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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irak se desangra

Un Gobierno dividido y sectario es incapaz de contener el terrorismo que encabeza Al Qaeda

Los ataques terroristas múltiples en Irak no son una novedad. Tampoco su recrudecimiento ocasional, sobre todo tras la retirada estadounidense, hace medio año, del país árabe invadido. Pero sí lo es el nivel de intensidad y coordinación que vienen alcanzando en las últimas semanas. El lunes pasado, en la jornada más sangrienta en dos años, murieron más de 100 personas en atentados simultáneos en 14 ciudades, ataques prácticamente anunciados por la rama local de Al Qaeda y reivindicados después por la organización —Estado Islámico de Irak— que cobija a la franquicia terrorista suní. En dos meses, el terrorismo, no solo de Al Qaeda, se ha cobrado más de 500 vidas y ha dejado miles de heridos.

Esta oleada de muerte, que evoca los peores años y cuyo blanco primordial son chiíes y fuerzas de seguridad, no solo hace un espejismo de la supuesta pacificación de Irak, objetivo prioritario del primer ministro chií Nuri al Maliki. Demuestra también la incapacidad de sus fuerzas de seguridad y cuestiona la misma viabilidad de un Estado invertebrado y absolutamente vulnerable, cuyas instituciones la mayoría de los iraquíes consideran inservibles y corrompidas. La intensificación de la guerra civil en la vecina Siria —donde la mayoría suní aglutina la rebelión contra la opresora minoría de origen chií— emponzoña más la situación en Irak y alienta tanto a Al Qaeda como a otros sanguinarios fanatismos islamistas.

Irak ha sido eclipsado por las convulsiones de otros países árabes. Ese velo, también informativo, ha alentado la ficción de que el país teóricamente unificado vivía una suerte de normalidad política, apoyada en la existencia de una coalición de chiíes, suníes y kurdos en la que los primeros llevan la voz cantante. La realidad es que en el Gobierno de supuesta unidad nacional que preside el autoritario Al Maliki cada grupo persigue obcecadamente su propia agenda. Y, como consecuencia, el Ejecutivo está instalado en una crisis permanente —sobre todo tras la desaparición del valladar estadounidense— en la que no han dejado de crecer las tensiones étnicas y confesionales, agravadas por la complicidad entre los diferentes credos y las milicias armadas que les son afines.

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En esta convivencia irresuelta y sectaria medra el insoportable terrorismo que amenaza sepultar las esperanzas que se concibieron sobre un Irak nuevo.

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