El techo por la pared y la pared por el techo
FOTOS: Tomaz Gregoric y Jan Celada
Volumen fijado por la normativa y materiales dictados por la tradición de la zona. Los arquitectos eslovenos de Ofis lograron estirar ese repertorio tan habitual para cuajar un edificio de apartamentos singular en la zona alpina de Kranjska Gora, al noroeste de su país.
El volumen parte de un prisma, la “caja habitual” empleada para no desperdiciar un centímetro del suelo edificable. Pero Rok Oman (1970) Spela Videcnik(1971) y su equipo de Ofis decidieron recortarlo con planos horizontales y verticales. Esa peluquería arquitectónica dotó de identidad al edificio. También aligeró su presencia. Posteriormente, un alicatado de piezas de hormigón, que envuelve todo el inmueble de viviendas, se encargó de sumar rotundidad al proyecto. Por donde el edificio muestra los cortes, la madera de alerce común -que crece en esa zona alpina, soporta bien la intemperie y resiste al agua- sirve para rebajar la dureza del diseño además de para proteger las terrazas.
El estudio Ofis fue invitado a participar en un concurso para levantar este edificio de pequeños apartamentos dotado con una planta baja comercial y de usos comunes -como una estancia para juegos y una sauna comunitaria-. Una farmacia ocupa hoy esa zona pública y tanto esta como la zona de acceso tienen un pavimento de piedra de la región. Ese es el único material que rompe el orden matérico del resto del edificio: cemento, placas de hormigón y alerce.
No es esta la primera vez que los arquitectos de Ofis juegan con el gris del hormigón y la calidez del alerce. El año pasado, concluyeron un poblado en Podpec, a las afueras de la capital Liubliana. El Backbone Village es una especie de aldea inventada que, sin saltarse las normas de materiales o volúmenes establecidos por la normativa local, conseguía releerlas y a la vez lograba indagar también en la construcción de una identidad para un nuevo suburbio de la capital. En aquella ocasión, y aunque trabajada con medios muy similares, la identidad era colectiva: buscaba construir en el barrio una atmósfera de comunidad que evitara la nostalgia pero que aprendiera de la escala, las proporciones y la amabilidad del pasado. El resultado fue un conjunto de viviendas de dos plantas de 55 metros cada una que se vendieron por 160.000 euros. En aquella ocasión las formas eran más básicas, la cubierta era a dos aguas, y los porches también estaban forrados de madera de alerce. Con todo, la gran novedad no era entonces la sobriedad. La apuesta fue dejar los baños incompletos y el pavimento interior por definir a cambio de emplear ese dinero en trabajar más la idea de comunidad. No se trataba de ser todos iguales, pero sí de construir un entorno con el que poder relacionarse e identificarse: un barrio al que cuidar.
La mezcla entre lo público y lo privado vuelve a estar presente de nuevo en este inmueble, de mayor volumen, que, forrado de placas de hormigón por las paredes y el techo y recortado por las esquinas, deja clara que su idea de la convivencia pasa por decir algo pero también por no molestar.
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