Cinco lugares que no deberías perderte en la Costa Brava
Estoy de viaje estos días por la Costa Brava. Y aunque este celebérrimo tramo del litoral catalán cuentan con aberraciones urbanisticas donde si entrara la piqueta a saco y las derribara para construirlas de nuevo, ganarían (Lloret de Mar o Platja d'Aro, por ejemplo), también ofrece aún rincones maravillosos donde la locura del ladrillo no consiguió acabar con la magia de lo natural.
Estos son algunos de ellos:
Un lugar lleno de magia y con una fuerza que parece salir del fondo de la tierra. Del mismo lugar que salieron las negras rocas que dan forma a este paraje singular, el extremo oriental de la península ibérica. El lugar donde los Pirineos se rinden por fin al mar. No es de extrañar que se rodará aquí la película “La luz del fin del mundo”, con Yul Briner y Fernando Rey. Los haces destellantes del faro barren la negritud del cabo como aspas de un molino de luz. Un inglés que quedó colgado de estas soledades compró la vieja casa de carabineros junto al faro y montó en ella un restaurante de aires bohemios en el que deleitarse con un curry o una cerveza bien fría mientras el ocaso se adueña de este paraje irreal.
Si quieres huir de playas atestadas y clásicas, sigue con el coche desde Roses en dirección a Cala Montjoi, bien por la carretera asfaltada clásica o por la pista del Camí de Ronda que sale desde La Almadraba hacia Punta Falconera. Varios senderos señalizados entre pinadas y roquedos bajan hasta calas de piedra que solo se pueden ganar en barco o a pie; el agua allí es tan transparente como la de una piscina. Una de ellas es cala Rustella (la de la foto), poco antes de llegar a Cala Montjoi (donde estaba El Bulli), muy apreciada por nudistas. Tras cala Montjoi la pista de tierra continúa hasta cala Jòncols y pasa por otras muchas encantadoras zonas de baño poco atestadas (menos en domingos de temporada alta, en los que la marabunta llega a cualquier lado; ya no quedan paraísos secretos, aviso).
Cuesta creer cómo los monjes benedictinos lograron levantar un edificio de semejante envergadura en la ladera de una montaña, a 520 metros de altitud, y en la muy lejana Edad Media. Aún hoy, cuando subes en coche los 8 kilómetros de cuestas y revueltas que separan el monasterio de Sant Pere de Rodes de El Port de la Selva, solo el hecho de llegar allí se antoja una verdadera aventura. San Pere de Rodes fue uno de los centros de poder político, económico y eclesiástico de Europa entre los siglos XII y XIII. De aquella época es el campanario románico que sobresale entre las encrespadas cuestas de la montaña y la soberbia iglesia de la foto, única en el mundo, con manifiestas influencias romanas. Como tantos otros monasterios, cayó en el abandono y solo una ingente rehabilitación finalizada en 1999 le devolvió parte de su antiguo esplendor. Una visita más que recomendable.
No está en la Costa Brava sino en la comarca de La Garrotxa, en el interior, pero es una excursión clásica y muy recomendable si te alojas en el litoral. Santa Pau ofrece un precioso casco urbano medieval conservado casi a la perfección; si no fuera por la cantidad de coches que llena la plaça Major, te creerías teletransportado en el túnel del tiempo. Y menos masificado que el vecino Besalú. Encontraréis muchas tiendas donde comprar fesols (alubias) de Santa Pau y ratafía de Olot. Y un buen sitio para comer, Cal Sastre, en los soportales de la placeta dels Valls.
En la Costa Brava hay cientos de sitios para comer malos y caros; normal en una comarca que lleva viviendo décadas del turismo. Pero afinando un poco también se pueden encontrar locales estupendos donde comer buenos pescados, buenos suquet de peix o buenos arroces. Uno de los mejores que me he tomado estos días es el arroz caldoso que hacen en La Terrassa d’Empuries,en San Martí d’Empuries, un pequeño pueblecito junto a las ruinas de la ciudad romana. Un festín de sabor por 18 € la ración. Aún me resuena también en las papilas gustativas el arroz con bogavante que probé en el restaurante El Far, en el faro de San Sebastiá, de Llafranc; éste con el valor añadido además de tener una de las mejores vista de todo el litoral gerundense.
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