Desafiando a Putin
Solo la democratización de Rusia detendrá las movilizaciones populares contra el presidente
Que Vladimir Putin, pese a su mano dura, no ha conseguido disuadir a los rusos de pronunciarse en su contra resultó evidente ayer en Moscú, con decenas de miles de personas coreando en un céntrico recorrido “Rusia será libre mañana” y pidiendo, en una marcha autorizada, el final del largo reinado del líder ruso. La multiplicación astronómica de las multas por manifestarse sin permiso (entre 60 y 100 veces más), aprobada contrarreloj por el Parlamento la semana pasada, y los registros domiciliarios y el hostigamiento de conocidos opositores, la víspera de la marcha, no han logrado el efecto buscado, sino el contrario.
Ni el presidente ruso, que el mes pasado comenzó un nuevo mandato, esta vez de seis años, ni el sistema político a su medida, que ha controlado férreamente desde 1999, han tenido nunca el menor instinto democrático. Su identidad autocrática se manifiesta tanto en Rusia como en su acción exterior. Pero si Putin toleró antes de su reciente reelección algunas de las mayores protestas contra su persona —iniciadas tras el fraude electoral en las parlamentarias de diciembre pasado—, ahora ha decidido ponerles coto de manera contundente. El pretexto de la draconiana norma firmada el viernes, que se pretende acompasada a moldes europeos, es impedir la violencia callejera. Pero la arbitrariedad y discrecionalidad con que las leyes suelen ser interpretadas en Rusia hace de ella una formidable palanca represora en manos del Kremlin.
La oposición rusa está todavía en mantillas y carece de líderes indiscutidos o que puedan hacer sombra al hombre que durante los últimos 12 años ha hecho y deshecho a su antojo. Pero el mayor problema de Putin, un incondicional de la estabilidad a toda costa, es que su país se aleja rápidamente del que dejó en 2008, cuando por imperativo constitucional abandonó la jefatura del Estado y asumió la del Gobierno, en un impresentable trueque de sillones con Medvédev de nuevo repetido.
En Rusia, como señalan las sostenidas y crecientes protestas callejeras, ha emergido una desafiante sociedad civil, básicamente urbana e históricamente anestesiada, que exige libertades y hace imposible ya seguir manteniendo el corrompido tinglado que rige el país. El autoritario Putin sabe que sin sustanciales concesiones a la democratización rusa no agotará el largo mandato que acaba de iniciar.
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