Arquitectura y agua
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FOTOS: Duccio Malagamba
En 1969 Frank Perry filmó a Burt Lancaster nadando, largo tras largo, en las piscinas de sus supuestos vecinos. Basada en un cuento de John Cheever, la película El Nadador trazaba así un recorrido acuático por la vida de las personas. Casi dos horas de metraje permitían observar cómo el ex trapecista refrescaba su cuerpo del calor del medio día y también cómo este se encogía cuando el atardecer enfriaba el ambiente. No les puedo proponer un recorrido de tan larga distancia. Ni siquiera una zambullida colectiva. Pero sí les ofrezco que refresquen la mirada por las que podrían ser algunas de las piscinas más sobresalientes del mundo. La elección es plural. Durante el mes de agosto verán aparecer en este blog piscinas privadas y públicas, albercas grandes y pequeñas, balsas recientes y también inolvidables. El criterio ha sido el de las ideas que las sostienen. Y algo más. En todas ellas se podría dar uno un baño memorable. Les invito a votar su favorita. Salpicarse va incluido en el juego. Para quien las tenga, felices vacaciones.
1-La piscina es el mar El principal atributo de las piscinas Leça de Palmeira que Álvaro Siza levantó en 1966, junto a su primer proyecto, el restaurante Boa Nova en la costa de Oporto, es que resulta difícil distinguir la frontera entre el mar, las rocas y las piscinas. El proyecto trató de salvar el paisaje, de limitar la intervención en el lugar, es cierto, pero también buscó reducir los costes y fue uno de los primeros en indagar el tratamiento de suelos que requiere una arquitectura topográfica, más orgánica que moderna. El trabajo no fue fácil. El propio Siza pasó allí horas, días, marcando las formaciones rocosas que debían arropar su proyecto, que debían permanecer en el nuevo paisaje. El resto lo hizo el hormigón. Los muros de este material penetran en el mar y suceden a las formaciones rocosas urdiendo una sensación de continuidad, de paisaje ininterrumpido. Una rampa desciende de la Avenida y se adentra en la línea de costa para ocultar vestuarios y accesos. Ese descenso construye una serie de muros zigzagueantes que ocultan las duchas y parecen contener la arena. Con el tiempo, el hormigón ha adquirido el tono de la arena y cada vez cuesta más distinguirlo de las rocas. Sin embargo, la función de ese descenso permanece inalterada desde que las piscinas se abrieron al público hace más de treinta años: la rampa aparta la vista del agua, la posterga, e invita a mirar el cielo antes de poder acercarse al mar. La decisión que hay detrás de estas piscinas es drástica. Pero, como en todos los trabajos de Siza, esa rotundidad está acompañada de gestos sutiles. Las cubiertas de cobre tienen el tono verdoso del agua y un puente de hormigón y rocas conduce hasta la piscina para los niños. Ese puente tiene una altura que recuerda al visitante que aquello es territorio infantil.
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