La Bienal útil
Puente peatonal de Joäo Carrilho da Graça y Afaconsult sobre el valle de Carpinteira, en Portugal.
Ahora que la Bienal de Venecia ha optado por llevar a la arquitectura que allí se expone por los mismos derroteros paradójicos que buena parte del arte contemporáneo -que muestra, por ejemplo, las viviendas de los sin techo dentro de sus salas pero prohíbe el descanso de los sin techo en los alrededores de sus edificios- sería absurdo no aprovechar el momento para ofrecer otra visión de la misma realidad.
La ocasión, no de reivindicar solemnemente, pero sí de discutir y analizar humildemente otro tipo de arquitectura, con otros arraigos, otras circunstancias, muchas veces otro tipo de objetivos y casi siempre cantidades muy distintas de presupuesto, la ha venido ofreciendo, durante quince años, la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. El Ministerio de Fomento español la puso en marcha en 1998 y, como demostró en la efervescencia de ideas, testimonios y propuestas de la pasada edición de Medellín y en la expectación de esta última celebrada en Cádiz, el intercambio de información ha calado y cala en ambos lados del Atlántico.
El camino no ha sido fácil. Buscando el diálogo, pero sobre todo tratando de aportar, la propia Bienal ha sabido infligirse un proceso de depuración de castas, amiguismos e imposturas estableciendo cambios y turnos entre delegados, comisarios, jurados y coordinadores y, fundamentalmente, tomando la palabra -pidiéndola y ofreciéndola- durante los encuentros bienales destinados a discutir las aportaciones, las obras y las ideas de los diversos países. El panorama hoy es amplio. Y queda, naturalmente, trabajo por hacer en la propia organización. Pero es importante haber ido perfilando un objetivo común: aprender de situaciones diversas para poder reaccionar ante los continuos cambios que agitan hoy nuestra sociedad y nuestras ciudades. Por eso en un momento como el actual, en el que tantas ciudades europeas se están convirtiendo en el parque temático de su propia historia y tantas metrópolis latinoamericanas están creciendo precipitada y desordenadamente, resulta fundamental no perder el vínculo de las BIAU, que ofrece, cuanto menos, una visión distanciada y que puede permitir que en el futuro los errores de arquitectos, políticos y ciudadanos sean otros, en lugar de los mismos, ya cometidos en otros países.
Que la falta de información no sea una excusa para hacer un mal uso de la arquitectura justifica, más que nunca, la continuidad de las reuniones que, bienalmente, se suceden en una ciudad latinoamericana. Que los arquitectos puedan medirse con colegas que trabajan con otras culturas, otras tradiciones, otros presupuestos, otras tecnologías y otros contextos es fuente de enriquecimiento para los arquitectos y, por lo tanto, debería serlo para nuestras ciudades. Pero, además, que la Bienal haya decidido esforzarse por romper la endogamia que caracteriza al mundo de la arquitectura abriéndose a las opiniones y visiones de los ciudadanos –con la nueva iniciativa Vídeourbana por ejemplo- demuestra cómo, lejos de convertirse en museo, la BIAU quiere ser un espacio para el civismo.
Desaprovechar la ocasión que, sin querer, ofrecen desde Venecia, orientados hacia la museificación de la arquitectura, para encender la luz sobre la suma de culturas y tradiciones que ofrece la arquitectura latina sería de tontos. Dilapidar el patrimonio de quince años de esfuerzo por conocerse y aprender sería imperdonable. Por eso, cuando hoy se clausure la VIII Bienal Iberoamericana en Cádiz sería un mal síntoma que no se anunciara, como siempre ha sucedido en las anteriores ediciones y como sucede en los grandes eventos transnacionales, la sede de la próxima BIAU. Los arquitectos y los obreros lo saben, pero el resto de las personas también: cuesta mucho construir las cosas y muy poco, a veces basta con no hacer nada, destruirlas.
Nota:
La Fundación Caja de arquitectos ofrece la descarga gratuita del catálogo de la Bienal.
Babelia
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