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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El riesgo del fútbol roto

En un espectáculo pagado a precios astronómicos no vale solo con ganar

MARCOS BALFAGÓN

A los que creen que el fútbol es un arte ahora por el azar, pero sobre todo por el dinero, no les ha podido extrañar que al final de la Champions más rara de la historia reciente se hubiera impuesto el fútbol roto, o rompedor, del Chelsea. De esa manera, rompiendo el fútbol donde este nace, el equipo inglés que ahora ha batido al Bayern en la tanda de penaltis, derrotó en la semifinal al Barcelona. Y el Bayern acabó con el Real Madrid también gracias al más azaroso de los avatares del balompié. Frente al imponderable del catenaccio, que la modernidad no ha podido arrinconar, y ante la evidencia de que un penalti depende hasta del ruido en un estadio, no importan ni la estrategia, ni la táctica, ni siquiera el humor de entrenadores o de futbolistas.

Ganó el Chelsea, pues, tras la sucesión de partidos en los que la desigualdad de equipos, de tácticas y de presupuestos, pusieron de manifiesto que el fútbol no es una ciencia, y mucho menos es una ciencia exacta.

Pero como no es sino un juego, este se prolonga en las adivinaciones que ahora se inclinan por creer que triunfará el fútbol malo. Como ganó el fútbol roto, y adusto, antipático, del Chelsea, ya circula por los mentideros universales del fútbol la especie de que se está inaugurando un nuevo ciclo, que garantiza la victoria de los que dan patadas y anulan el porvenir del juego exquisito. Esta mercancía averiada la compran los que creen que de esa manera se establece la primacía de la fuerza sobre la decencia de la elaboración, de la creación de belleza en el espacio destinado a dirimir las diferencias entre unos y otros. Y ese supuesto hay que eliminarlo desde la crítica del gusto.

En el tiempo de la globalización del fútbol como una de las más atrayentes artes deportivas, cuyo sitio ya no es la cancha sino el espectáculo televisado, hay que avisar contra esta tendencia del todo-vale-para-ganar; los entrenadores, los futbolistas, pero sobre todo los espectadores, deben reclamar de los clubes el espectáculo que ahora se paga a precios astronómicos.

Jugar para ganar, sin crear belleza, está al alcance de la mediocridad del catenaccio; ganar jugando es lo que demanda el fútbol si este quiere progresar siendo delicado.

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