_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Buenos días

Autor invitado: Nuno Cobre

LEVANTA LA MANO. En medio del juicio, el hombre de pendiente dorado levanta la mano y le pide al juez que le deje ir al baño un minuto. El juez mira a los dos policías y luego concede con una leve afirmación de cabeza. En la aldea que encuentras a las afueras de la capital siguen hablando de la mujer de vestido rosa. La misma que pasó por aquí para dejar la caja de cartón en medio de un descampado marrón y extraño. El abogado de corbata acaba de entrar en una habitación sin ventanas diciendo que no entiende nada. Un hombre de placa dorada le ha dicho que se siente y se limite a contestar las preguntas. El empresario industrial Grendulyt se rasca su calva cuando recibe una llamada telefónica y cuando escucha la voz al otro lado de la línea, palidece.

En la calle los niños juegan al fútbol y corretean por todos lados chillando y dándole patadas al balón. En los bares suena Amadou & Mariam y centenares de africanos bailan alrededor de cervezas y vino de palma. Siempre el tráfico y la gente buscando la vida: los cocos, el mango, los neumáticos que ruedan y ruedan.

El hombre de pendiente dorado se dirige al baño escoltado por los dos policías. Uno de ellos abre la puerta y empuja al acusado dentro de los servicios con desprecio. Los policías se quedan afuera sabedores de que el hombre de pendiente dorado no puede escapar. Un Peugeot destartalado y envuelto en una nube de humo deja a la mujer del vestido rosa en la aldea. Ésta mira a todos lados y comienza a caminar muy deprisa portando una caja de cartón. El abogado de corbata les invita a pasar a su despacho y a continuación le ofrece un caramelo a la hija de su cliente, una niña de cinco años que lleva un lazo rosado en el pelo. El abogado mira a la niña e imita a un elefante abanicando sus manos sobre sus sienes. La niña ríe, la madre también ríe e informa que ha de salir a comprar algo y que no tardará.

A las doce del mediodía, Grendulyt llama al director del periódico más influyente del país y con voz firme, y con voz temblorosa, acusa al jefe tribal de comerciar con máscaras africanas y de llevarse una buena cantidad de dinero por ello. La noticia sale en la portada de la edición de tarde. A las doce de la noche, Grendulyt se dirige a un hotel con una botella de Ron Pompero casi vacía en la mano. Al hombre de negocios le acompaña una mujer que no para de carcajear y reír groseramente por la calle. Grendulyt avanza entre tambaleos y también suelta risotadas y otros ruidos. Mucho ruido.

Por la avenida principal flanqueada de palmeras y acacias circulan varios coches nupciales ataviados de ribetes azules, turquesas y dorados. Los amigos de la novia y del novio van diciendo que hoy empieza una nueva vida para la pareja, una vida de felicidad, hijos y prosperidad. Se ayudan en la euforia de unos altavoces que despiden el Waka Waka, de Shakira, que hace sonreír y bailar a más de uno, a más de cuarenta, a toda la calle. Los pequeños comerciantes venden cacerolas, platos, llaveros y ves como el mundo se mueve. Ves como el mundo se está moviendo.

El hombre del pendiente de oro ha dejado una hojilla de afeitar sobre el lavabo y luego se ha quitado los zapatos, los calcetines, los pantalones y la camiseta hasta quedarse en calzoncillos. En unos calzoncillos amarillos. El hombre del pendiente de oro se sienta debajo del lavabo y no recurre al retrete para expulsar los excrementos que salen de su ano sino que deja que estos se desparramen por el suelo. La mujer del vestido rosa sigue caminando deprisa, vuelve a mirar para atrás y se da cuenta que ya casi nadie la ve. Está muy lejos. El abogado mira a la niña de cinco años durante varios segundos. La niña también lo mira un poco con la boca abierta y ojos nerviosos. El abogado se levanta de su asiento con la agilidad de un gato y se sienta al lado de la niña desde donde puede observar mejor las piernas que salen de la falda blanca y corta de la impúber. Grendulyt cree ver algo, una mujer, una botella de ron, pero realmente lo que está sintiendo es un corte en el brazo, un escozor que lacera como el beso de un escorpión. Todo se ve borroso. Ahora.

