalanes, pero también al resto de españoles. Pero llegó el momento de las dificultades. Y ante la llamada de los míos a cerrar filas, a hacer piña y mirar adelante, justo cuando más necesitaba que mostrases tu mejor “yo”, esa España abierta, tolerante, inclusiva que respeta e incluso se enorgullece de su diversidad, la volviste a fastidiar. Me dejas sin argumentos, querida. Cada vez me cuesta más defenderte.
Por eso te digo: “Tenemos que hablar”.— Sonia Andolz-Rodríguez.
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