Haití, dos años después
Esta entrada ha sido escrita por Lourdes Benavides, responsable de incidencia política de Intermón Oxfam para Haití.Oxfam trabaja en Haití desde hace más de 30 años en colaboración con organizaciones haitianas agrícolas, de fomento de la pequeña empresa, comunitarias u otras ONG. La mayor parte del personal in situde Oxfam es haitiano.
(C) Brett Eloff
“Haití sí existe”… y sólo los haitianos pueden liderar la reconstrucción de su país...
Hoy se cumplen dos años del devastador terremoto, y con el aniversario llega la hora de los balances, del análisis de resultados, de los retos y pasos a dar para levantar el país. De nuevo se plantean y atribuyen responsabilidades. El gobierno y las elites del país no han estado a la altura y no han sabido o podido tomar las riendas del proceso. La comunidad internacional, comprometida con la financiación de los 4.600 millones de dólares necesarios para financiar el plan diseñado por el gobierno de entonces, no ha desembolsado ni la mitad de los fondos públicos prometidos. En el centro, la articulación de una sociedad civil comprometida es una realidad, su fortalecimiento y participación una asignatura pendiente.
“Haití no existe” es el título de una obra conocida por muchos de los que tratamos de entender mejor el país y su historia. Repasa los doscientos años que separan 1804 -y su nacimiento después de una revuelta de esclavos- de 2004, año de la primera intervención militar de Naciones Unidas para deponer a un presidente electo. También entonces se hacía balance de la historia de un país atravesado por dictaduras, por la persecución de líderes políticos, la violencia organizada, con una distribución injusta de tierras, un régimen comercial impuesto que estranguló su economía y una deforestación salvaje. El país ha combinado el mal hacer de los gobernantes y de grupos de poder nacionales y el interés de grandes potencias que como Estados Unidos o Francia se enriquecieron a costa de la “Perla de las Antillas”.
Pero Haití no es únicamente una suma de desdichas y calamidades, no puede “no existir”, como dice Christophe Wargny en su libro. Porque son muchos los haitianos y haitianas que trabajan por su país, que participan la construcción de su futuro, ellos son los que pueden cambiar su rumbo. Muchos se fueron en las semanas que siguieron el terremoto, ensanchando así la ya extensa diáspora haitiana, que reúne a la cuarta parte de la población.
La mayor parte se han quedado para reconstruir Haití. Entre otros relatos de lo sucedido aquel 12 de enero por los compañeros de Intermón Oxfam, recuerdo el de un experimentado y entregado compañero al que no faltaban ilusión, claridad de visión y propuestas concretas para reconstruir los barrios más pobres de Puerto Príncipe, sus estructuras económicas y sociales. “La clave está en los jóvenes”, decía.
Destacan también las organizaciones y comunidades haitianas organizadas. La reconstrucción de Haití pasa por extender y fortalecer esas organizaciones, por favorecer la organización y autogestión de las comunidades, uno de los grandes retos después de la etapa de emergencia humanitaria. Conocí a algunos representantes de organizaciones de derechos humanos, de federaciones de cooperativas campesinas, de redes de incidencia política. A pesar de la falta de medios, de estructuras y capacidades humanas, me sorprendieron su firmeza, su sinceridad -en ocasiones hiriente de tan sincera-, la claridad de sus fines y muchos de los resultados alcanzados a pequeña o gran escala (denuncias de corrupción, defensa de los derechos de las mujeres víctimas de violencia sexual en los campos de desplazados, marchas contra la entrada de semillas de grandes multinacionales, entre otros). Sin olvidar el ingente esfuerzo solidario que hicieron en los días que siguieron al terremoto.
La recuperación y la reconstrucción de Haití están ante todo en manos de la ciudadanía haitiana y sus organizaciones. Con ellas existe Haití y con ellas habrá que seguir tejiendo redes para cambiar el rumbo, para que los haitianos puedan decidir libremente y terminen con esos “doscientos años de soledad” de los que habla el libro.
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