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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

ENTREVISTA JOSEP MIÀS:” La forma es una casualidad”

Anatxu Zabalbeascoa
<span >FOTOS: ADRIÀ GOULA</span>
FOTOS: ADRIÀ GOULA

Su edificio para I Guzzini apuesta por el espectáculo en la era de la negación del espectáculo ¿Por qué?

A mí me gusta hablar de buena y mala arquitectura. Y me gustaría estar entre la buena. Es innegable que la sede de I Guzzini es espectacular e icónica. Pero esa condición formaba parte del encargo. Tú intentas hacer siempre buena arquitectura. Si además logras que sea icónica, porque el programa así lo específica, atiendes las necesidades del cliente y levantas un edificio que representa una celebración: la del triunfo del riesgo.

 ¿Cuál es el riesgo?El riesgo es vivir. El riesgo es llegar a formar una empresa, como hicieron los de I Guzzini y levantar ahora un edificio que represente esa hazaña, como hemos hecho nosotros. Tiendo a explicar cómo funciona estructuralmente el edificio: colgado del tronco central, que es lo que realmente me interesa, pero todos vuelven a la forma. La forma es una casualidad, sin embargo, el edificio es un espectáculo vivo que muda de color y se transforma con la iluminación revelando así la naturaleza de la empresa que representa.

¿No es este un momento difícil para este tipo de arquitectura? Tal vez sí. O tal vez simplemente no sea tan sencilla de hacer. Coyunturalmente todo nos pide discreción, pero sabemos que si no se arriesga no se sale de los momentos difíciles. De modo que el edificio retrata la confianza de los Guzzini en la innovación. Va bien que alguien baile, que siga el baile.

Con un programa de 9.000m2, el globo aerostático es pequeño. No avasalla. Se separa de los vecinos y se acerca a la autopista. Está puesto como quedaría una bola, arrinconada en una esquina del campo por la fuerza de la gravedad. Se dice que los edificios icónicos funcionan aisladamente, pero ninguno puede funcionar si no está bien puesto. Es decir, funcionan en relación con el lugar donde se ubican. Pero al adquirir ellos tanto protagonismo se menosprecia la manera de ponerlos en el lugar.

 ¿Reivindica ese saber ubicar? La ubicación decide la mitad de la forma de un edificio. La gente cree que un inmueble icónico puede estar en cualquier sitio. No es cierto. El edificio de I Guzzini sólo podría estar donde está: rodeado de autopistas, poniendo tierra por medio entre él y sus vecinos. Fijarse en el lugar significa reparar, haber entendido una lección de la época de los iconos. Se podría hacer la lectura inversa, pero yo reivindico ésta.

¿La forma de su edificio representa a I Guzzini o a usted? Está hecho para representar a la empresa. Yo me responsabilizo de esa decisión. Pero también representa el propio experimento que es él mismo. Y en esa voluntad de experimentar representa el espíritu de la empresa, una lucha continua que es lo que los define.

¿La experimentación siempre afecta a la forma de un edificio? Sí. A mí me interesa mucho la geometría. Es la base de lo que hacemos. La forma es una consecuencia de jugar con ella. La forma concreta de este edificio nace de preguntarse por qué tenemos cinco dedos. Por qué las estrellas de mar se abren en cinco brazos. Hay leyes en la naturaleza que te permiten observar números que funcionan mejor. Por ejemplo, para apoyar, funciona el cinco.

Habla de referencias orgánicas, pero sus soluciones son geométricas.Piensas en el pilar. Y ensayas un pilar hexagonal. Haces pruebas. Y cuando llegas al pentágono te das cuenta de que funciona. Su geometría permite dividirlo en diez. De modo que la forma final del edificio es esférica, pero hemos partido de un pentágono. De un pentágono se pasa a un círculo muy fácilmente. Cuando, en el edificio, accedes desde el interior al exterior, atraviesas espacios de 5, 10 y 20 metros. Y eso se produce con tal naturalidad que piensas que el pilar central sólo puede tener forma de pentágono y plantarse en el centro apoyado en cinco puntos. Nosotros tratamos de encontrar las reglas capaces de indicarnos cual debe de ser el proceso.

¿Es más fácil equivocarse en el presupuesto con este tipo de proyectos? Podría serlo, pero no debería. Ha habido un margen de 2 millones respecto al presupuesto inicial. Al final, el metro cuadrado ha costado1.600 euros.

Esta manera de trabajar a base de prueba y error ¿hubiera sido posible en una época sin ordenadores capaces de recalcular cada opción? Era posible, pero el ordenador nos permite comprobaciones constantes. Lo hacíamos on line, con los ingenieros calculistas: Agustí Obiols y Josep Ramón Solé. El trabajo es siempre en equipo. Tengo la suerte de tenerlo bueno. Que es un poco lo que tenía Enric Miralles. Aunque, evidentemente, él estaba a años luz.

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JOSEP MIÀS

¿Cuántos años tenía cuando le pidió que se asociara a él?

Fue en el año 95 o sea que 28 años. Hicimos un contrato. Pero él hablaba siempre de nosotros, de un equipo.

Ya que ha sacado el tema, usted era el discípulo aventajado de Miralles.

Se ha escrito sobre mí que yo fracasé en el intento de llevarme el despacho de Miralles y lo cierto es que no me llevé ni un dibujo. Como lo que me podía llevar ya me lo había llevado porque él me lo dio…

¿Qué le dio?

Una manera de hacer. Cuando lo conocí era profesor mío. Y me sentía como un bicho raro porque lo que a todo el mundo le gustaba a mí no me decía nada. Pensé que jamás sabría entender lo que es buena arquitectura. Pero él me dijo que a él tampoco le interesaba lo que los otros aplaudían. Dijo que no me preocupara, que seríamos cuatro los que veríamos las cosas de otra manera.

¿Qué era lo que no les gustaba?

Lo que premiaban: la corrección, el detalle, la Escuela de Barcelona.

Y empezó a trabajar con él.

Sí, al principio en la cocina del ingeniero, mientras él estaba en Columbia. Luego, cuando regresó, me pasaba un dibujo y decía “sigue tú”. Eso es lo que me ha dejado: el placer por descubrir en el dibujo las posibilidades de la arquitectura.

Estuvo 10 años con él

Sí. Conseguí aguantarle diez años y por eso no lo podía dejar. Era esclavizante, pero producía adicción. A veces me sentía superado, como cuando llevaba la dirección de obra de Igualada. Cuando me hundía, él me decía “tú mismo”. Una vez que le dije que no podía seguir el ritmo y lo quería dejar para hacer mis cosas, me dijo “Ah sí”, y me envió a Harvard de profesor. Por eso cuando se murió quedamos huérfanos.

¿Es difícil crecer debajo de un eucalipto?

Claro. Pero ya no está. Y hoy sé que ha sido mucho más difícil sin él. Él paraba golpes. He recibido muchos tras su muerte. Todo lo que yo hacía era más o menos Miralles. ¿Cómo iba a no serlo? Lo raro sería que tras diez años hubiera salido sin rastro de esa vivencia. Yo estoy aún comprobando cosas que me planteé con él. Creo que lo que hago es comprobar un mínimo de las cosas que me enseñó. Enric está presente, pero lo que pesa es que no esté. Porque era de las personas que te apoyaba con tus propios proyectos. ¿Por qué? Porque no tenía ningún complejo. Iba tan sobrado que podía permitirse decir lo que estaba bien sin problemas.

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