La justicia global funciona
El TPI no es "ad hoc", sino universal y permanente, para perseguir a los autores de los peores delitos: genocidios, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra.
En vísperas de abandonar la Casa Blanca, en diciembre de 2000, Bill Clinton firmó el tratado fundacional del Tribunal Penal Internacional (TPI). Explicó que, si hubiera rehusado hacerlo, “la Historia” le habría “juzgado duramente”. Bosnia y Ruanda ya habían pasado por ahí. Después de tantas atrocidades, la movilización de las naciones había terminado por alumbrar una nueva manera de luchar contra la impunidad: la creación de un tribunal que no es ad hoc, sino universal y permanente, para perseguir a los autores de los peores delitos: genocidios, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra.
El TPI inició sus funciones en julio de 2002. Tiene diez años. Todavía es muy joven para una jurisdicción que altera las viejas concepciones. (...) El martes 10 de julio pronunció su primera condena: 14 años de prisión contra Thomas Lubanga, antiguo jefe guerrillero de la República Democrática del Congo. El mensaje se dirige a todos los mandan grupos armados que cometen actos abominables: un día, habrá que rendir cuentas.
(...) El tribunal no es universal. Ciento veintiún Estados lo reconocen. Pero EE UU, a pesar del gesto de Bill Clinton y de las esperanzas depositadas en Barack Obama, continúa sin ratificar el tratado. Ni India. Ni Israel. En el mundo árabe, solo Jordania y, desde hace poco, Túnez. Rusia y China se mantienen al margen. (...) El tribunal es como una espada suspendida sobre la cabeza de los dictadores. Un instrumento a preservar y defender a cualquier precio.
París, 12 de julio de 2012
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