El éxodo de los profesionales españoles del desarrollo
Paso unos días en Boston, una ciudad en la que estudié hace algunos años y en la que tengo buenos amigos trabajando o estudiando en las universidades que hay por aquí. Algunos de estos centros, como la Kennedy School de Harvard, están en la vanguardia de la investigación y la formación sobre políticas de lucha contra la pobreza. De sus aulas salen cada año un puñado de profesionales españoles con las especializaciones más diversas, desde crecimiento económico hasta cambio climático, salud global o innovación institucional. Se trata de jóvenes entre los 30 y los 40 años, que realizan estos cursos en un momento particularmente fructífero de su carrera, cuando ya tienen algo de experiencia sobre la que construir.
Lamentablemente, tendrán pocas oportunidades de verles por España. La historia -que se reproduce en muchos otros centros punteros de formación e investigación- es casi siempre la misma: profesionales que destacan en las ONG, empresas y Administración españolas, reciben una de las generosas becas de fundaciones como Caja Madrid o La Caixa... y se pierden en los organismos y ONG internacionales para nunca regresar a nuestro país.
No tengo datos firmes que apoyen esta impresión, pero apuesto lo que quieran a que es correcta. Como en otros ámbitos del interés general (la ciencia es el más evidente), las instituciones públicas y privadas de España se gastan verdaderas fortunas en la formación de unos profesionales que después no encuentran el modo de retornar a casa y devolver a la sociedad la confianza que todos depositamos en ellos. Esta 'fuga (forzada) de cerebros' supone un coste de oportunidad intolerable para la calidad y el futuro de las instituciones españolas que velan por asuntos tan fundamentales como la inclusión social, la lucha contra el cambio climático o el desarrollo de los países pobres.
A diferencia del sector empresarial, la remuneración no constituye un obstáculo fundamental en este caso. Estoy harto de ver a profesionales brillantes presentarse a puestos en los que aceptarían cuatro veces menos de lo que se les ofrece en el exterior. El verdadero problema reside en la incapacidad para encontrar empleos estimulantes en los que la formación y experiencia que aportan sea valorada. La Administración, ya lo sabemos, es casi impermeable a la participación de profesionales externos. Una de las consecuencias más trágicas de la fallida reforma de la Agencia Española de Cooperación, por ejemplo, ha sido cerrar las puertas todavía más a la entrada de cualquiera que no sea funcionario. A menos que se produzca una revolución formativa en los próximos años, las instituciones públicas españolas están condenadas a la segunda división de donantes.
En el caso del sector privado, incluyendo la sociedad civil, las cosas no están mucho mejor. La mayoría de las ONG españolas se ha quedado varada en un modelo conservador de intervención que, sencillamente, no necesita (o, al menos, eso creen) el valor añadido que ofrecen estos profesionales. El esfuerzo de investigación y evaluación -por poner solo un ejemplo- está mal instalado en la cultura organizativa de nuestro país. Y se pueden contar con los dedos de las manos las empresas de cierta envergadura abiertas a someter su modelo de negocio a algo más que una cuenta de resultados. En esto también estamos una generación por detrás de la iniciativa privada más visionaria.
En ambos casos, el error es mayúsculo. En medio de una incertidumbre sin precedentes, lo único que sabemos con certeza es que las actividades de interés general necesitarán un serio esfuerzo de innovación en los próximos años. Necesitamos concebir nuevas formas de estructurar, financiar y comunicar las estrategias de lucha contra la pobreza. Prescindir de quienes han estado más expuestos a este ejercicio es simplemente una idiotez. Si las organizaciones más establecidas no les quieren, apoyemos el emprendimiento social y la generación de nuevos proyectos que enfrenten viejos problemas con nuevas ideas (les aseguro que existen unas cuantas). Pero hagamos lo posible por facilitar su retorno.
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