En la calle, Anthony le dice a sus amigos que ha encontrado trabajo como contable en un banco. Los amigos lo celebran abrazándolo y gritando hurras. Anthony dice que hace unos años hubiese sido imposible encontrar un trabajo como este en un sitio como este. Y mientras pronuncia esta frase, se queda mirando al nuevo puente de hormigón construido por los chinos, a través del cual decenas de coches se abren paso a fuerza de regates y desorden. El mundo se está moviendo.

El hombre del pendiente de oro ya se ha acostumbrado y cuando se traga un trozo más de su propia mierda, piensa que tan poco sabe tan mal y que todo está por descubrir. Afuera, los policías han golpeado varias veces la puerta y le han gritado que salga ya. Pero el hombre del pendiente de oro prefiere cortarse el cuello con la cuchilla de afeitar y luego toda la sangre se va esparciendo y fundiéndose con los excrementos, formando un cuadro futuro y más allá de la abstracción, una nueva corriente fundada por un violador. La mujer de traje rosado llega por fin a un rincón del descampado totalmente abandonado y desierto. Sin brisa. La madre no puede evitar abrir por última vez la caja y observar el rostro de su hijo que ha vivido tres años en esta vida. La mujer de vestido rosa vuelve a cerrar la caja, la deja en medio de los hierbajos y se marcha caminando y luego corriendo y después pensando. Pensando. Pensando. El abogado ha acariciado el pelo de la niña lentamente ante los escalofríos de ésta y ha empezado a deslizar la otra mano por los muslos de la pequeña hasta encontrar sus bragas y luego su vagina a la que penetra con su dedo índice que introduce repetidas veces.

La puerta del despacho se abre poco después y en el umbral surge la figura esbelta de la madre de la niña. Dicen que cuando Grendulyt llegó al hospital ya estaba muerto. Los doctores hablan de paro cardíaco pero el certificado de defunción no dice nada. Por la tarde, el móvil de la mujer de las carcajadas y el del jefe tribal comienza a sonar. Todo es música.“Nunca mi vida fue tan interesante y especial”, me dice Ferdi mientras atravesamos el nuevo puente construido por los chinos. “Este país avanza”.

Por la calle, una muchachada salta y corretea por la calle mostrando una cartulina donde aparece un muñeco sonriendo bajo un sol hermoso y radiante. La niña se acerca a nuestro coche y nos pega la cartulina en el cristal. Y lo vemos. Vemos un sol hermoso y radiante que atraviesa el puente y llega a la sala del tribunal, al descampado, al despacho del abogado, al tanatorio y a todos los rincones del país y del continente.

Un sol gigante y colosal que no para de repetirnos lo mismo, buenos días, buenos días, buenos días.

(*) Nuno Cobre vive, escribe y publica su blog Las palmeras mienten desde algún lugar de África que prefiere no desvelar. Otra manera de ver el continente, con el cuerpo fisicamente allí, pero con los recuerdos y la mirada de un mundo más occidental, que irremediablemente van y vienen. Otras entradas: En qué quedamos tiempo, De Rosa Cebra y otros colores.

(**) Fotografías de Lola Huete Machado. Vista a través de una ventana en una comunidad de Ada (Ghana), y máscara africana.

Comentarios

Absolutamente maravilloso. Desgarrador y hermoso al mismo tiempo. Bravo por Cobre y que Nuno jamás las mañas pierda. Quiero saber más de esa tierra - África - polvorienta y tribal, de ese sol insistente y de esas gentes.
Absolutamente maravilloso. Desgarrador y hermoso al mismo tiempo. Bravo por Cobre y que Nuno jamás las mañas pierda. Quiero saber más de esa tierra - África - polvorienta y tribal, de ese sol insistente y de esas gentes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_