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Tribuna
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¿Deben nuestros dirigentes boicotear la Eurocopa de Ucrania?

¿Deben nuestros dirigentes ver los partidos en Ucrania? Mientras Yulia Timoshenko siga en la cárcel, no.

Timothy Garton Ash

¿Deben asistir nuestros dirigentes a los partidos de fútbol que se celebrarán en Ucrania dentro de la Eurocopa 2012 que comienza la semana que viene? ¿O deben boicotearlos en protesta por el encarcelamiento por motivos políticos de la líder de la oposición, Yulia Timoshenko, la corrupción mafiosa que envenena el país y el racismo violento de sus hinchas de fútbol? ¿O deben asistir pero exigir una entrevista con Timoshenko o hacer algún otro gesto de protesta?

Todo parecía muy distinto hace cinco años, cuando se concedió el campeonato a la candidatura conjunta de Polonia y Ucrania. Entonces, seguía identificándose a Ucrania con la revolución naranja. Se esperaba que la Eurocopa 2012 le animara a seguir los pasos de Polonia en su “vuelta a Europa”. Pero ha ocurrido todo lo contrario: Ucrania ha avanzado sin cesar en la dirección equivocada.

Timoshenko no es ningún ángel, pero la farsa de su juicio y su encierro actual en la cárcel de Jarkiv, una de las ciudades que van a albergar el campeonato, son un ejemplo de puro matonismo. El analista político ucraniano Mykola Riabchuk dice que el presidente Víktor Yanukóvich persigue “una venganza al estilo de la mafia”. También se podría decir “al estilo de Donbass”, la dura región industrial del este de Ucrania en la que creció, que se caracteriza por esa forma de hacer política. Oír a Yanukóvich justificar el encarcelamiento haciendo referencia a la independencia judicial y el Estado de derecho, como le oí yo en un encuentro a principios de este año, era estar ante un homo sovieticus al que ni siquiera se le daba bien mentir. En otras conversaciones privadas anteriores había asegurado a los dirigentes polacos y de otros países europeos que iba a cambiar la ley o encontrar alguna otra solución al problema de Timoshenko; de modo que sabía, y nosotros sabíamos que sabía, y él sabía que sabíamos que sabía, que estaba mintiendo como un bellaco.

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¿O sería mejor decir que mentía como un oligarca? Es difícil saber hasta qué punto el hecho de que Yanukóvich no haya cumplido sus promesas electorales es producto de su temible y obstinado empeño en eliminar a una rival política, o más bien consecuencia de la implacable hostilidad hacia Timoshenko que muestra el oligarca Dmitri Firtash [vean los artículos http://www.guardian.co.uk/world/2010/dec/01/wikileaks-cables-russian-mafia-gas y http://www.guardian.co.uk/world/us-embassy-cables-documents/182121], de quien se dice que es uno de los principales patrocinadores del presidente. La empresa de Firtash, RosUkrEnergo, fue la que resultó perjudicada por el acuerdo sobre el gas que firmó Timoshenko con Vladimir Putin y por el que ahora sufre castigo. Por supuesto, él diría que actuó como hombre de negocios y en interés de Ucrania.

Nuestro objetivo debe ser castigar al presidente Yanukóvich, no al pueblo ucraniano. ¿Pero cómo?

Pero más grave que el sucio pasado y la sucia venganza posterior es el sucio presente. Un funcionario de la UE dice en privado que Ucrania es un país en plena transición de una economía oligárquica a una economía mafiosa. Según una lista de millonarios de Forbes, el hijo mayor de Yanukóvich, Oleksandr, en teoría dentista, tiene una fortuna de 99 millones de euros. Incluso si viviera en Estados Unidos, eso le convertiría en el dentista más caro del mundo. Pero claro, él también es un hombre de negocios, y es posible que todo ese dinero sea resultado del trabajo honrado y un talento comercial incomparable.

La presunta corrupción llega hasta los exorbitantes precios de las habitaciones de hotel en algunas de las ciudades anfitrionas de la Eurocopa, que movieron al presidente de la UEFA, Michel Platini, a hablar de “bandidos y estafadores”. Y, como mostraba un reportaje reciente en la BBC, más le vale a cualquier aficionado al fútbol que tenga la piel oscura mantenerse apartado de los hooligans ucranianos. “Quédense en casa, véanlo por televisión”, exclamó el antiguo capital de la selección inglesa Sol Campbell, después de ver las escandalosas imágenes de violencia racista en el estadio del FC Metalist en Jarkiv.

