Beber para olvidar

Hace cuatro años que el restuarante y bar Ramses irrumpió en la escena capitalina avalado por el bombo de una estrella del diseño y el interiorismo como Philippe Starck. Sin entrar a valorar el buen o mal gusto del trabajo que hizo el parisiense, el local reclutó a quien pretendía: futbolistas, famosillos y esa élite-masa que compra el libro Taschen 25 de Starck a 9,99 euros en Vips y, enamorada de sus diseños, acudía allí a interactuar mientras degustaba el que era el Kir Royal más caro de la ciudad. Pero en 2012 el mundo ha girado 180 grados y las paredes cubiertas de molduras francesas, pizarras de estudiados garabatos o forradas de capitoné no garantizan retener a un público ávido de estímulos tendenciosos; había que reformular Ramses, y entonces apareció una nueva idea: el afterwork. Ni más ni menos que esa suculenta caña soñada al salir de trabajar (seguramente en alguna oficina llena de yuppies de la cercana Castellana). Cada día de la semana se acude allí de 19.00 a 00.00 para cerrar negocios, comparar iPhones, brindar con galeristas de moda como Topacio Fresh y diseñadores underground o contemplar a un relajado Cristiano Ronaldo apoyado en la enorme barra cuadrada que ocupa el champagne bar. Además, este afterwork ha decidido apostar por lo temático y adopta cada día de la semana un color diferente, dependiendo de la ciudad y el mundo que lo inspire, recreando tópicos para pasarlo bien: así, si el lunes toca Tokio, se recurre al mundo de la tecnología con proyecciones en sus paredes y se sirven sushi y similares. El día grande es el viernes, que recrea Londres y su popurrí cosmosensorial; el plato fuerte es la música, y acuden djs para amenizar una velada que esta vez se prolonga más allá de las 00h. y continúa en el club que Ramses guarda en su sótano.