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Ana y los siete pecados

Divierte, irrita o satisface pulsiones cotillas. O incluso las tres cosas a la vez A Ana Obregón lo único que le faltaba hacer con su vida era escribirla. Hasta hoy Hablamos con ella de acoso mediático y meriendas en el Pardo con los Franco

Amelia Castilla
Ana Obregón, en un retrato reciente
Ana Obregón, en un retrato recienteMANUEL DE LOS GALANES

Ana Obregón ha decidido pisar el freno y mirar atrás. Sus hermanos solían llamarla Antoñita la fantástica por su tendencia, nunca superada, a inventar situaciones. Siendo una niña se lanzó desde una litera queriendo volar como Wendy y acabó con 10 puntos de sutura en la cabeza. Lo cuenta en Así soy yo (Planeta), su particular ajuste de cuentas.

“Siempre que he tenido sexo me he enganchado”, confiesa. Osada y sin sentido del ridículo, le han dedicado goles, canastas y cuernos. Una vida aireada en la que tampoco han faltado amenazas de ETA (que la tuvo en su punto de mira como elemento a secuestrar) o provocadoras extravagancias, como merendar en el Pardo con Franco.

Para muchos, Ana Obregón (Madrid, 1955) representa la frivolidad de una España que repugna a la otra, una diva de la Transición y los tiempos del pelotazo que insiste en la misma actitud despreocupada en la era del mileurismo; para otros, una chica simpática y alocada que suministra el folletín de su vida por capítulos. Sea como fuere, un irreductible fenómeno mediático que, se confiese o no, ha mantenido entretenido a los españoles durante la friolera de tres décadas.

En su autobiografía, sus hermanos quedan por decisión propia fuera del relato. Su infancia de niña enferma, su formación como actriz en la escuela de Lee Strasberg, la vida en Los Ángeles, como invitada de Julio Iglesias en busca de un papel en Hollywood, y sus amoríos, incluido el accidente que le costó la vida a Fernando Martín, ocupan tres cuartas partes del libro. El resto, apenas cien páginas, resumen su relación con Lequio, Suker, Beckham y su desencuentro con su esposa, Victoria, en un gimnasio madrileño. El protagonismo que ella ha buscado y “ni una línea para los hombres que no lo merecen”.

Llega puntual a la cita, sin rastro de maquillaje. Ana Obregón se mueve como una mujer acostumbrada gustar y a que la observen. Del bolso saca un par de desgastados cuadernos –“traigo uno para que veas qué risa”– forrados en seda. Su letra se reconoce como la de una niña acostumbrada a sacar sobresalientes. Son algunos de los 28 diarios que escribe desde pequeña y que le han servido como guía. Tanto que, como le subrayó el editor de Planeta, describió su relación sentimental con Miguel Bosé –el primer hombre con el que asegura que tuvo relaciones sexuales– como una adolescente. Es lo que era cuando lo conoció, una chica con falda tableada, sin pecho y complejo de feúcha. La fuerza que le dio superar una grave enfermedad de estómago, afirma, le ayudó a transformar al patito feo en cisne.

Explica que no quiso que hubiera más edición que los pequeños errores de imprenta. Expresiones como prota, pilingui, camelarse a un tío o que te dé un jamacuco, una mezcla de argot y del lenguaje de los niños bien de los años setenta, se cuelan entre sus líneas.

"Merry (Martínez-Bordiu) fue un tiempo mi mejor amiga y era lo único importante; que su abuelo se llamara Franco no me afectó salvo porque tuve que conocerlo e infundía un miedo horrible"

Se dice que muchas memorias ocultan un deseo de venganza o un intento de justificarse, pero su caso no responde a ninguno de esos supuestos. “Todo lo que tenemos alrededor las actrices de fama, éxito y dinero, esa parafernalia absurda, no me ha tocado en absoluto. Reconforta que después de todo eso siga siendo yo”, esgrime. En su versión escrita no queda espacio para las exclusivas mediáticas o las invitaciones para lucir palmito en selectos clubes de golf o bailes palaciegos. Ni una línea sobre el monstruo que ella ha alimentado a conciencia y que después ha acabado por devorarla.

Desde pequeña se supo privilegiada. Cuenta que su padre, el empresario Antonio García, propietario de la constructora Jotsa y un hombre hecho a sí mismo que empezó como repartidor, les inculcó el valor de las cosas. Sin esa educación, que ella resume en “si quieres conseguir algo en la vida, tienes que sudar sangre”, Obregón cree que hubiera acabado como “una niña de papá estúpida”. Y consciente quizá de las dudas que suscita, reivindica: “He luchado mucho. Esas ganas de ganar dinero por mí misma nacieron conmigo, hasta a mi hermano mayor le hacía los deberes para sacarme unos durillos”.

Como alumna de la Facultad de Biológicas, participó en algunas de las jornadas de lucha que entonces se llevaban a cabo para protestar por las arbitrariedades de la dictadura, pero las compaginaba con una excelente relación con los nietos de Franco, en especial Merry y Francis. “Mi vida ha sido siempre una eterna contradicción”, reconoce. La relación desembocó en un par de encuentros con el Generalísimo; el primero, en el Pardo, bebiendo Fanta de limón. Recuerda que se puso tan nerviosa que trastocó el protocolo y le llamó señora en vez de excelencia. El siguiente, en el pazo de Meirás, durante una comida y ante un plato de gambas; en un alarde de educación, rememora, intentó limpiarlas con cuchillo y tenedor, y la cabeza del crustáceo salió disparada hacia Franco. Son lo que sus amigos llaman obregonadas, sus famosos despistes y meteduras de pata. “Cuando conocí a Merry empezaba la carrera y no tenía ni idea de política, bastante ocupada estaba superando mi enfermedad de estómago. ¿Qué iba a hacer? Ella fue un tiempo mi mejor amiga y era lo único importante; que su abuelo se llamara Franco no me afectó salvo porque tuve que conocerlo y por todo lo que se oía de él. Infundía respeto y miedo, un miedo horrible”.

–¿Hablábais de lo que ocurría en la universidad, siempre vigilada de cerca por la policía?

–Sí, pero ellos no se daban mucha cuenta. Creo que, con 18 años, ninguno éramos muy conscientes de lo que pasaba; fui delegada de curso e iba a las manifestaciones, y tanto ella como Francis conocían eso, mi alma rebelde estaba ahí.

Sorprende escuchar, y más aún leer, la versión edulcorada de Obregón sobre las persecuciones de los grises con las chicas corriendo a esconderse en los lavabos de la facultad. Las ideas políticas de Obregón brillan por su ausencia en las páginas de Así soy yo, pero se le suponen. ¿Cómo ve lo que ocurre en una España inmersa en la crisis y en la corrupción? “Soy bastante naíf. Creo que las personas que hacen su trabajo deben hacerlo bien; a los políticos les pagamos para eso, ¿no? Nunca he querido meterme en política, pero me cabrea mucho, aunque no se trate de un tema que no domine. En política, me da igual el partido que me pongan; simplemente veo que acabamos con corrupción por todos lados y que siempre pagan el pato los españoles”, asevera quien ha sido capaz de mantenerse en el candelero fuera cual fuera el color del Gobierno.

El acoso al que le somete la prensa es evidente. ¿No lo ha fomentado ella misma, con su participación en algunos programas, donde abiertamente habla de aspectos de su vida privada? “Solo he entrado al trapo últimamente”, defiende. “Si, en lugar de rodar todas las películas y la televisión que he hecho a lo largo de mi carrera, hubiera aceptado todos los millones que me ofrecían por hablar de mi vida, nunca me hubiera convertido en una actriz”.

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