Podrían pensar ustedes que los líderes polacos, en el país que vivió la experiencia del sindicato Solidaridad, deberían recordar lo marginados que se sentían en los años ochenta, cuando los líderes de Europa occidental, y en particular los políticos alemanes, visitaban a sus opresores, y ahora deberían ser los primeros en proponer que nadie vaya a Ucrania. Pues no. Por el contrario, la semana pasada, el primer ministro polaco, Donald Tusk, regresó de la cumbre informal de la UE diciendo que había convencido “a casi todos” sus colegas europeos para que asistieran a los partidos en Polonia y Ucrania. “Casi” es mucho decir. Aunque la mayoría de los dirigentes de la UE se reservan por ahora su postura, los presidentes de la Comisión Europea y el Consejo Europeo han dicho que no piensan ir. El presidente francés, François Hollande, y el alemán, Joachim Gauck, han dado fuertes indicios de que lo más probable es que no asistan.

Es decir, parece casi que los alemanes se comportan como los polacos y los polacos como los alemanes. Hay que mantener un diálogo constructivo; la diplomacia discreta es mejor que la de megáfono; si no, el país se verá empujado otra vez a caer en brazos de Moscú: todos esos son los argumentos que les oíamos utilizar a los políticos alemanes en los años ochenta, cuando ignoraban a los disidentes polacos.

Pero los polacos también tienen hoy otros argumentos mejores. Uno es específico de su situación: no pueden boicotear un campeonato del que son coanfitriones (¡Por favor, no vengáis a nuestra fiesta!) Pero eso no quiere decir que tengan que presionar a otros dirigentes de la UE para que visiten Ucrania.

El argumento polaco es que hay que encontrar unas medidas, tanto simbólicas como prácticas, que marquen una clara distinción entre Yanukóvich y Ucrania. Algunos ucranianos están de acuerdo. “¡Boicot a Yanukóvich, no a los ucranianos!”, escribe el distinguido historiador y comentarista Jaroslav Hrycak. La propia Timoshenko declaró a un parlamentario polaco que la ha visitado que está en contra del boicot; claro que habría que ver qué otra cosa podía decir sin empeorar su propia situación y sin dar pie a que Yanukóvich la calificara de traidora ante la opinión pública de Ucrania.

Lo difícil es cómo van a hacer las autoridades europeas para dejar clara esa diferencia entre el malvado presidente y el noble país. ¿Van al partido pero no le dan la mano a Yanukóvich ni se sientan en su palco? El protocolo diplomático no lo va a permitir, y a la televisión ucraniana, afín al régimen, le bastará con que se les vea próximos a su amado líder. ¿Ir, pero ofrecer una rueda de prensa en la que hablen con firmeza sobre el caso Timoshenko, los derechos humanos y la corrupción en Ucrania? Muy bien, pero ¿cuánto de eso le llegaría al ucraniano medio que ve la televisión? ¿O intentar el malabarismo propuesto por el ministro del Interior alemán, Hans-Peter Friedrich: ir, pero solo con la condición de poderse entrevistar con Timoshenko?

No existen reglas universales para decidir si hay que boicotear un acto cultural o deportivo concreto, ni la Eurocopa 2012, ni los Juegos Olímpicos de Moscú y Pekín, ni el reciente Festival de Eurovisión en un país todavía más represivo y corrupto, Azerbaiyán. La peculiar circunstancia de Polonia impide que la UE adopte una postura única al respecto. Por tanto, cada dirigente tendrá que actuar por su cuenta.

Resulta interesante ver que, en un artículo publicado en www.guardian.co.uk [http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2012/jun/01/euro-2012-poland-ukraine-donald-tusk] al día siguiente de que apareciera allí mismo la presente columna [http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2012/may/30/ukraine-euro-2012-cameron-tymoshenko], Tusk matizaba su postura y escribía: “La Eurocopa 2012 se organiza para los aficionados al fútbol, no para unos políticos cuya presencia en los estadios es innecesaria”.De modo que la canciller alemana Angela Merkel tendrá que tomar una decisión muy difícil si Alemania llega a la final.

Es posible que el primer ministro británico, David Cameron, y el ministro de Exteriores, Wiliam Hague, se ahorren estos angustiosos dilemas morales gracias a la actuación de la selección inglesa. Ahora bien, si Inglaterra llega a los cuartos de final en Ucrania, y Timoshenko sigue en la cárcel, creo que no deberían ir. De todas, formas, no está claro que ese tipo de turismo deportivo-político sirva de mucho, no es más que una pequeña vacación encubierta bajo una pátina diplomática, y tienen cosas más importantes que hacer en casa, como salvar la economía británica. ¿Qué es lo que arriesgan si no van? ¿Tal vez que el presidente Yanukóvich boicotee los Juegos Olímpicos de Londres en venganza? Ojalá.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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